El pasado 16 de enero, la Dirección General de Análisis y Prospectiva de la Generalitat presentaba el estudio del primer indicador de bienestar subjetivo de Cataluña. El acto contó con la intervención de académicas pioneras en el estudio de la felicidad como las doctoras Carol Graham y Ada Ferrer. La apuesta por la creación de este índice por parte de las instituciones catalanas hace que el territorio se sitúe, junto con países como Australia y Reino Unido, entre uno de los primeros en los que se analizan medidas como la felicidad o la satisfacción de vida entre los indicadores socioeconómicos de referencia.

El concepto de la felicidad no pertenece solo a campos como la economía o la sociología. De hecho, ha sido estudiado desde otras muchas ramas del conocimiento. Desde la filosofía, pasando por la neurociencia hasta la psicología, pero sí que es cierto que en los últimos años la economía de la felicidad ha ido obteniendo relevancia, no solo en el mundo académico, sino también en la vida política de gobiernos y organismos internacionales. El incremento en la popularidad de estas medidas e índices viene acompañado de reflexiones y estudios que apuntan a la importancia de no considerar el bienestar humano simplemente una cuestión económica, sino un tema con más profundidad y complejidad. Evidentemente, las condiciones económicas del individuo están relacionadas con variables que correlacionan de manera positiva con la felicidad o la satisfacción de vida, como serían trabajar, tener un sueldo o acceder a ciertos servicios, pero contabilizar únicamente este hecho y derivar una relación siempre positiva e infinita entre desarrollo económico y felicidad es tergiversar el debate. De hecho, por cómo se organiza precisamente nuestra sociedad, el crecimiento de indicadores como el PIB no siempre viene acompañado de una mejora en la situación económica de la población o del incremento de su satisfacción de vida.

Para acabar aterrizando en el inmenso mundo de la economía de la felicidad hay que mencionar uno de sus resultados más populares: la paradoja de Easterlin, argumentada y refutada a partes iguales por diferentes académicas, se trata de uno de los primeros ejemplos de estudio que busca relacionar medidas de bienestar subjetivo y otras variables socioeconómicas. A partir de este concepto, si nos adentramos propiamente en el tema, encontramos que, mediante experimentos, cuasi experimentos y estudios longitudinales; las economistas se han ido aproximando a lo que se conoce como los determinantes de la felicidad, es decir, aquellas condiciones o características que normalmente suelen estar correlacionadas de manera significante con medidas como la satisfacción de vida, la felicidad o el bienestar subjetivo. De este hecho se derivan resultados establecidos y replicados dentro del mundo académico como la relación en forma de U entre la edad y la felicidad o la brecha de felicidad de género. Encontrar diferencias significativas y consistentes entre grupos demográficos es relevante para explorar cómo entienden la felicidad estos grupos, por qué motivos existen las diferencias y sobre todo para tenerlo en cuenta a la hora de evaluar intervenciones y políticas públicas. En consecuencia, estos tipos de medidas no son absolutas, sino que intentan fomentar la riqueza de los datos de una población.

Algunas instituciones donde se ha empezado a materializar esta manera de entender los datos y los estudios de economía y población son la Organización por la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el Observatorio de Bienestar francés. En el primer caso, han creado un índice denominado Better Life Index, que integra distintas medidas sobre lo que se consideran una buena vida, incluyendo datos de nivel educativo, mercado de trabajo, desarrollo económico, integración social o satisfacción. En esta línea, Francia dispone de un Observatorio de Bienestar que realiza encuestas anualmente entre su población para recoger y estudiar la información relacionada con variables sociodemográficas, económicas y políticas que tengan un impacto relevante en diferentes medidas de bienestar. Aparte de anuarios y estudios, disponen de una herramienta llamada So Well!, que permite conocer el nivel de bienestar medio esperado de cada cual según sus características demográficas.

 

Imagen 1: Gráfica del informe de bienestar francés del Observatorio de Bienestar con datos desde junio de 2016 hasta diciembre de 2023.

Como cualquier herramienta, es necesario ser consciente de las limitaciones de la propia naturaleza de este tipo de indicadores para poder utilizarlos y hacer un uso riguroso. Dependiendo de cómo se mida el bienestar subjetivo, no solo la escala utilizada, sino el tipo de preguntas, el orden y la frecuencia, obtendremos resultados que podrían ser variantes. La definición de felicidad puede cambiar y es difícilmente comparable si no se estandariza una pregunta que consiga capturar aquello que realmente queremos medir, o si no contamos con una muestra de observaciones suficientemente grande para poder comparar resultados y controlar según las características sociodemográficas.

La felicidad es un concepto que, si por un momento no escuchamos a economistas del comportamiento, psicólogos o sociólogos, podría ser categorizado como abstracto y, en consecuencia, como fácilmente maleable. Precisamente este hecho provoca que sea muy sencillo instrumentalizarlo políticamente creando grandes discursos sobre el potencial emancipador de la maximización de la felicidad, o lo que vendría a ser lo mismo; no entender que en todo momento la defensa de la felicidad como medida de bienestar subjetivo exige comprenderla como una herramienta y no únicamente como un fin.

La felicidad, la satisfacción de vida y otros tipos de maneras cuantitativas para aproximarnos al bienestar subjetivo de las personas, hay que enriquecerlas con comprensiones cualitativas y lecturas teóricas sobre el concepto de felicidad. Traducir estos marcos teóricos complejos a un lenguaje estadístico y operacionalizable es relevante y necesario para enriquecer el campo de estudio y el uso del bienestar subjetivo. De este modo, no solo conseguimos medir de manera macro y micro la felicidad, sino también podemos entender y saber qué implicaciones y tendencias siguen todas estas medidas.

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