A veces, casi sin querer, llegas a un punto del paseo y termina por obsesionarte, hasta proporcionar el deseo de agotarlo. Por suerte, es algo que me ocurre con relativa frecuencia, aun así, el espacio del parque sin nombre entre Petrarca, Pitágoras, Duero y Cartellà ha hecho méritos para permanecer en mi memoria investigadora.
Cada uno de sus dos segmentos tiene a su vez múltiples divisiones y posibilidades interpretativas. En esta ocasión nos centraremos en su tramo superior, antaño repleto de industrias de curtidos, cuya desaparición entroncó con dos fenómenos casi contemporáneos: el proceso de deslocalización/desindustrialización de los años 80 y la proclamación de Barcelona como sede olímpica para los Juegos de verano de 1992.

Digo todo esto porque esta parte superior, comprendida en esencia por Petrarca y Duero, tardó en remodelarse tal como es hoy en día, sobre todo por no tirar al suelo los viejos ingenios, finiquitados o trasladados a la periferia condal, clave para abrir camino y cerrar el círculo del parque innominado, para nosotros del torrent d’en Carabassa.
En una foto aérea de 1992 aún apreciamos el tapón en el carrer del Duero, donde podemos tener las mejores vistas del entorno. En 1987 La Gaceta Municipal nos informa de un plan de reforma interior para Petrarca con Duero con el fin de generar una zona verde y la apertura de esta última, debiendo costearla los propietarios subrogados, cada uno de manera proporcional.

Por lo tanto no debemos ser muy espabilados para comprobar cómo los inquilinos fueron los financiadores de la mayoría o todo el proyecto, si se quiere un prodigio en la política económica de Pasqual Maragall desde su mezcla de lo público con lo privado.
No sé si esta propuesta, repetida en otros números del BOE de la Casa Gran, prosperó, en realidad no lo creo en absoluto, máxime tras revisar las fotos aéreas de la zona. La última antes del estado actual es la ya mencionada de 1992, con un bloqueo de impresión porque lo viejo aún no quería dar paso a lo nuevo, eso desde un punto de vista poético. El más crudo, el deshielo del muro, se limita a un acuerdo entre el Municipio y la empresa Duerpe Tres SL para urbanizar el carrer del Duero de Pitágoras a Petrarca en junio de 2001.
Esta historia nos transporta a otra relacionada para determinar cuando nació una preocupación para terminar con ese absurdo telón de acero en la frontera entre Vilapicina y Horta, aunque en una nota de marzo de 1931 damos con datos alucinantes se mire como se mire.
Tengo fotografiado hasta la saciedad a un fantasma de la plaça Eivissa. Junto a la placa actual se intuye otra que reza plaza del Mercado. Debería ponderarse porque es patrimonio valiosísimo. Por aquel entonces aún había paraditas en esta carismática plaza. El firmante, con iniciales, planteaba una revolución, desde una serie de presupuestos mínimos, enfocada en emplazar el mercado en la plaça Bacardí, según él perteneciente a Vilapicina. Su vecindad con Horta lo hacía el sitio ideal, añadiéndole otra razón de peso: a partir del establecimiento para albergar y vender comestibles se iniciaría una ampliación en varias vías, entre ellas Duero, para conectar mejor este gigantesco limbo con, por ejemplo, el Carmel i passeig de Maragall.

Lo del mercado en un barrio que no es exactamente el tuyo puede transportarnos al presente con la polémica por imponer de manera temporal el Mercado de l’Estrella de Gràcia en els Jardins del Baix Guinardó. Este barrio tiene muchos problemas sin resolver y demasiados oídos sordos de la administración, desde hace años en muy buenos términos con la Asociación de vecinos oficial. Su pasividad ha conllevado por el momento dos demandas de grupos vecinales alternativos. El conflicto por la iglesia de travessera de Gràcia con Bergnes de Les Cases, monopolizado por la voluntad eclesiástica, ha producido una demanda de la Asociación de Amigos del Temple Parroquial del Espíritu Santo.
Por el tema del mercado hay un requerimiento de la Associació de Veïns Salvem el Parc dels Jardins del Baix Guinardó, mientras el Col.lectiu Autorganitzat Salvem el Guinardó, pródigo en insistir en el cierre del hotel para toxicodependientes a diez metros de la escuela Mas Casanovas, tiene el dinero recolectado desde la proximidad, bien preparado por si se necesitan más voces para esta causa.
Volvamos al límite de Horta con Vilapicina. Toda la teoría del opinante de 1931 iba repleta de buenos anhelos. Lo del mercado en la plaça Bacardí era un poco bastante como el de l’Estrella en els jardins del Baix Guinardó, un imperialismo de barrio grande ante el barrio chico. Hubiera destrozado una cuadrícula hermosa de una tierra de nadie a nombre de Alexandre Bacardí, una barriada en sí separadora de dos potencias, una ascendente, otra contenta con su supervivencia y repliegue.

Si acostumbras la mirada estar en Duero con Petrarca es una fiesta multidireccional. Los ojos en el centro se imantan a una perspectiva donde pueden leerse todos los sedimentos de las varias épocas de estos aledaños, de lo rural al feísmo manifiesto de Fabra i Puig, con ropa tendida, pájaros en las farolas y las fábricas bisagra entre las dos áreas del parque. Si miras hacia el cruce exacto de Duero con Petrarca surge una ensoñación hacia la plaça de Bacardí, mientras si desde este lugar miras arriba comprobarás la impostura de Petrarca hacia passeig Maragall, sin embargo con muchos elementos hablándonos de su papel inaugurador de la calle dedicada al poeta del Canzoniere, verdugo de Folch con eco hasta Dante Alighieri.
Duero hacia Pitágoras tampoco es desdeñable por cómo se enmarca hacia passeig de Maragall, pero lo bello y remarcable es el parque. Aún sin bautizo reconocido por sus frecuentadores es un rincón fantástico entre su funcionalidad y su escaparate de estímulos, de cómo desciende Petrarca sinuoso hasta todos sus misterios en juego con el verde, la paz y las personas.


