Probablemente, una de las autoras más interesantes en el siglo XXI sea la francesa Chloé Cruchaudet (Lyon, 1976). Diplomada en estudios de animación, donde ha realizado diversos trabajos, ha destacado como autora completa (guion, dibujo y color) de novelas gráficas autoconclusivas, a las que ha dedicado varios años a cada una de ellas, realizando en todas sus publicaciones un minucioso trabajo de investigación, al tratarse de adaptaciones, biografías y/o inspirándose en hechos reales, todos ellos de temáticas muy diferentes entre sí. Su trabajo meticuloso y concienzudo, y el tiempo necesario a dedicar a la producción de una obra de esta magnitud le impone que el tema escogido sea realmente apasionante. Y su último trabajo rezuma esa cualidad en varios sentidos.
Se publica en un único volumen en abril de 2024 la novela gráfica Céleste y Proust (Céleste. Bien sûr, monsieur Proust, 2022; Céleste. Il est temps, monsieur Proust, 2023), en castellano por el sello Lumen del Grupo Editorial Penguin Random House, con traducción de Fabián Rodríguez Piastri, y en catalán por la Editorial Finestres, con traducción de Marta Marfany. Publicada originalmente en dos tomos en Francia, Chloé Cruchaudet quiso aportar su particular contribución a los festejos del centenario de la muerte del escritor Marcel Proust (1871-1922) con una novela gráfica que se inspira libremente en la autobiografía de Céleste Albaret (1891-1984), Monsieur Proust (1973), compilada en su momento por el escritor, periodista y traductor, Georges Belmont (1909-2008), que recopilaba las más de setenta horas de entrevista que le realizó a lo largo de cinco meses, y cuyos audios están disponibles en la Biblioteca Nacional de Francia. Monsieur Proust se publicó en castellano en 2013 por la Editorial Capitán Swing, con traducción de Esther Tusquets y Elisa Martín Ortega, que incluía una introducción de Luis A. de Villena, traductor de la obra de Marcel Proust, y uno de los mayores expertos en el escritor francés.
La inspiración le llegó a Cruchaudet un sábado por la mañana realizando tareas domésticas en su hogar mientras escuchaba la radio. En el programa sintonizado se escuchó precisamente uno de esos audios de Céleste Albaret, a la que no conocía. De hecho, nadie la conocía durante cinco décadas hasta que alguien descubrió una entrañable dedicatoria que Marcel Proust le había escrito en un libro. Descubrir quién era esa persona daba sentido a las numerosas notas que se conservan del escritor, que fuera de contexto son ininteligibles, hasta que entrevistaron a Céleste y esta accedió a explicar su peculiar historia, en parte como respuesta a las muchas barbaridades que se decían del autor. Y decidió hacerlo en el momento apropiado después de mantener durante décadas su discreción: se celebraba el cincuentenario de la muerte de Proust.
Céleste y Proust narra la experiencia de Céleste Albaret durante los nueve años que pasó al cuidado de Proust. Primero como recadera, más tarde como gobernanta, después como compañera y ayudante inseparable. Después de su madre, fue la persona que más influyó en su vida. Una vida caracterizada por su delicada salud, aunque un tanto hipocondríaco, muy maniático, y que apenas salió de su habitación durante largos períodos de tiempo. El horario cambiado del escritor, prolífico de noche mientras descansaba durante el día, hizo de Céleste una guía y ayudante prácticamente las 24 horas del día todos los días de la semana durante años.
Proust era un dandi que vivía de rentas, lo que le permitía una vida acomodada (aunque en el relato asistiremos a una mudanza a un apartamento más pequeño, obligado por los numerosos gastos que le suponía esa primera residencia). La novela gráfica nos muestra la parte más humana y vulnerable del autor, al describir las secuencias siguiendo los recuerdos de Céleste, lo que nos permite descubrir el proceso creativo de un genio literario como Marcel Proust, algo poco habitual.
Aunque resulte extremadamente interesante, también es cierto que lo describe a menudo como caprichoso, frágil, mimado e inseguro, a pesar de que su talante sea exactamente lo contrario, sobre todo cuando tenía clarísimo que debía ser el próximo Prix Goncourt, un premio de gran prestigio otorgado por primera vez en 1903 y que ha llegado hasta nuestros días, reconociendo la calidad literaria de una obra en cuestión. Proust lo acabaría ganando en 1919 por su célebre A la sombra de las muchachas en flor (À l’ombre des jeunes filles en fleurs, 1919), que correspondía al segundo volumen de su monumental obra En busca del tiempo perdido (À la recherche du temps perdu, 1913-1927).
