En menos de un año, Le Grand Départ del Tour de Francia arrancará en Barcelona, lo que sirvió a nuestro ínclito alcalde para concederse algunas jornadas de gloria, en absoluto criticables, pues cada uno ejerce su cargo de la manera que cree más conveniente.

Tras ir a Paris, feliz por figurar en el numerito conclusivo de la carrera ganada por el campeonísimo esloveno Tadej Pogacar, volvió a la ciudad que gobierna sin oposición, algo más notable al desconocer la ciudadanía los líderes municipales de los demás partidos, y se plantó en la entrada del Hospital de Sant Pau para informarnos de cómo será la presentación del evento en 2026.

Éste eclipsará en el recuerdo durante unos días, luego caerá en el olvido propio del Presentismo imperante, los anteriores pasos de la Grande Boucle por la capital catalana. En 1965 José Pérez Francés culminó una larga y exitosa escapada, mientras en 2009 el triunfo, siempre en Montjuic y aledaños, correspondió al noruego Thor Hushovd, quién batió bajó la lluvia al favorito Óscar Freire.

Escribo de cómo el 2026 superará estos ejemplos pasados porque hoy en día el festival del barroquismo posmoderno nos inunda a lo bestia. Con las bicicletas, por supuesto, se ha insistido en cómo la ciudad condal es uno de sus templos europeos, pero bien sabemos cómo la idea es tomar el Tour como si fuera un gran congreso ciclista en la tradición que los Ayuntamientos democráticos han heredado de Porcioles, no en vano también irá por la montaña olímpica, como no podía ser de otro modo, tratándose, desde la visión local, de una feria móvil, que no mobile, si bien son lo mismo en lo económico.

En fin, Collboni es muy de su tiempo y, si insiste tanto en la maravilla venidera, es –no lo duden– por su incapacidad de argumentar en otros asuntos más serios, como en Sant Antoni, donde le ha dado por quitar mobiliario urbano bien agradecido por los vecinos, pues de este modo –claro está– los yonkis del Raval no podrán sentarse. Lo harán en el suelo o escamparán su plaga hacia la plaza Goya y otros lugares, siempre llenos de prostitutas y drogadictos pese a no mencionarlo la prensa generalista, durante años muy contenta de vender las loas de las bodegas del carrer Parlament, perfectas para tapar vergüenzas y ocultar realidades.

Lo mismo pasa con el Tour. La gran invención es una pasarela para presentar a los corredores en la avinguda Gaudí, nexo entre el recinto tan bien pensado por Lluís Domènech i Montaner y la basílica de Antoni Gaudí, cuyo nombre es conocido por todos los lectores.

La Avinguda Gaudí desde el Hospital de Sant Pau. | Jordi Corominas

Collboni ha mostrado a lo largo de todo este año su amor por el legado de Miguel Primo de Rivera. El dictador, como contamos aquí para arreglar un tópico repetido desde la pereza, inauguró la que, a la sazón, era su homónima avenida el 31 de mayo de 1926 junto a propietarios de los terrenos colindantes, artífices de su urbanización, bellísima pese a enmarcarse en una tradición de los años veinte nacida de la Italia Fascista y más tarde imitada en toda Europa: la del perspectivismo, tan del gusto del alcalde, quien no ha dejado de remarcar cómo esta pasarela inaugural ofrecerá al mundo el esplendor del Modernismo.

A ver, de acuerdo, tampoco esperábamos nada muy original, pero vamos a poner los puntos sobre las íes, que tampoco está de más, pues es bastante demencial aceptar, como en este caso, la línea recta protagonista de estas páginas como la unión de dos puntos, lo que sintetiza toda una filosofía de gobierno.

Cuando paseo acostumbro –es lo normal– partir de un sitio y ponerme un objetivo en medio de la ruta o como conclusión de la misma. Lo bello –el aprendizaje– nace mientras caminamos, cuando surge todo lo inesperado, lo que llena pies, ojos y confiere más vida a la vida.

