Ya hace tiempo que trabajo acompañando a personas que forman parte de colectivos vulnerabilizados por una sociedad y un sistema atravesado por las desigualdades; personas que sienten en sus propias carnes las múltiples discriminaciones fruto de un sistema de desigualdades. A veces hablamos de este sistema, de estas desigualdades estructurales, pero con demasiada frecuencia olvidamos los nombres, apellidos y vivencias que hay detrás de estas situaciones. Quizás si las personas que día a día deciden las políticas de este país aterraran a las realidades cotidianas de estas personas, las cosas tendrían otra forma y tomarían otro rumbo; quizás entonces los cambios se acelerarían, las dificultades para llevar a cabo transformaciones se diluirían y los recursos, la optimización y la redistribución de la riqueza estarían más cerca de ser una realidad.
Y es que las personas de las que hablo tienen una voz silenciada por el sistema, una voz incómoda que no quiere escucharse. Y por eso, hoy, aprovechando este altavoz, me siento con la responsabilidad de hablar de las múltiples dificultades y vulneraciones de derechos fundamentales que sufren. Por ejemplo, en el campo de la inserción social y laboral nos encontramos con múltiples casos de personas que, a causa de su procedencia, de su situación económica y social, así como de su género, sufren la violencia de las que se aprovechan de esta situación: las grandes empresas e instituciones. “En esta empresa no pagamos las vacaciones, pero si no te gusta ya sabes dónde está la puerta”, o bien: “no te puedo dar el nuevo contrato, es el mismo que ya te hicimos, no lo necesitas”, o también: “el material que necesitas para trabajar lo tienes que pagar tú, por eso te lo quitaremos del sueldo”, o miradas y palabras de desprecio cuando una mujer de origen senegalés entra en una comisaría para realizar su trabajo de traductora.
Cuando trabajas acompañando a personas que han sufrido estas violencias económicas, sociales, de género y fruto de su procedencia te das cuenta de la incapacidad que tenemos actualmente para dar una respuesta que esté a la altura de la garantía de los derechos fundamentales. Se hace más evidente que nunca el poder que tienen las administraciones y las empresas para seguir reproduciendo unas leyes hechas por los de arriba y desde los de arriba para continuar oprimiendo, para seguir explotando y condicionando la vida de las personas que quieren salir de una situación de miseria. También la auténtica vergüenza que representan convenios para ciertos sectores, que normalmente son sectores feminizados, como los de los cuidados y los de la limpieza. Precisamente, también sectores fundamentales para la reproducción de la vida.
Así pues, cuando en las sesiones de acompañamiento y de formación comienzan a surgir situaciones de discriminación, como por ejemplo de vulneración de derechos laborales o bien discriminaciones raciales y también de género, nos damos cuenta de que acompañar a estas personas significa darles herramientas para que puedan denunciar estas situaciones. ¿Pero qué organismos tenemos para denunciar estos hechos sin que esto tenga consecuencias directas en su capacidad material? ¿Cómo denunciamos esto sin que pierdan su trabajo? ¿Qué estrategias les damos para que mejoren su capacidad de incidencia si, en realidad, ellas ya saben lo que necesitan, pero lo que ocurre es que viven en un chantaje constante por parte del sistema de funcionamiento de la sociedad actual para poder llegar a fin de mes y cuidar de los suyos?
Vincular los diferentes recursos de garantía de derechos y dar a conocer los servicios actuales es una posibilidad para dar respuesta a estas situaciones; sin embargo, la realidad es que estos recursos son escasos, lentos y no dan respuestas inmediatas en situaciones de urgencia. Asimismo, también existe un centralismo latente que hace que estos recursos se encuentren sobre todo en la ciudad de Barcelona, donde muchas de las personas que atendemos fuera de la ciudad no tienen acceso. Al mismo tiempo, cuando hablamos de estos recursos debemos situarnos y ser conscientes de la lógica burocrática que lo impregna todo y dificulta en exceso el acceso a los diferentes servicios y herramientas que necesitan las personas.
En relación con la inserción laboral y social necesitamos políticas para acompañar a las personas que sean transversales, que tengan en cuenta las múltiples ramas que necesita una persona para desarrollar su vida. Políticas que vengan marcadas para hacer frente a las grandes situaciones de desigualdad producidas por una lógica de mercado marcada por la desigualdad; que todos y todas nos plantemos y podamos crear, tejer y dar herramientas también comunitarias de apoderamiento y de cuidado entre nosotros. De y para todas las trabajadoras, vengamos de donde vengamos, generemos espacios de lucha y de cuidado.


