
Este miércoles, 17 de enero, se cumple el décimo aniversario del acto considerado fundacional de Podemos en el Teatro del Barrio de Lavapiés, en Madrid. Aquel movimiento, surgido de las movilizaciones del 15-M, logró aglutinar también a izquierdas de tradiciones mucho más antiguas y partidos soberanos de territorios con personalidad propia. La organización estaba dirigida de forma colectiva, con muchas figuras públicas, aunque era indiscutible el liderazgo principal, pero no único, de Pablo Iglesias. Podemos aportó esperanza e ilusión, sacudió el mapa político y descabezó el bipartidismo. Y, como consecuencia, generó el primer gobierno de coalición progresista posterior a la República. Diez años después, Podemos no ha sabido entender que, como cantaba Dylan, el presente de hoy será el pasado mañana, y que en la actualidad los tiempos cambian de forma más acelerada que nunca. Iglesias no ha sido capaz de asimilar que ahora correspondía a Podemos sacrificar siglas y sentimiento identitario como antes habían hecho, con agrado unos, forzados por las circunstancias de otros, militantes de partidos de izquierdas con muchos años de historia. Iglesias vive el décimo aniversario de la organización que impulsó y que se le ha ido deshaciendo entre las manos, negándose a asumir que ahora es el momento de Sumar, como antes fue el de Podemos. Tampoco ha interiorizado que abandonar la primera línea política implica no criticar constantemente a los dirigentes actuales y no tutelar de forma asfixiante a los que todavía le son fieles. En las rupturas políticas se mezclan a menudo cuestiones de fondo e incompatibilidades personales: a partir de ahí, ante la ruptura del diálogo, es fácil deducir que todos los actores tienen una parte de responsabilidad; pero algunos son más responsables que otros.
¿Cómo ha podido este proyecto pasar en tan poco tiempo de generar esperanza y ser decisivo en la regeneración de la política a aparecer como una comunidad encerrada en sí misma?
La votación del 10 de enero
Tras romper con Yolanda Díaz a finales del pasado año, Podemos necesitaba marcar perfil propio. Primero lo intentó acusando a Sumar de complicidad con Israel pero, al comprobar que esto no cuajaba porque no tenía la menor credibilidad, tuvo que buscar otro tema. En el pleno del Congreso de diputados celebrado en el Senado el pasado 10 de enero, los cinco votos de Podemos, unidos a los de PP, Vox y UPN, tumbaron el decreto ley de reforma del subsidio de desempleo que incorporaba importantes mejoras sociales. Economistas de prestigio han demostrado que las explicaciones del partido de Ione Belarra son algo más que discutibles. Y las que ha aportado Pablo Iglesias, en un artículo en el Ara publicado el pasado sábado, aún más: citar como argumento de autoridad la crítica a Yolanda Díaz que parece que un dirigente del PSOE comentó a una periodista es la expresión máxima de la carencia de razones propias. Todo el mundo sabe que ha sido una votación política para intentar desgastar a la vicepresidenta del gobierno. Uno de los fundadores de Podemos, Jaume Asens, ha lamentado el proceso de “sectarización” de la organización que él mismo contribuyó a crear. El secretario general de CCOO de Cataluña, Javier Pacheco, ha criticado que Podemos hiciera “funambulismo político” y “haya tomado como rehenes a los desempleados y desempleadas”. Los diarios de derechas no han disimulado su alegría por una situación que pone en un apuro al gobierno progresista de coalición. Y, desde el independentismo contrario a los acuerdos con el PSOE, Vicent Partal ha sentenciado que “Podemos, liberado ya de Sumar, mantiene intacta la credibilidad”, mientras “Junts la pierde”. Es evidente que el Gobierno central debe modificar su estrategia negociadora en una legislatura mucho más complicada que la anterior. Pero Podemos debe pensar que, en política, si los adversarios te aplauden y tu gente no te entiende, puede que hayas hecho algo mal.
El proceso de autodestrucción de Podemos
Después de haber decidido pasar al grupo mixto del Congreso sin consultar a la militancia, los últimos días de diciembre Podemos sometió a votación, en Galicia, si había que ir con Sumar a las elecciones del 18 de febrero. Pablo Iglesias pidió que se votara en contra de la propuesta. El 62% de los inscritos le hizo caso; más del 36%, pese a su recomendación, optó por la unidad con Sumar para conseguir, según formulaba la pregunta de la consulta, “derrotar a Rueda y echar al PP de la Xunta de Galicia”. Pero Iglesias iba más lejos: pidió el voto por el BNG. Dejaba así sin argumentos la candidatura de Podemos. ¿Con qué mensaje se presentarán si su máximo referente ha recomendado votar a otro partido?
