Ir a una consulta médica, desde siempre, ha sido un paso importante en la búsqueda de guía, soporte, ayuda. Uno de los espacios en los que somos más vulnerables y esperamos que esta vulnerabilidad sea correspondida. En un entorno social en el que se pide el máximo esfuerzo y la máxima resolución, mostrarse vulnerable no es fácil. Las personas que trabajan en el ámbito de la salud son algo como un faro en la oscuridad. Al fin y al cabo, todo lo que rodea a la salud tiene una relación directa con nuestra vida, nuestros cuerpos y nuestro día a día.
Cuando entramos en una consulta, nos metemos en manos de personas expertas, en las que confiamos para acompañarnos. Y, en Cataluña, como territorio pionero en Derechos Sexuales y Reproductivos, es cierto que se han logrado avances importantes en la atención al colectivo LGTBIQA+ en el ámbito sanitario. Estos avances son el resultado de décadas de lucha e incidencia del tejido asociativo, comunitario, y también de profesionales dentro del sistema público, que han denunciado las carencias estructurales de un modelo sanitario que, todavía hoy, sigue excluyendo a muchas personas. Podemos encontrar ejemplos de estas mejoras en documentos como el Model d’atenció a la salut de les persones trans del Departament de Salut, el Pla de Salut de Catalunya, la Guía para la atención sanitaria a personas trans en el ámbito sociosanitario, elaborada por el Ministerio de Sanidad y la FELGTB, las Recomanacions per a professionals que treballen amb població adolescent i jove LGTBIQA+ en centres de salut, elaborada por el CJAS, o l’Aproximació a la presència de les diversitats afectivosexuals i de gènere, también elaborado por la Associació pels Drets Sexuals i Reproductius.
Los motivos de esta exclusión son diversos: identidad de género, orientación sexual, racialización, clase social o situación administrativa. Porque el sistema, por mucho que hable de derechos, sigue funcionando bajo una lógica heteronormativa, binaria y adultocéntrica. Y eso se nota. En el lenguaje, en los silencios, en las preguntas que no se realizan o cómo se realizan y en las miradas. Violencia institucional.
La violencia institucional no siempre grita. Existe –tanto por acción como por omisión– y perpetúa las desigualdades estructurales. Se manifiesta cuando tu nombre no aparece en la tarjeta sanitaria, cuando te tratan como si fueras incapaz de tomar decisiones, cuando reducen tu malestar a “las hormonas” o cuando te piden que repitas tres veces tu identidad y aún así te tratan con artículos y un género que no te identifica.
También ocurre (y demasiado a menudo) en el momento de la recogida de muestras para pruebas de ETS. Lo que no está contemplado en el protocolo no se investiga. ¿El sexo entre personas con vulva? Parece que no exista. ¿Las prácticas sexuales que no implican penetración? Invisibilizadas. ¿Los cuerpos disidentes? Patologizados o ignorados. Y cuando tu realidad no encaja, te acabas yendo con más dudas que respuestas. O peor, con miedo y vergüenza.
Esto no sólo es desinformación. Es una vulneración de derechos. Y tiene consecuencias: jóvenes que no vuelven, que se diagnostican tarde, que se automedican, que arrastran culpa y vergüenza por cómo han sido tratadas. Jóvenes que deciden no cuidarse porque el sistema no los cuida.
A nivel estadístico, los datos confirman estas vulneraciones. Según el informe “Las personas trans y el sistema sanitario” (Fundación Triángulo, 2019), casi la mitad de las personas trans encuestadas (47,9%) afirman haber recibido un trato discriminatorio o poco adecuado por parte del personal sanitario, y un 48,5% han llegado a aplazar o anular citas médicas por miedo a ser discriminadas. Entre las situaciones más frecuentes se encuentran el uso del nombre registral (deadname), el cuestionamiento de la identidad y la tendencia a atribuir cualquier síntoma a los tratamientos hormonales. Estos datos se ven confirmados y ampliados por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE (FRA, 2024), que señala que el 34% de las personas trans y el 16% del conjunto de personas LGTBIQA+ han sufrido discriminación sanitaria, y que el 46% no revela su orientación o identidad de género al personal médico por miedo al trato recibido. La situación es especialmente preocupante entre la población joven: el 45% de adolescentes de entre 15 y 17 años sienten que sufren discriminación por motivos de identidad u orientación. El informe “Estat de l’LGTBI-fòbia a Catalunya 2023 ” (OCH) alerta de la persistencia de estas discriminaciones, aunque no ofrece datos específicos desagregados en el ámbito sanitario, sí recoge relatos y quejas recurrentes por falta de protocolos adaptados y vulneraciones, como la negación del nombre oído o el trato invalidante por parte del personal médico.
