A lo largo de este 2024 las Barcelonas pasean Vilapicina centímetro a centímetro. Incluso antes de adentrarnos en el barrio aparecían por estas páginas Fabra i Puig y la riera d’Horta, extensa y abordada en otras entregas o reportajes. Por eso hoy dedicaremos a ambos espacios el protagonismo al ser fronteras de todo este territorio, antaño plagado de masías bien regadas por varias aguas.

El minúsculo entorno tradicional de Vilapicina quedó aislado de toda centralidad, como exiliado de sí mismo, a partir de 1959, cuando se emprendió la extensión de Fabra i Puig. Su tramo en el Sant Andreu contemporáneo se conoce como Rambla, mientras a partir de la Meridiana se rebautiza en passeig, nombre indigno por su transformación porciolista, debida a tres factores.

Hasta la intervención del longevo alcalde franquista, permaneció en el cargo de 1957 a 1973, el tope de Fabra i Puig serían los aledaños de Virrei Amat. El impedimento marcaba una barrera más que simbólica entre un mundo urbanizado y otro aún con su aroma rural. Todas las masías, excepto Can Basté, sufrieron tarde o temprano la ira de la piqueta en pos del supuesto progreso, sintetizado en una especie de autopista urbana con un desproporcionado ancho de calle para mostrar la hegemonía de los motores sobre la ciudadanía, resignada a unas escuchimizadas aceras.

Foto aérea de 1965. El azul es para la riera de Horta, el rojo para el paseo de Fabra i Puig, el amarillo para la calle de Vilapicina, el verde para Els Quinze. La flecha azul indica el punto de colisión de la riera de Horta y el torrente de Carabassa, la naranja el barrio del Turó de la Peira, mientras que la rosa es la plaza de Virrei Amat.

No me gusta caminar el passeig de Fabra i Puig. Tras el núcleo duro del Santuario, Can N’Artés y Can Basté se produce una ruptura brutal por culpa de la eclosión de bloques altísimos, bellos por cómo dirigen la vista en esa pendiente pese a ser horribles en lo estético.

Mi placer por Fabra i Puig es observar sus cruces. La trilogía de Porcioles en este enclave fue la siguiente: alargar la Fabra i Puig primigenia en su senda de conexiones disparatadas, esta no tanto, por toda la ciudad, fomentar la densidad habitacional con todos esos inmuebles ultramodernos y consolidar el conjunto por el corte de la cinta del metro de Vilapicina de la línea azul, acaecido en 1965.

Cruce de la calle Pintor Casas con la riera de Horta. Jordi Corominas

Por lo demás, Fabra i Puig y ese analizar sus enlaces hacia uno y otro lado me ha ayudado a interiorizar uno de sus efectos y a descubrir una discrepancia entre el presente reciente y un pasado no tan lejano.

El passeig es una inmensa pantalla para esconder a sus antecesores. El más inmediato es el Turó de la Peir; su urbanización a cargo del empresario Roman Sanahuja data entre 1953 y 1961. El veterano era Vilapicina y su homónima calle, ocultos con esa estrepitosa irrupción de asfalto y cemento. Esta soberanía de la verticalidad asimismo transforma a Fabra i Puig en un ente único, notorio como pasarela para los vehículos motorizados.

El muro verde del final es la conclusión abrupta de la calle Espiell. La pantalla superior es Fabra i Puig. Jordi Corominas

Al hablar del carrer de Vilapicina comenté cómo su continuación hacia Horta era el de Espiell. Sin embargo lo traté por encima, dándome cuenta estos días, al andar por Fabra i Puig, cómo muere en una pared a causa de ese autopista de los márgenes, imparable en su expansionismo. El consuelo de esta muerte súbita es que el muro nos explica cómo Espiell llegaba hasta ahí sin jamás nadie pensar en ampliarla ante el empuje de lo novedoso.

