Al inicio de la saga, en la película El planeta de los simios (Planet of the Apes, 1968), el astronauta George Taylor, interpretado por el actor Charlton Heston (1923-2008), hace un monólogo que corresponde al último informe en el diario de a bordo del viaje interplanetario que están realizando los cuatro tripulantes, y lo hace con un tono desolado: «Desde esta perspectiva el espacio es infinito, destroza el ego de las personas. Me siento solo… totalmente solo»… y continúa con una reflexión pesimista sobre la humanidad cuando se pregunta «si todavía siguen combatiendo contra sus hermanos y dejando morir de hambre a los hijos de sus vecinos», un discurso que contrasta con el papel antagonista que tendrá que encarnar más tarde justamente en defensa de la humanidad en su lucha con los simios en el posterior juicio.

En este primer monólogo (el resto de compañeros de la nave están ya hibernados), Taylor menciona el fenómeno de la dilatación temporal, empleando la teoría de la relatividad de Einstein, y que se explica de forma simplificada con la paradoja de los hermanos gemelos: dos hermanos gemelos envejecerían de forma diferente si uno de ellos se quedara en la Tierra y el otro fuera el pasajero de una nave que se moviera a una velocidad cerca de la velocidad de la luz (que recordemos que es de 300.000 km/s). A la vuelta del viaje, mientras el hermano gemelo habría envejecido unos meses a bordo de la nave, su hermano gemelo que ha permanecido en la Tierra habría envejecido varios años. En la película, se hace referencia al ficticio Dr. Hasslein, a quien se le atribuye el mérito de conseguir diseñar una nave que permitiera realizar el viaje en estas condiciones. Este Dr. Otto Hasslein acabaría siendo uno de los protagonistas de la tercera película de la saga: Huida del Planeta de los Simios (Escape from the Planet of the Apes, 1972).

Cuando el astronauta Taylor describe el periplo, indica que llevan seis meses viajando por el espacio, pero mientras que para él era el 14 de julio de 1972, en la Tierra sería alrededor de 700 años más (los indicadores de la nave marcan el año 2673), esto significa que el tiempo habría transcurrido en la Tierra más de mil cuatrocientas veces más rápido que en la nave, lo que implicaría una velocidad cercana a la de la luz. Si a esto le sumamos los once meses que permanecen en hibernación criogénica (hasta el 16 de junio de 1973), hace que acaben aterrizando el 25 de noviembre de 3978 según el reloj de la nave. Si bien los cálculos y efectos de la dilatación temporal son correctos y permiten viajar en el tiempo hacia el futuro, la tecnología actual no permite alcanzar estas velocidades ni permite hibernar el cuerpo humano.

Cuando la productora decide que haya una tercera película con un presupuesto aún más reducido que el de la segunda parte, el único camino posible parece un viaje en el tiempo hacia el pasado: salvaría el hecho de que en la anterior película se había destruido el planeta (factor importante a tener en cuenta), y, sobre todo, abarataría el coste el hecho de sólo tener que maquillar tres simios en toda la película (de hecho serían dos a los pocos minutos, una vez muerto el simio que haría de piloto en el viaje), y rodarla en la ciudad de los años setenta sin tener que hacer decorados (la nave que aparece fugazmente al principio, por ejemplo, es la misma maqueta de la primera película). La solución científica utilizada en este caso fue hacer viajar la nave a través de un agujero de gusano que llevara a los tres simios supervivientes justo a aterrizar en la costa de California el 13 de septiembre de 1973, es decir, un año y medio después del despegue de la nave en su primer viaje.

La posibilidad de utilizar un agujero de gusano ya lo había anticipado el Dr. Hasslein, científico de la ANSA, que es la acreditación que llevan a los astronautas en las dos primeras películas (no tenían el permiso de la NASA, al menos hasta la serie animada de 1975, donde si apareció el logo de la entidad estadounidense). El hecho de que Hasslein vaticinara la existencia de los agujeros de gusano fue el motivo por el que se envió una nave de rescate meses después de salir la primera y que sería la base argumental de la segunda película (Regreso al Planeta de los Simios (Beneath the Planet of the Apes, 1970).