En Cataluña, el Observatori contra la LGTBIfòbia y el Observatori pels Drets Sexuals i Reproductius recogen casos como: “No acepta mi nombre ni mi identidad de género. No me ha querido hacer pruebas porque considera que entre mujeres cis no hay riesgo. He dado positivo en una ETS, pero no me dan información de lo que puede pasar”.
Es innegable: en los últimos años, muchos y muchas profesionales de la salud han dado un giro importante en la forma en que atienden a la diversidad sexual, afectiva y de género. Este cambio se hace especialmente evidente en la llegada de nuevas generaciones de profesionales (enfermeras, comadronas, médicas, ginecólogas) con una mirada feminista y comprometida con los derechos, que aportan otra forma de hacer, más abierta, respetuosa y cercana. Cada vez son más las personas que entran en consulta y se sienten respetadas, reconocidas en su identidad, y escuchadas sin juicios cuando explican sus vivencias o expresan dudas sobre su cuerpo, placer o límites.
Este cambio no es menor. Y desde los espacios comunitarios como el CJAS lo celebramos, reconocemos y valoramos. Sabemos que tras cada gesto inclusivo, tras cada pregunta bien formulada, tras cada silencio respetuoso, hay una voluntad real de transformar la forma en que se ha hecho salud durante décadas.
Sin embargo, debemos tener en cuenta y reconocer que el sistema sanitario ha estado históricamente pensado desde una normatividad muy concreta: heterosexual, binaria y mayoritariamente centrada en la reproducción. Cambiar esto no consiste sólo en incorporar una terminología nueva o adaptar un protocolo, sino realizar una revisión profunda de cómo entendemos el cuerpo, el deseo, el placer y la relación entre profesionales y pacientes.
Por eso, no podemos seguir confiando sólo en la buena voluntad o en el interés individual. Es necesario que la formación en género y diversidad afectivosexual sea obligatoria, transversal y continuada para todo el personal sanitario. No como un módulo opcional, no como jornada puntual, sino como parte estructural de la profesión. Como pilar más de la práctica clínica.
No sólo hablamos de conocimiento, sino de actitudes, de mirada, de escucha. De la capacidad de no poner el foco sólo en el órgano, sino en la persona. De saber que la identidad, el deseo y las prácticas no pueden deducirse por la tarjeta sanitaria ni por el nombre de la pareja.
Sabemos que ese camino no es fácil. Sabemos que implica desaprender y revisar lo que nos han enseñado como verdad universal. Pero también sabemos que hay muchas profesionales que ya están dando ese paso, y que tienen ganas de hacerlo mejor. Que cuando ven que una consulta se convierte en un espacio de confianza, de reconocimiento y de cuidado real, entienden que este cambio vale la pena.
La salud sexual de los jóvenes LGTBIQA+ no es un añadido ni una excepción. Es una parte fundamental del derecho a la salud. Y garantizarla no sólo es cuestión de justicia, sino también de calidad asistencial.
Desde la experiencia en el CJAS, sabemos que cuando se hace bien, la diferencia es enorme. Nuestro modelo de atención, centrado en la diversidad afectivosexual y de género como eje transversal de toda la intervención –desde la recepción hasta el acompañamiento clínico– demuestra que es posible generar espacios donde la juventud LGTBIQA+ se sienta reconocida, segura y con poder de decisión. Este enfoque, construido desde la mirada comunitaria y feminista, puede y debería servir como referente para transformar los circuitos y protocolos de la atención sanitaria pública. Por eso, este artículo no es sólo un toque de atención. Es también un reconocimiento a todas aquellas profesionales que ya han empezado a andar en esta dirección. Y un recordatorio colectivo: En un contexto social continuamente cambiante, no podemos quedarnos atrás, es necesario evolucionar. Nos queda mucho por hacer, pero hacerlo juntos es la única manera de hacerlo bien.


Catalunya Plural, 2024 
2 comentaris
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