La industria del entretenimiento relacionada con los deportes de combate ha visto un crecimiento explosivo en los últimos años. En España, la facturación de las tiendas de deporte aumentó un 11% en 2021, alcanzando los 8.578 millones de euros, lo que refleja un creciente interés en artículos deportivos relacionados con deportes de combate. Eventos como “La Velada del Año” organizada por el streamer Ibai Llanos, que alcanzó un pico máximo de 3.356.074 espectadores en 2022, o el evento de lucha de Jordi Wild —otro popular YouTuber—, ilustran la popularidad de estos deportes y su integración en la cultura popular.
La punta de lanza de esta nueva moda se debe a la UFC, la organización de artes marciales mixtas (MMA) más grande y prestigiosa del mundo. Fundada en 1993, la UFC ha jugado un papel fundamental en la popularización y legitimación de las MMA como un deporte profesional. Bajo la dirección de Dana White, un fervoroso defensor de Donald Trump —a quien invita a menudo a presenciar los combates en directo recibido por un público que corea su nombre— ha llevado las artes marciales mixtas, también en España, a un nivel de popularidad desconocido hasta la fecha. Con el tiempo, la UFC se ha convertido en una empresa multimillonaria, con eventos que generan ingresos récord a través de pagos por evento y acuerdos de transmisión en plataformas de streaming.
Según un informe de Statista, el número de personas que practican artes marciales mixtas en Estados Unidos ha crecido significativamente en los últimos años, y una tendencia similar se observa en España, donde los gimnasios especializados reportan una alta demanda y clases llenas. Además, las licencias federativas en deportes de lucha han crecido de forma significativa. Y la pregunta es: ¿Por qué ahora? ¿Por qué aquello que hace no tantos años era visto con un cierto recelo ha devenido tan popular? ¿Por qué gente como Illia Topuria se ha convertido en una estrella nacional, siendo entrevistado y aplaudido por personajes supuestamente progresistas como David Broncano?
Guerra y Deporte, dos caras de una misma moneda
Norbert Elias y Eric Dunning examinaron en su obra Deporte y ocio en el proceso de civilización la relación entre el deporte, la agresividad humana y la civilización. La hipótesis de los autores fue que el deporte sirve de válvula de escape de la agresividad humana, permitiendo que los individuos expresen sus instintos de competencia y violencia de manera controlada. Las competiciones deportivas ayudarían a mantener pues la cohesión social al proporcionar un medio para la identificación colectiva y la lealtad.
De la lucha en el circo romano hasta el partido de tenis, con el proceso de civilización, los deportes se habrían vuelto más reglamentados y menos explícitamente violentos, reflejando un mayor autocontrol y una internalización de las normas sociales. En este sentido, el resurgimiento de los deportes de lucha podría ser visto como un retroceso en este proceso civilizatorio en tanto que representa una relajación de las normas de autocontrol y un retorno a formas más primitivas y violentas de entretenimiento, lo cual podría ser interpretado como una señal de des-civilización.
También desde el campo del psicoanálisis se puede analizar la relación entre violencia, cultura y deporte. Sigmund Freud introdujo el concepto de sublimación para explicar cómo en las sociedades “desarrolladas”, los instintos agresivos y libidinales se canalizan hacia actividades socialmente aceptables. Como explica en El malestar en la cultura, la civilización requiere la sublimación de estos instintos, es decir, el desarrollo de producciones culturales que los dirijan hacia actividades que la sociedad considera aceptables. Siguiendo esta perspectiva, el auge de los deportes de lucha podría interpretarse como la manifestación en la sociedad occidental de una vuelta a la expresión directa y no sublimada de la agresión. En lugar de sublimar estos impulsos en formas culturalmente constructivas, los deportes de lucha permiten una expresión abierta de la violencia, y con ello, el simulacro se acerca demasiado a aquello que pretende simular.
En conclusión, y siguiendo el hilo de pensamiento que nos dejaron pensadores en el campo de la sociología, la antropología y el psicoanálisis, el auge de los deportes de combate en Occidente puede ser analizado como algo más sustancial que un mero fenómeno deportivo. En lugar de avanzar hacia una sociedad que reprime y transforma sus impulsos violentos en formas más elevadas de expresión, estamos retrocediendo hacia la glorificación de la violencia y la brutalidad. Una forma de “cultura” que, por cierto, está estrictamente supeditada a su comercialización y venta. La sangre vende más que nunca, y urge preguntarnos por qué.