Esta segunda película se iniciaba en el final de la anterior, con la imagen icónica de la Estatua de la Libertad semi enterrada en la playa. La necesidad de superar esta imagen espectacular nos llevaría a una ciudad de Nueva York enterrada y destruida, habitada por una civilización de mutantes, genéticamente modificados y dotados de poderes telemáticos, lo que permitía entre otras cosas poder esconder su aspecto real, deformado por la exposición a radiación nuclear. La «Hermandad de la Sagrada Lluvia Radioactiva», que adoraba una bomba atómica, acabaría siendo el detonante de la destrucción de todo el planeta, un desenlace que ya indicaba el personaje interpretado por Charlton Heston en su primera intervención en la película original, cuando vaticinaba la evolución de la humanidad hacia su destrucción.

En la tercera película, Huida del planeta de los simios (Escape from the Planet of the Apes, 1971), tres simios del futuro viajan al pasado (en nuestro presente). El embarazo y nacimiento del hijo de la pareja de viajeros del futuro se acabaría convirtiendo en el desencadenante de lo que justamente acabaría sucediendo en el relato original de la primera película (un planeta gobernado por los simios) y, por tanto, la historia narrada en la década de los setenta se convierte en un bucle temporal (el relato avanza hasta volver al punto de partida a través de un viaje en el tiempo) que provoca lo que se conoce como «la paradoja del pintor».

La paradoja del pintor se explica imaginando a un viajero del tiempo que va al pasado con un libro de arte de un gran artista reconocido en el futuro. En su viaje al pasado conoce al joven artista antes de realizar las obras que le harían famoso. Éste acaba inspirándose en el libro del futuro sobre su obra para hacer justamente su obra de tal modo que el relato entra en un bucle infinito, donde la inspiración surge de plagiarse a sí mismo, o, mejor dicho, a su yo del futuro. La pregunta que provoca la paradoja del pintor es: ¿de dónde surgen las ideas originales de los cuadros? De la creatividad del artista no, porque lo que hace es copiar, de ahí que hablemos de una paradoja, es decir, de una situación contraria a la lógica.

Esta paradoja de la saga original desaparece en la nueva trilogía formada por las películas El origen del planeta de los simios (Rise of the Planet of the Apes, 2011), El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes, 2014), La guerra del planeta de los simios (War for the Planet of the Apes, 2017), y de la que ahora se estrena la cuarta parte, El reino del planeta de los simios (Kingdom of the Planet of the Apes, 2024). Con estas películas se reinicia la historia original, respetando los elementos esenciales pero con la libertad de reinterpretar los acontecimientos claves de lo ocurrido, evitando las paradojas e intentando hacer más verosímil el guion.

En el caso de esta nueva saga reiniciada del planeta de los simios, el factor sorpresa de la película original desaparece (todo el mundo sabe en qué planeta se convierte en la historia), y el interés recae en saber cómo se desató todo ello (ya que no existe un viaje en el tiempo desde el futuro) y, también, cómo se va forjando el carácter del líder de la revolución impulsada por Caesar.

 El desencadenante visto en El origen del Planeta de los Simios es un virus creado por unos científicos que acaba siendo mortal para los humanos y que la forma de propagación (por el aire) provoca una pandemia mundial por la facilidad de contagiar la enfermedad sin tener síntomas. Impresionan las imágenes de un aeropuerto con muchos vuelos internacionales con todo lo que esto puede comportar, tal y como podía verse en la película Contagio, (Contagion, 2011), que justamente comenzaba con esta premisa.

Los científicos que desarrollan el virus trabajan en una empresa de investigación en biomedicina (investigación privada, se entiende), e intentan encontrar un medicamento que ayude a mejorar los efectos de enfermedades que actúen sobre el cerebro, como es el caso de la demencia senil en sus distintos tipos de manifestaciones. Algunos de los condicionantes que observamos en la película son acertados: este tipo de investigación puede durar años, es posible que sea necesario realizar pruebas con animales antes de llegar a probarlo con las personas, y hay que seguir unos protocolos muy estrictos que incluyen aspectos éticos en lo referente al uso de seres vivos en los experimentos.

