Elon Musk, el dios-magnate tecnológico detrás de gigantes como Space X, Starlink, Tesla (desde hace casi un año en una disputa muy importante con el sindicato sueco de sus mecánicos) y no tan gigantes como X, ha encontrado un nuevo adversario: la justicia brasileña.

El juez Alexandre de Moraes prohibió el uso de X en Brasil a partir de tres investigaciones que atentan contra el edificio democrático y la savia que nutre su sistema: la información pública. La colaboración en la difusión de noticias fraudulentas; la facilidad para que grupos organizados o “milícias digitais” promuevan la manipulación del discurso, y la implicación en la desinformación y posterior organización del ataque contra el Congreso de Brasil en 2023, tras la derrota del expresidente Jair Bolsonaro en las elecciones generales de 2022. Estos tres ejes fueron los detonantes para pedir la eliminación de perfiles de X dedicados de forma sistemática a estas prácticas a todas luces antidemocráticas. Elon Musk, el defensor de la libertad de expresión, se negó en redondo a colaborar con la justicia del gigante de América del Sur.

En un contexto donde las redes sociales juegan un papel crucial (y nefasto) en la difusión de información y la formación de la opinión pública, este enfrentamiento pone en el centro del debate los límites de la libertad de expresión y la responsabilidad de las plataformas digitales. Vale la pena, por ello, recordar los principios que el magnate desconoce en su afán por transformar el mundo a su imagen y semejanza mientras compra materias primas de la Argentina de Milei, para fabricar tecnología al servicio de Netanyahu.

La libertad de expresión: origen jurídico y democrático

La libertad de expresión es un derecho fundamental que se encuentra en la base de las democracias modernas. Su origen se remonta a las luchas contra los regímenes autoritarios y a la necesidad de asegurar un espacio donde los ciudadanos puedan expresar sus ideas, opiniones y críticas sin temor a represalias. Este derecho está consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se establece que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión”.

En las democracias contemporáneas, la libertad de expresión no es solo un derecho individual, sino un pilar esencial para el funcionamiento de la sociedad. Permite el debate público, la denuncia de injusticias, y la formación de una opinión pública informada, elementos vitales para la salud de cualquier sistema democrático. Por ello, este derecho no es absoluto (como cualquier otro).

La fundamentación de la democracia, que confiere al derecho a la libertad de expresión su propia garantía de ejercicio como derecho (porque no se puede ejercer la libertad de expresión en regímenes no democráticos), se estructura en reglas de juego. La misma jurisprudencia que protege la libertad de expresión establece que ella puede ser limitada en casos donde su ejercicio choque con otros derechos fundamentales, como la protección contra el odio, la difamación, y la preservación del orden público.

Pero, sobre todo, se puede y se debe limitar cuando pone en peligro al régimen político que le otorga su razón de ser y que, además, es el único que la protege: la democracia. Por eso es tan relevante que un juez en Brasil solicite la eliminación de perfiles de la red social X que se dedican a desinformar. Son canales de bulos, de mentiras y de (mal llamadas) noticias falsas. Si la democracia necesita de vías adecuadas para que su ciudadanía pueda informarse y, por tanto, formarse una opinión pública, se sobreentiende que los ataques directos a este propósito, cuando son sistemáticos, deben frenarse de plano y a través de las reglas de juego de una democracia. Por eso el periodismo y su ejercicio está regulado y lo ejercen profesionales de la información.

Y sí, la democracia contemporánea está en su momento más crucial porque incluso en España, los jóvenes, que son quienes prefieren informarse a través de canales de comunicación como X, Telegram o incluso TikTok, han empezado a dudar del único sistema que garantiza sus derechos y, dentro de estos, el derecho a la libre expresión. La última encuesta de 40dB, realizada para el diario El País y la Cadena SER, señalaba que casi un 26% de los hombres entre 18 y 26 años y el 18% de las mujeres en esa misma franja de edad preferiría, en algunas circunstancias, el autoritarismo a la democracia.

Esto es lo que está en juego en este caso.

¿Seremos capaces de despertar a tiempo?

Musk y la moderación de contenidos

El conflicto entre Elon Musk y la justicia brasileña gira en torno a la moderación de contenidos en X. A medida que las redes sociales han ganado protagonismo, se han convertido en espacios donde la libertad de expresión se ejerce, pero también donde la desinformación, el discurso de odio y las campañas de manipulación han proliferado. La justicia brasileña, en particular, ha expresado su preocupación por la difusión de noticias falsas y contenido peligroso que afecta la estabilidad social y política del país. El contenido que pone en riesgo la convivencia social y genera que los jóvenes piensen lo que piensan.

La justicia brasileña ha adoptado una postura firme al exigir que las plataformas digitales cumplan con las leyes que buscan limitar la difusión de desinformación y proteger la integridad del proceso democrático. Para el dios Musk, quien ha defendido la libertad de expresión casi sin restricciones, estas demandas son vistas como un intento de censura y una amenaza a los valores fundamentales que él dice promover a través de sus plataformas. ¿A qué valores se refiere? ¿Están más allá de una constitución o de un poder público legítimo y legal?

Musk desconoce los sistemas democráticos en los que opera una división de poderes garantista y recurre al discurso típico de nuestros días: juntarlo todo, agitarlo y venderlo como cóctel de obstáculos a la libertad (que parece que ahora se ha pasado al lado de la derecha radical iliberal, cuando es esta facción la que la ha suspendido en casi todo el mundo occidental). Musk además se olvida de que su fortuna ha sido posible únicamente en un entorno de protección legal y democrática en donde los derechos de propiedad son salvaguardados por la democracia y los sistemas de justicia, esos que ahora mismo critica.

En las democracias, la libertad de expresión está protegida, pero también es necesario que existan límites cuando esta se convierte en un vehículo para la desinformación, la incitación al odio o el daño a terceros. Básicamente, porque se pone en jaque al propio sistema democrático que garantiza el ejercicio del derecho.

Las plataformas digitales (y sus responsables, los magnates), con su alcance global y su capacidad para amplificar mensajes, tienen un papel crucial en la gestión de estos límites. Fue Musk quien decidió flexibilizar las políticas de moderación en X, y la realidad ha demostrado que, sin un control adecuado, estas plataformas son armas de destrucción masiva, herramientas peligrosas en manos de quienes buscan desestabilizar la democracia a través de la diseminación de falsedades emotivas y virales.

De momento, como lo suelen hacer las tecnológicas después del grito histérico en sus canales (propios), Starlink, su otra empresa, ha acatado la prohibición establecida por el juez y ha bloqueado X. Perro que ladra…

Por cierto, las amenazas sobre la revelación de los delitos que supuestamente cometió Alexandre de Moraes no han sido nada más que un meme.

Pensar que en las manos de Musk está el futuro de la humanidad da mucho que pensar.

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