En las últimas 48 horas, una nueva ola de incendios forestales ha puesto en jaque en los servicios de emergencia y ha dejado un balance trágico: dos víctimas mortales, más de 1,200 hectáreas calcinadas y cinco municipios evacuados. Mientras los equipos de emergencia siguen trabajando en la zona, Cataluña se enfrenta a una dolorosa realidad: los efectos del cambio climático ya no son una amenaza futura, sino un peligro que arma nuestro presente. El incendio más virulento, declarado ayer por la tarde en la comarca del Berguedà —que se extenderá con rapidez inusitada hacia la Noguera y el Urgell debido a las condiciones meteorológicas extremas— ya se ha convertido en el mayor desastre medioambiental del verano.

Un junio infernal

Junio de 2025 ha marcado un antes y un después en Catalunya. No solo por las temperaturas extremas, las más altas jamás registradas, sino por los incendios que han arrasado el territorio. El fuego en la Segarra, que obligó a confinar a 450 personas y quemó 80 hectáreas, es solo un ejemplo de una tendencia alarmante. Detrás de estos incendios hay un factor común: un clima cada vez más cálido y seco que convierte los bosques en polvorines.

Según el Servei Meteorològic de Catalunya, junio de 2025 ha sido el más caluroso desde que hay registros, con temperaturas medias 4°C por encima de lo habitual. En localidades como Lleida se superaron los 42°C, un valor excepcional incluso para el verano. Pero el fuego que afectó a la comarca de la Segarra no es un caso aislado. La superficie quemada en Catalunya en los últimos años ha aumentado un 35% respecto a la media de las últimas décadas.

En este sentido, la ciencia es clara: el calentamiento global no provoca los incendios, pero sí crea las condiciones perfectas para que sean más devastadores. Según un análisis del European Forest Fire Information System (EFFIS), los países del sur de Europa, incluida España, están experimentando un aumento significativo en la frecuencia e intensidad de los grandes incendios forestales.

El motivo es una combinación de factores: menos lluvias, temperaturas más altas y una mayor frecuencia de olas de calor. Todo ello, según los expertos, está directamente vinculado al cambio climático provocado por la actividad humana.

¿Qué se puede hacer? La doble vía: mitigación y adaptación

Los expertos del Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals llevan años documentando cómo el cambio climático está transformando el patrón de incendios en Catalunya. Sus estudios muestran que la temporada de alto riesgo se ha alargado en un 20% desde el año 2000 y que la intensidad de los grandes incendios ha aumentado de forma alarmante. La combinación de olas de calor más frecuentes, sequías prolongadas y abandono rural ha creado el cóctel perfecto para tragedias como la de ayer.

Frenar esta tendencia requiere actuar en dos frentes. Por un lado, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para mitigar el calentamiento global. Por otro, adaptar el territorio a esta nueva realidad, por ejemplo, con la creación de franjas de vegetación menos inflamable y la recuperación de prácticas agrícolas tradicionales que actúen como barreras naturales contra el fuego.

Esta tragedia debería servir como punto de inflexión. Necesitamos urgentemente reforzar los sistemas de prevención, adaptar nuestros municipios a esta nueva realidad climática y acelerar la transición ecológica. Pero, sobre todo, debemos entender que lo ocurrido ayer no fue un accidente aislado, sino la consecuencia previsible de décadas de calentamiento global. Las cenizas del incendio aún están calientes y ya sabemos que no será el último. Catalunya tiene ante sí el desafío de transformar el dolor en acción, la conciencia en políticas concretas. Porque el cambio climático ya no es algo que ocurre en otros lugares o en otros tiempos: está aquí, está ahora, y como hemos visto ayer, puede llevarse vidas en cuestión de horas.

La pregunta que queda flotando en el aire cargado de humo es clara: ¿estamos dispuestos a hacer lo necesario para evitar que se repita?

Lo ocurrido estas 48 horas no es un accidente, sino el resultado previsible de décadas de calentamiento global combinado con políticas forestales insuficientes. Cada grado que sube la temperatura, cada hectárea que se desertiza, nos acerca a un punto de no retorno. Las víctimas del Berguedà son las primeras de esta crisis climática veraniega, pero no serán las últimas si no cambiamos el rumbo.

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