Viendo este tipo de películas te preguntas si puede ser verosímil la cadena de hechos que denotan la falta de seguridad, de control y de supervisión: una simio embarazada que tiene un embarazo que nadie detecta hasta el parto, que tiene un cachorro que puede salir de la instalación sin ningún problema, escondido por un científico que, además, saca medicina experimental del laboratorio para aplicarla a su padre enfermo… parece que deberíamos tener más miedo por los mecanismos de control de las empresas de investigación en biomedicina que de los propios simios o de los agresivos virus. De hecho, hay dos sentimientos que sobresalen sobre el resto y son sin duda dos de los pecados capitales más representativos de nuestra sociedad actual: la avaricia, representada en el gerente del laboratorio, y la soberbia, representada en el científico, y que tiene la máxima expresión en la frase del gerente al científico cuando le dice, literalmente: «Tú pasarás a la historia y yo me enriqueceré».

Si el nombre que en la película se le pone en el medicamento experimental es ALZ-112, y viendo los síntomas en el padre del científico, se puede intuir que buscan el cuidado de la enfermedad del Alzheimer, que provoca la muerte de las neuronas y la atrofia de distintas zonas del cerebro. Se calcula que en la actualidad existen alrededor de cincuenta millones de personas en el mundo con diferentes tipos de enfermedad de demencia y que, si la tendencia continua, en 2050 puede haber tres veces más, con el impacto social y económico que puede suponer, siendo una enfermedad incurable en la actualidad.

Aparentemente en la ficción, el equipo de investigadores diseña un virus gaseoso como medicamento, y a lo largo de la película se advierte que hay que hacer una cepa más agresiva para salvar la defensa de los anticuerpos de los humanos. Cuando el organismo encuentra la forma de combatir el virus, anula su efecto terapéutico y provoca que la enfermedad se reproduzca con una gran virulencia, acelerando la degradación del cerebro, o destruyéndolo si es un cerebro sano. A su vez, se alcanza el efecto contrario en los simios, que mantienen el carácter positivo del virus haciendo aumentar su capacidad cognitiva. Ahora que somos expertos por culpa de la pandemia de la covid-19, reconocemos el peligro de que se transmitiera a los humanos y pudiera provocar una pandemia mundial, haciendo verosímil su propagación: un método de inoculación rápido (sólo por respirar ) y efectos demoledores muy rápidamente, sobreviviendo sólo aquellos humanos cuyas defensas puedan dejar latente el virus durante tiempo sin tener efectos nocivos.

¿Por qué no es posible diseñar una vacuna contra ese virus? En ciertos tipos de virus las proteínas que lo conforman pueden mutar, y a veces pueden ser difíciles de rastrear si tienen una envoltura vírica casi idéntica a las membranas de la célula huésped. La justificación verosímil para un desastre apocalíptico está servida, y más si la persona contaminada es un piloto de vuelos internacionales y el período de incubación es de varios días antes de que se muestren los síntomas. Al respecto, también hemos aprendido en la última pandemia lo que puede pasar.

Si la bioquímica es la clave del argumento de la primera película, la tecnología lo sería de la segunda y el factor humano de la tercera. Cuatro años después de los eventos de la primera, en El amanecer del Planeta de los Simios (Dawn of the Planet of the Apes 2014), los humanos supervivientes luchan por la energía que les puede facilitar una presa localizada en la que viven los simios, es decir, la escasez de la energía y de los recursos como símbolo de la lucha de un futuro no muy lejano. En cambio, en La guerra del Planeta de los Simios (War for the Planet of the Apes, 2017), han transcurrido dos años desde el final de la película anterior y la confrontación estará marcada por la lucha por la supervivencia, con un contexto deshumanizado (y las pocas chispas que existen son del bando de los simios) y de fanatismo, con claras referencias a Apocalipsis Now (1979) de Coppola en la intención de personalizar el mal, donde la violencia injustificada, el asesinato, la tortura y el abuso así como el éxodo de los refugiados no nos parecerá algo inverosímil por no decir incluso habitual a los noticiarios de hoy en día.

 En cierto modo, la joven protagonista de esta tercera película se convierte en una especie de eslabón entre los humanos supervivientes al final de esta trilogía y los humanos (mudos y sucios) de la primera de las películas de la saga original. Por lo menos, debemos reconocer la intencionalidad de relacionarlas cuando en El origen del Planeta de los Simios los protagonistas ven la noticia en la televisión del despegue de la nave Icarus con destino a Marte. Pese a que en la película original la nave indica que el despegue fue en 1.972, esta conexión entre la saga clásica y la actual es algo interesante que reconocerán los aficionados a la ciencia ficción.

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