Cruchaudet reconoce que dedicó un año y medio a leer la obra de Proust, la mayoría, por cierto, publicada a título póstumo. Esta inmersión en la obra del autor hace que la novela gráfica esté impregnada de pequeñas referencias que los lectores de las novelas sabrán apreciar y reconocer. La autora consigue transmitir con sus dibujos las sensaciones que vivían los personajes, en sus respectivas dependencias o en sus paseos por la ciudad, dotando de una textura singular las viñetas, reconociendo el lector el ambiente, los olores o los silencios. También el sentido del humor que destilaban las conversaciones entre los dos, que da una idea de la complicidad que había entre ellos.
Céleste Albaret llegó a la vida de Proust con apenas veinte años, poco después de casarse y de llegar a la gran ciudad desde el campo, reconociendo que no solo no le gustaba limpiar o cocinar, sino que no sabía hacerlo. Su marido era chófer esporádico de Proust y propuso que su mujer fuera la persona que pudiera hacer los recados (llevar paquetes por la ciudad, la mayoría con los textos que había escrito por la noche). Posteriormente, tras la marcha de su mayordomo, se convertiría en su asistente personal, con una relación muy íntima y estrecha, casi una relación filial, teniendo en cuenta el carácter homosexual del escritor.

Proust era asmático desde la infancia, y no permitía que se limpiara el polvo de las estancias sin su permiso previo (que se intuye, no lo daba muy a menudo), y su actividad intensa nocturna exigía un silencio absoluto diurno en el apartamento. Probablemente anoréxico, tampoco le suponía un gran trabajo como cocinera. Pero Céleste se convirtió en la persona que lo animaba a continuar trabajando, respetando sus exigencias, y contribuyendo a la disciplina autoimpuesta del escritor, siendo su ayudante en las numerosas correcciones que realizaba a su obra. Céleste fue la que propuso enganchar hojas con las correcciones a las páginas originales, para facilitar el trabajo de la editorial antes de su publicación. Los curiosos manuscritos que aún se conservan muestran esa disposición como de acordeón, mostrando los numerosos cambios realizados, exponiendo en todo su esplendor el proceso creativo iterativo de Proust, que revolucionó la gramática en su momento, y que tanto ha influenciado a las generaciones posteriores de escritores.
La relación era tan intensa en todos los sentidos, y extensa a lo largo del día y de las semanas, que probablemente le provocó a Céleste el síndrome del trabajador quemado, producto de un estrés prolongado, que se manifestó en un agotamiento físico y mental, que llegó a provocar su renuncia del trabajo. Poco después, sucumbió de nuevo a la solicitud de Proust de que volviera, eso sí, con nuevas condiciones y una ayudante (la propia hermana de Céleste), que aligeró durante años esa intensidad perpetua. La novela gráfica también nos presenta dos mundos de gran contraste, dos clases sociales diferenciadas, cuyas barreras se desvanecían en la intimidad del cuarto del autor. Solo hay que recordar una de las costumbres que tenían, cuando el autor le leía en la cama lo que había escrito, mientras ella escuchaba de pie o sentada en una silla, nunca en la misma cama donde yacía Proust.
Uno de los retos que se propuso Cruchaudet fue el de dibujar a Proust siempre un poco por encima de Céleste, enfatizando las expresiones corporales, disminuyendo el texto de las viñetas, que muestran perfectamente lo que va sucediendo y como se va construyendo poco a poco la relación íntima entre los dos. A pesar de que el mismo Marcel Proust le dijo a Céleste que podría escribir un libro sobre su vida a su lado, tras la muerte del autor, Céleste y su marido se dedicaron a regentar un pequeño y modesto hostal en Paris, aprovechando los ahorros que tenían, teniendo en cuenta que el sueldo de Céleste había sido muy generoso durante años. Esa discreción solo fue rota cincuenta años después de la muerte del escritor, en la ya comentada publicación de su biografía.
Cruchaudet decidió que la protagonista de su novela gráfica sería precisamente Céleste, que la conocemos a través de los audios, de su biografía trascrita y de las numerosas notas que le dejaba Proust a modo de indicaciones, a veces con palabras de ánimo o críticas o órdenes concretas. Se conservan centenares de dichas notas de papel. Toda esta documentación y el trabajo de Cruchaudet permite conocer la figura de Céleste Albaret, una persona fundamental en la vida de Marcel Proust (el escritor dejó anotado que fuera ella quién le cerrase los ojos al morir), que permaneció oculta durante cincuenta años, y de la que llegó a realizarse una película cuando aún estaba viva: Céleste (1980), dirigida por Percy Adlon.
La invisibilidad de la contribución de las mujeres en los procesos creativos se puso de manifiesto cuando, en la celebración del cincuentenario de la muerte de Marcel Proust, se realizó un congreso de expertos e investigadores sobre su obra, e invitaron al periodista que había trascrito los audios de Céleste, en lugar de invitarla a ella directamente. No sean como estos supuestos expertos y lean la novela gráfica Céleste y Proust, de Chloé Cruchaudet, y comprobarán como los genios también necesitan ayuda, y como esta, a menudo, proviene de una mujer.



