Hace un par de semanas publiqué en este mismo medio un artículo que hablaba del estudio de las medidas de bienestar subjetivo dentro del campo de la economía. En ese texto explicaba por qué es importante acompañar los análisis de las políticas públicas con medidas de bienestar subjetivo, no solo porque nos garantizan tener unos datos más completos y rigurosos, sino también porque nos permite estudiar divergencias en el impacto de cualquier medida aplicada desde las instituciones. Ese artículo estuvo motivado por la creación del nuevo índice de bienestar subjetivo de la Generalitat de Catalunya. Siguiendo la línea argumental y debido a que estas semanas nos bombardean con artículos, actos, presentaciones e intervenciones sobre género y desigualdad, me gustaría hablar sobre las diferencias de género en materia de bienestar subjetivo. Dicho de otro modo, mucho más sensacionalista: ¿quiénes son más felices los hombres o las mujeres?

En cualquier tema de desigualdad, y especialmente cuando hablamos de desigualdad de género, existen discrepancias dentro de la academia, sobre si es estadísticamente significativa o no la diferencia, es decir, sobre si es tan relevante como para ser teorizada o estudiada. En cualquier caso, abundan los informes y artículos científicos que señalan cómo históricamente las mujeres muestran niveles de bienestar subjetivo más altos que los hombres, es decir, a la hora de hacer encuestas sobre felicidad y satisfacción de vida (dos medidas que suelen usarse como casi sinónimas en el campo de la economía de la felicidad), las mujeres suelen responder de media con niveles más altos que los hombres. Este resultado se conoce como la brecha de género en la felicidad. Fácilmente, podría sorprendernos que viviendo dentro de una sociedad que legitima y ampara las desigualdades entre hombres y mujeres, beneficiando a los primeros con un sistema basado en la dominación, sean las mujeres las que muestren tasas de felicidad más altas. Existen distintas hipótesis que explican el porqué de la disparidad de datos mencionada, en este artículo me centraré concretamente en dos puntos relevantes que permiten empezar a descifrar qué pasa con la felicidad de hombres y mujeres.

El primer aspecto a tener en cuenta son los sesgos potenciales en los que caen las personas que responden las encuestas. Uno de los más habituales es denominado sesgo de la deseabilidad social. Estas cinco palabras hacen referencia a la necesidad de los sujetos de responder a las preguntas con aquello que se considera socialmente mejor o deseable, en vez de con total honestidad, ensuciando los datos y las conclusiones que se pueden extraer después. Este sesgo podría hacer que los resultados de niveles altos de felicidad estén sobrerrepresentados. Las personas que socializan como mujeres pueden interiorizar una búsqueda constante de aprobación ajena, que en este marco concreto se traduciría en responder con niveles más altos de felicidad que los hombres, no solo porque “deban” sino también porque “no quieren molestar”. Entrelazando esta idea con el concepto de socialización femenina y expresión de las emociones, se pueden extraer algunas intuiciones interesantes. Si bien es cierto que puede que las mujeres caminen en esta mezcla de “no querer molestar y a la vez querer agradar”, es cierto, que están más habituadas a hablar y expresar sus emociones que ellos. Así pues, ¿hasta qué punto la presión de agradar y no molestar interviene cuando tienen más facilidad a la hora de identificar sus emociones y potencialmente responder con más sinceridad a este tipo de preguntas?

Como segundo punto cabe destacar que la brecha de felicidad por razones de género no es un fenómeno estático. Lo llamativo de este resultado es que desde hace unos años ha ido decreciendo en ciertos países. Distintos estudios apuntan a una reducción de la brecha debido a que los hombres muestran niveles de satisfacción más altos, y las mujeres más bajos. Esto hace que en términos absolutos y relativos la brecha mengüe. Una de las claves que explica este resultado es la relación que existe entre el cambio de expectativas sociales para las mujeres, la persistencia de las desigualdades por razón de género y las tasas de felicidad.

No solo se han doblado las expectativas sociales impuestas sobre las mujeres, pasando de cuidadoras del hogar a trabajadoras también, sino que a la vez estas expectativas se encuentran en un entorno social lleno de retos y dificultades. Las respuestas que se dan a las preguntas de “índica del 1 al 10 cuanto de feliz eres” no captan únicamente la felicidad individual, sino también la comparada. Los niveles de aquello que respondemos pueden depender del entorno con el que nos comparamos, es por este motivo que si las mujeres se comparan no solo con otras mujeres, sino con su entorno masculino a la hora de responder a estas preguntas, es normal que encontremos respuestas más bajas en los niveles de felicidad, por una simple cuestión de desigualdad. Si como trabajadora encuentro muchas más trabas que mi compañero por cuestiones de desigualdad de género, sabiendo que el estatus laboral y el tipo de empleo tienen relación con los niveles individuales de bienestar subjetivo, es de esperar que mi felicidad mostrada no sea necesariamente muy elevada. De hecho, es interesante tener en cuenta qué grado de conciencia o ideología sobre desigualdad de género tienen los individuos que responden a estas preguntas para ver cómo se correlaciona con su felicidad y en consecuencia, si explica la disparidad de resultados mencionada.

Al hablar de desigualdad y grupos discriminados, los datos suelen indicar unas peores condiciones, en casi cualquier materia, para aquellos individuos que no pertenecen al colectivo normativo o privilegiado. Un campo de estudio donde se replica este resultado es la salud mental de las personas que pertenecen a la comunidad LGBT+. Es habitual que los resultados de informes indiquen unos niveles más altos de malestar para aquellas personas que salen de la norma. Lo mismo encontramos en el caso de las mujeres; sí, muestran, o mostraban, niveles de felicidad más altos que los hombres, pero a qué precio. ¿Estamos hablando de un resultado sesgado por naturaleza o que ahora se ve mucho más influenciado por las expectativas laborales y por ende, por la discriminación por razón de género en este ámbito?

Lo más relevante a la hora de hablar de diferencias de género, especialmente en el campo de la economía, es ser consciente de desde dónde estamos enunciando un juicio sobre un resultado estadístico. Durante años se creyó dentro del mundo de la economía laboral que los miembros de una familia, tradicional y heterosexual, negociaban cuál de los dos asumía las tareas domésticas y cuál entraría en el mundo laboral. De esta frase es muy sencillo derivar que si el trabajo del hombre está mejor remunerado que el de la mujer, es lógico y eficiente que se dividan así las tareas.

Bajo una capa de eficiencia matemática se encubren dos suposiciones ideológicas extremadamente fuertes. Primeramente que la diferencia salarial entre hombres y mujeres sea algo casual y en segundo lugar que exista una preferencia natural y una ventaja comparativa de las mujeres para asumir las tareas de cuidados, como si las preferencias no estuvieran moldeadas socialmente. Si ahora sabemos qué implican para el estudio de la economía laboral este tipo de suposiciones, es el momento de empezar a hacer lo mismo al hablar de medidas de bienestar subjetivo y felicidad: qué diferencias existen en los resultados de satisfacción entre hombres y mujeres, pero sobre todo por qué. Si asumimos una vez más la norma social como neutral y no identificamos el impacto que pueden tener los patrones de socialización de género o los cambios institucionales a la hora de responder a las preguntas de bienestar subjetivo, nuestros análisis no solo estarán sesgados, sino que además servirán de poco.

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2 comentaris

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