Avinguda Gaudí en el cruce con la calle Padilla. | Jordi Corominas

Hasta la fecha, jamás lo olvidemos, ningún Ayuntamiento democrático, excepto el de Pasqual Maragall, ha hecho nada para dignificar la avinguda Gaudí. Las farolas modernistas que jalonan sus cruces, algunos de ellos espectaculares por todos los torrentes que bajan desde el Baix Guinardó, antaño formaron el Cinc d’Oros de Passeig de Gràcia con Diagonal.

De los almacenes cobraron nueva fuerza, que no fuerza nueva, y aquí nos sirven para apuntar un dato fundamental en esta ecuación. ¿Conocen los barceloneses esta historia de su historia?

Con toda probabilidad no, desde el desinterés municipal, sólo paliado con los QR, los mismos que servidor reclamó en 2021 en una comisión municipal de Patrimonio, del programa Va passar aquí, de Betevé. Lo demás, porque debe ser demasiado esfuerzo, queda excluido, y si quiere el prohombre socialista un día le hago de guía por este entorno que contiene muchas lecciones de políticas de vivienda de sus admirados años veinte, aunque desde una perspectiva distinta a la publicitada por el PSC.

Viviendas sociales de la 2a República en la calle Còrsega. | Jordi Corominas

En ese período, y hasta la Guerra Civil, se vivió una edad de oro de las políticas públicas para llenar la ciudad de casas y pisos, tanto para recién llegados, en general tratados como basura humana mediante polígonos que eran campos de concentración, como para obreros y clase media.

Desde Sant Pau, a la izquierda, aún se conserva, en el 378 de travessera de Gràcia, una casa de las cooperativas militares, vecinas al desaparecido cuartel de Lepanto, hoy en día Jardins del Baix Guinardó, barrio cabreado por la machaconería de comuns y socialistas en ponerles en su lago el mercado de l’Estrella, perteneciente a Gràcia.

Interior del Hospital de Sant Pau. | Jordi Corominas

Al lado de esta superviviente está el passatge Costa. Si buscan, en Catalunya Plural darán con la información sobre todo esto, que escribí y escribo porque alguien debe plasmar el relato invisible de Barcelona, el de los barrios fuera de foco.

De hecho, si proseguimos con lo inmobiliario, la avinguda Gaudí tiene muchos dones, que van desde lo remarcable de su Racionalismo, más notorio en las esquinas, a la abundancia de fincas con casas erigidas a partir de la Ley Salmón de 1935 para facilitar el acceso a la vivienda de la pequeña burguesía. De este repertorio, en general completado tras la derrota de la República que lo auspició, recomiendo Córcega 619-23, avinguda Gaudí 56, ambas dos de Pere Benavent de Barberà, y el 307 de Castillejos, preludio al passatge de Canadell.

El pasaje CLIP. | Jordi Corominas

La alcaldía, en vez de quedarse con lo previsible, podría apostar por difusión patrimonial de periodos desdeñados, de los años veinte a la República, de la posguerra al estilo brunelleschiano franquista, tan bien encarnado en el bloc CLIP: Córcega, Lepanto, Indústria, Padilla. ¿Lo harán? No, porque para los que mandan sólo existe el Modernismo, aunque ahora el gobernante, que dice ser del Baix Guinardó, parece querer mucho otros instantes, a veces hasta sin darse cuenta.

Mi otra pregunta estriba en si han meditado sobre cómo esa rectitud que explotarán y venderán cual gran éxito al mundo sufrirá reformas de calado, como por ejemplo darlo a la ciudadanía y no ahondar más en su servicio al turista, entre terrazas y precios imposibles para el bolsillo de los barceloneses. Soñar es gratuito, así como creerse una fachada para BCN sin Barcelona, por desgracia pasiva y sin personalidad para reclamar estas mejoras que propongo, como siempre, desde el periodismo ciudadano.

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