Tres generaciones

Un estudio del Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE) –organismo de la Unión Europea– sobre la igualdad entre géneros, que se presentó hace un par de años, habla de la extrema lentitud de los avances hacia una plena igualdad y los considera “frágiles avances”.

El estudio, entre otras cosas, mide la desigualdad en el ámbito de los cuidados, en cuanto al liderazgo y reparto, y la salud, por lo que se refiere al acceso a los servicios sanitarios. En ambos aspectos, España ha sufrido retrocesos en cuanto al reparto de los cuidados, y nada significativos –un 0’2%– en lo que respecta al acceso a la salud. Son datos, como decía, de hace un par de años, pero es un análisis a partir de datos anteriores a la pandemia, así que, a pesar de que se hayan aprobado nuevas leyes y se hayan llevado a cabo políticas con espíritu de avance, los datos a día de hoy pueden ser mucho más asombrosos.

De hecho, la señal de alerta que hacía el informe se ha destapado como una realidad oculta durante demasiado tiempo en lo que se refiere a la salud y, en concreto, a la salud mental. Las mujeres son y han sido invisibilizadas y, además, existe predisposición a los trastornos por las sobrecargas y por el aumento del trabajo de cuidados y de la incertidumbre económica derivada de la pandemia.

Todo suma, y en el mercado de trabajo las mujeres añaden el peso de la brecha salarial, una media del 26%, con unos salarios ya de por sí poco ajustados al aumento del coste de la vida y unas condiciones laborales precarias, afecta a la desigualdad de partida y, sobre todo, tiene una relación directa con una base desigual que no permite tener igualdad de oportunidades en las mismas condiciones. Los privilegios masculinos son el punto de partida, lo que marca lo “universal”, y así las desigualdades se perpetúan, porque no se puede hablar de equidad con bases de partida desiguales.

La desigualdad tiene muchas caras, la discriminación es múltiple; es necesaria una mirada amplia, porque la clase social, el origen, la edad, la orientación sexual y la identidad de género, por decir algunos factores, provocan una desigualdad mucho más fuerte, aumentan la vulnerabilidad y amplían la diferencia respecto a la igualdad oportunidades.

A pesar de todo, las mujeres en situaciones muy complejas y de extrema vulnerabilidad siguen manteniendo el cuidado y la atención de las personas dependientes, por encima de su propio bienestar y salud. ¿Esta entrega, positiva socialmente, puede ser considerada positiva para las mujeres? La sociedad no puede seguir cargando las necesidades sociales sobre las espaldas de las mujeres. La sociedad no puede seguir precarizando, invisibilizando y ejerciendo esta violencia de la comunidad sobre la vida y la salud de las mujeres.

El propio EIGE sitúa hasta a tres generaciones el poder ver una sociedad con igualdad efectiva de género; las Naciones Unidas la sitúa en unos 300 años. Si siguiéramos en la línea de los avances políticos y sociales la equidad está lejos, por eso hay que seguir avanzando en todos los ámbitos, seguir apostando por una legislación avanzada que reconozca y desarrolle lo que ya dicen las cartas magnas, la normativa europea o las grandes declaraciones mundiales. Hacer efectivos los derechos de las mujeres es una necesidad social, ¡no lo dudéis!