El mismo día se conocía el resultado del expediente disciplinario abierto por Podem Catalunya a trece miembros de su dirección que en junio habían defendido ir en coalición con Sumar. Aunque finalmente el pacto se produjo, fueron castigados a 9 meses de suspensión de militancia y a 4 años sin poder optar a cargos públicos u orgánicos. Entre las personas sancionadas se encuentra la diputada del Parlament Yolanda López y concejales y concejalas como Lucas Ferro, de Molins de Rei, o Loren Rider, de Sant Feliu de Llobregat. No deja de ser paradójico que la sanción por propugnar el acuerdo con Sumar se produjera de forma simultánea a la consulta de Galicia: los dirigentes catalanes han sido apartados por defender lo mismo que cerca del 40% de la militancia gallega y lo mismo que el mes de junio acordaron el 93% de los miembros de Podemos.
Unos días antes, el partido había expulsado a su única diputada en el Parlamento de Asturias, Covadonga Tomé. Podemos queda así fuera de los parlamentos catalán y asturiano, dos de los pocos en los que conservaba presencia. La crisis es general y generalizada: muchos miembros del partido lo han abandonado en los últimos meses. El candidato a la alcaldía de Madrid, Roberto Sotomayor, y la ex diputada Carolina Alonso también se han dado de baja; critican “la bunkerización” de la dirección y afirman que “es imposible ser ni siquiera una minoría crítica”. Se añaden a Nacho Álvarez, a quien su mismo partido vetó como ministro pese haber sido secretario de Estado de Ione Belarra. Y al secretario general en la Comunidad de Madrid, Jesús Santos. Y a Jéssica Albiach, presidenta del grupo parlamentario de En Comú Podem, a quien se puso entre la espada y la pared obligándola a escoger entre Podem y los Comuns. La lista no acabaría nunca. La deriva sectaria viene de lejos: ninguna de las personas que fundaron el partido en el 2014 forma parte del equipo que Iglesias dirige desde fuera, sin estar sometido a control democrático alguno. Y los partidos soberanistas que habían colaborado con Podemos se han ido apartando en los últimos años. Podemos ha completado con expulsiones su conversión en fuerza extraparlamentaria en comunidades autónomas y ayuntamientos, que comenzó con el descenso electoral del 28 de mayo. Sin la aparición de Sumar, hoy el espacio situado a la izquierda del PSOE sería irrelevante y en España gobernarían PP y Vox.
Las razones de Pablo Iglesias
El escrito de Pablo Iglesias en el que propugnaba no ir con Sumar en Galicia y pedía el voto para el BNG da pistas sobre cómo se ha degradado el proyecto político inicial. Iglesias, desde el rencor acumulado, mostraba cuáles son sus únicos objetivos políticos: perjudicar a Sumar y convertir a Irene Montero en eurodiputada. Pedir el voto para el BNG puede ser una opción legítima pero desautoriza a su organización gallega. Y es que a Iglesias solo le interesan las elecciones europeas, y en el caso gallego, consciente de que Podemos no va a obtener representación, las buenas relaciones con el BNG. Prepara así su operación en Catalunya para dar un apoyo envenenado a ERC, que provoca división de opiniones en el partido del presidente Aragonès. En la visión centralista y jerarquizada de Iglesias, las organizaciones territoriales son simples piezas de ajedrez al servicio de una estrategia diseñada desde la capital de España.
Pero Podemos, el pasado 10 de enero, fue tan lejos que incluso ha complicado la creación del bloque que Iglesias propugna con ERC, EH Bildu y BNG, que votaron a favor de convalidar el decreto ley. El diputado de Bildu, Oskar Matute, que en tanto que proveniente de IU conoce las consecuencias de las escisiones, recordó las palabras del dirigente del Mayo francés del 68, Daniel Bensaïd, en relación a la necesidad de no confundirse de trinchera ni de enemigo. En su artículo en el Ara, Iglesias ha criticado el posicionamiento de ERC, Bildu y el BNG, ha pronosticado que la izquierda aberzale no permitirá a Matute “repetir el papel que hizo” y ha opinado que a ERC “le conviene más un Rufián con las uñas afiladas” que la actitud constructiva mostrada en el pleno del Congreso. Iglesias marca el terreno de juego y deja bien claro que la posible colaboración de Podemos con ERC, Bildu y el BNG debe basarse en la estrategia que marque él desde Madrid y desde los medios catalanes que lo respaldan.
En 10 años, Podemos ha pasado de aspirar a cambiarlo todo a convertirse en un núcleo reducido de personas que anteponen sus intereses a cualquier proyecto político colectivo; y que, como es frecuente en las escisiones, piensan que quiénes hasta hace poco eran sus compañeros y compañeras son ahora el enemigo a destruir.
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Esto es , simple llanamente, lo que siempre hemos dicho _ pocoa vista tiene el Iglesias, si solo le alcanza ver su propiombligo. Y yo añadiría que esté» artista » es simplemente un sinvergüenza,no ya político, sino en todos los sentidos .