El limes inferior de Vilapicina, casi un agujero entre dos pendientes, es la riera d’Horta. Aconsejo al lector repasar escritos de no hace tanto para aprehender su magnitud. Hoy será el turno de su tramo de Cartellà. Su debut está en otro emblema fronterizo, l’avinguda dels Quinze, corroboración de la lógica de las rutas de nuestros antepasados, pues era el camí de Sant Iscle.

Confluencia del camino de Horta a Sant Martí (el primer tramo de Cartellà) con el camino de Sant Iscle (avenida de los Quince). Jordi Corominas

Mi relación con la riera d’Horta en Cartellà es evolutiva y en este instante reforzamos los lazos a base de gastar suela y estudiar documentos. Antes de la pandemia investigué lo que sería la pantalla de este segmento, Torre Llobeta, buen guiño de cómo todo este perímetro, salvo la Vilapicina del área de Can Gaig, fue rodeándose por acometidas inmobiliarias del Franquismo. Es por eso que ingresamos en Cartellà bien cobijados por esas fachadas de estilo italianizante fascista, dominantes hasta poco después del monumento La flama, cuya existencia crea indiferencia entre los peatones pese a señalizar una encrucijada fundamental.

La flama, escultura de Ricard Vaccaro, se halla en la confluencia de la riera d’Horta y el camino de Horta a Sant Martí que, no por casualidad, finalizaba en la masía de Can Ros, eje para el futuro barrio del Congrés. Su rastro sería el trocito de Cartellà entre l’avinguda dels Quinze y esta sinuosa obra de arte, mientras la riera d’Horta proseguía su descenso por el carrer de Costa i Cuixart. Ese curso adquiere todo el sentido tanto por unas casitas con decoración modernista de la cercanía por cómo la riera recupera su nombre original mientras baja colindante al barrio de la Jota, hasta la Meridiana.

La Flama de Ricard Vaccaro en la confluencia de la riera de Horta y el camino de Horta a Sant Martí. Jordi Corominas

La riera establecía otro límite entre poblaciones en el carrer de Petrarca, uno de los más fascinantes de Barcelona si nos ponemos a desgranar todas sus minucias históricas. Por el mismo, con matices, el torrent d’en Carabassa se fundía con la riera d’Horta. Esa efusión fluvial fue un imán para pequeñas masías y otros negocios, alentados por el agua y puede que por la proximidad a Horta, cuyos mandamases eran bien conscientes de la divisoria, hasta remarcarla más con una calle medio invisible en 2024, la de Folc, con mucho a decirnos en las próximas semanas.

Vista de la calle Petrarca. Jordi Corominas

En algunas imágenes de septiembre de 1978 es indescriptible comprobar cómo los aguaceros desataban a la riera en Cartellà. En 1992 una fotografía aérea del carrer de Petrarca nos enseña un desastre de aparcamientos y calles irregulares por culpa de torrentes y riachuelos.

Esas inundaciones de la Transición aceleraron tapar a ese mito de la periferia para mejorar la vida de los vecinos. El Cartellà de nuestro siglo luce bastante glorioso y, a diferencia de Fabra i Puig, puede ostentar carisma patrimonial bien porque la riera no puede desaparecer de la nada, bien porque el rastro de lo agrícola subsiste y podría hacerlo más si al Ayuntamiento le diera por activar un plan de pedagogía urbana para ponderar el porqué de tan particular morfología hasta passeig de Maragall, con vías muy filosóficas y otras adictas a los pinceles donde hubo clanes de renombre y fábricas con mucha solera.

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2 comentaris

  1. Rafael de Palomar on

    En la fotografia-gràfic on es remarca en color blau cel el recorregut de la Riera d’Horta, hi ha una errada que desprès en l’escrit de l’article es subsana:
    La Riera, en el tram fins al que seria l’antic camí de sant Iscle, actualment avinguda de Els Quinze; no ho fa pel carrer de Cartellà sinó que va pel carrer de Costa i Cuixart fins a l’actual carrer de Riera d’horta.

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