El caso Jeffrey Epstein, el magnate financiero condenado por tráfico sexual de menores y hallado muerto en su celda en 2019, ha regresado con fuerza al primer plano político y mediático en Estados Unidos afectando directamente a Donald Trump.

El detonante fue una revelación publicada por The New York Times y The Wall Street Journal según la cual Trump había sido informado por la fiscal general, Pam Bondi, de que su nombre figura varias veces en los llamados “Epstein files”, un conjunto de documentos recopilados por el Departamento de Justicia y en gran parte aún sellados. Aunque el Departamento insiste en que no existe una “lista de clientes” ni pruebas concluyentes de chantaje, el propio hecho de que el nombre de Trump aparezca ha bastado para reactivar el escándalo y generar presiones políticas sin precedentes.

Este retorno mediático no es solo fruto del interés periodístico. El 23 de julio, un subcomité de la Cámara de Representantes —con el apoyo de tres republicanos— votó a favor de obligar al Departamento de Justicia a desclasificar los archivos. Es un paso significativo, que pone en cuestión la versión oficial mantenida hasta ahora, y que ha generado una inesperada división dentro del Partido Republicano.

La relación entre Trump y Epstein no es nueva, ni mucho menos desconocida. Ambos mantuvieron una amistad cercana durante los años noventa y principios de los dos mil. Se les vio juntos en fiestas, en torneos de tenis, e incluso Epstein fue invitado al exclusivo club Mar-a-Lago en Florida, propiedad de Trump. Hay registros de vuelo que prueban que viajaron en el mismo avión, y fotografías que dan fe de su familiaridad. Trump siempre ha sostenido que rompió toda relación con Epstein en 2004 y que incluso lo expulsó de su club por “comportamiento inapropiado”. Pero los nuevos documentos parecen contradecir al menos parcialmente esa versión.

Uno de los elementos que más polémica ha generado en los últimos días es la existencia de una carta firmada por Trump y acompañada de un dibujo de contenido sexual, supuestamente enviado a Epstein con motivo de su 50.º cumpleaños. The Wall Street Journal ha publicado una copia escaneada de la tarjeta, que lleva la firma del entonces empresario. Trump ha negado ser el autor y ha respondido con una demanda de 10.000 millones de dólares contra el diario por difamación. La agresividad de la respuesta ha levantado nuevas sospechas, incluso entre algunos de sus aliados.

Aunque por ahora no existe ninguna acusación formal contra Trump relacionada con la red de Epstein, algunas víctimas han mencionado su nombre en declaraciones públicas. Maria Farmer, una de las primeras denunciantes del caso, aseguró en una entrevista reciente que ya en los años noventa alertó al FBI sobre comportamientos sospechosos por parte de Trump. La agencia, sin embargo, nunca abrió una investigación. No hay, hasta la fecha, ninguna denuncia directa contra él por parte de las víctimas.

Lo que sí se ha hecho evidente es la fractura que esta situación está provocando dentro del movimiento conservador. Algunos de los comentaristas más influyentes del universo MAGA han empezado a criticar a la fiscal general Pam Bondi por no haber gestionado con más firmeza la filtración de los archivos y por no haber defendido de forma más tajante al expresidente. Elon Musk, que mantiene una posición ambigua en el actual panorama político, ha sugerido en redes sociales que Trump aparece más de lo que se quiere reconocer, y que podría haber un intento de encubrimiento. El propio Trump ha salido al paso, denunciando una campaña de desprestigio orquestada por sus rivales y calificando el escándalo como un “bulo demócrata”.

Lo que ocurra en las próximas semanas será decisivo. Si el Congreso logra forzar la publicación completa de los documentos, podrían conocerse detalles comprometedores que afecten a Trump, o por el contrario, reforzar su discurso de víctima política. Si la información se mantiene en secreto, la sospecha de impunidad y protección a los poderosos no hará más que crecer. En cualquier caso, el caso Epstein vuelve a funcionar como una caja de resonancia de todo lo que está en juego en la política estadounidense actual: el control de la justicia, la opacidad de las élites, el papel de los medios y la delgada línea entre escándalo personal y crisis institucional.

Más allá del caso judicial, lo que subyace es la pregunta nunca resuelta sobre quién protegía a Epstein y a quién protegía él. La posibilidad de que el expresidente de Estados Unidos esté implicado, aunque sea de forma tangencial, reabre un capítulo que muchos creían cerrado y que promete marcar el tono del debate público en los meses que vienen.

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