Es curioso como en nuestro presente la Historia se sintetiza con retahílas de tópicos mediante un desconocimiento absoluto de los detalles. Por desgracia nuestra época está repleta de indigencia mental, y esto, como es comprensible, no ayuda mucho a ir hacia lo pequeño, cuando es la mejor forma para comprender aquello marginado del relato, en este caso muy maniatado en su explicación desde un lenguaje configurado desde arquitecturas nada casuales.
Dentro de las carencias del siglo también figura el desinterés absoluto, con toda probabilidad interesado, por el léxico con que se transmiten las cosas. Sin ir más lejos en el Procés todo fue lenguaje y no era ninguna novedad pese a la manía de sus creadores, dichosos al creer haber inventado la sopa de ajo.
Los precedentes están en todas partes, entre ellas las diferentes fases del Franquismo. Desde que tengo uso de razón siempre me fijé en un monolito al lado del Poble Espanyol de Montjuic. La placa del monumento, ignorada por casi todos los paseantes, loa el trabajo de los productores para terminar el recinto.

Los productores, por si aún se lo preguntan, son los obreros. Estos debían ser purgados como todos los partidarios a la Segunda República, aniquilada tras el primero de abril de 1939, el día del famoso cautivo y desarmado.
Dicho esto, hoy nos sumergiremos en Can Peguera, las Casas Baratas de Horta para la prensa de la Dictadura y los primeros años de la Democracia, durante el decenio inaugural de la posguerra.
Las imágenes que tenemos de la caída de Barcelona siempre son céntricas. Vemos a soldados ufanos por rambla Catalunya y a jóvenes oportunistas subidos a vehículos militares en passeig de Gràcia, a pocos metros de plaça Catalunya, donde se hizo la mima marcial para expiar a nuestra ciudad de todos los pecados cometidos durante el conflicto. Luego llegarían otros a través de torturas en cualquier comisaría, detenciones arbitrarias y fusilamientos durante trece años, hasta el Congreso Eucarístico, en el Camp de la Bota, el actual Fórum de les Cultures.

¿Y las periferias? En ellas anidaba el demonio porque esos núcleos pobres de solemnidad no podían, siquiera se contempla, contemporizar con los ganadores, quienes desde un primer momento apostaron por expandir su idea nacionalcatólica por todos los medios posibles.
En 1939 los márgenes tenían interés desde una doble perspectiva. La primera aún se contagiaba del espíritu de José Antonio y ponderaba ciertas políticas sociales que, desde la vivienda, pretendían mejorar las de los antecesores. Por ello no es extraño que el 27 de septiembre de ese mismo año acudiera a nuestro espacio protagonista José Maria Poblador, el delegado provincial del Auxilio Social. Fue a Can Peguera para solventar la miseria en los núcleos aún llamado obreros, las palabras tardan en desvanecerse, más perjudicados desde su lejanía.
La presencia de estos funcionarios en estas zonas debió ser, asimismo, una forma de observar cómo mejorar la construcción de viviendas para los más desfavorecidos. A lo largo de la primerísima posguerra Franco tomó nota de lo realizado por la Segunda República en este sentido. Las placas republicanas sobrevivientes de la Ley Salmón de 1935 no se quitaron porque el mismísimo dictador aprobó esa iniciativa pasada, tanto que la mayoría se colocaron durante la década de los cuarenta, cuando se terminaron los inmuebles planificados justo antes del 18 de julio. En Can Peguera se edificaron ciento dieciséis casas de sesenta metros cuadrados en 1947, a las que siguió un bloque con treinta y una viviendas más al año siguiente, casi pegado a la iglesia, de aires ligeramente mexicanos.

De las placas podríamos pasar a todo ese largo canto del cisne de nuevos polígonos como el de la Urbanización Meridiana, el último de fincas bajas y un orden de jardín inglés. Después, ante la oleada migratoria combinada con el desahuciar las ideas joséantonianas y la escasez de fondos, los acabados irían por otros derroteros bastante menos pulcros.
El otro acicate social para los nuevos amos de la ciudad, bien apoyados por una burguesía encantada de financiarles, era la religión. Todo lo periférico olía a ateísmo. Para los republicanos era mal anarquista e inmigrante, mientras que para ese Fascismo a la española de los cuarenta la clave era evangelizar.
El 13 de diciembre de 1940 se celebró la primera comunión para un ingente grupo de niños del centro escolar Ramiro de Maeztu, nombre que reemplazaba al viejo Ramón Albó por exigencias del guion. A la ceremonia siguieron una solemne misa eucarística como preludio a una tarde de juegos, definida por los cronistas como velada recreativa, en sintonía con los procedimientos de la Misión Obrera, muy popular durante aquellas fechas. En marzo de 1941 sus componentes se abalanzaron sobre los territorios más desesperados de Barcelona para remediar, recuerden la trascendencia del lenguaje, su miseria moral y espiritual, por lo que se ve ausente allí donde había dinero, no así en las casas baratas de Horta, Can Tunis o en los barrios de Collblanc o la Trinitat, calificados de lugares extremos, casi como sus habitantes, era el concepto a transmitir, no pertenecieran a la civilización.

Por lo demás había otro factor a ponderar durante aquellos años. Si en el quinquenio democrático de los años treinta se habían efectuado persecuciones sistemáticas contra los residentes estas no iban a ser menos durante la década de los cuarenta, sobre todo en sus inicios, cuando la aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas ambicionó convertir a España en un campo de concentración al aire libre o en sus cochambrosas prisiones. Médicos y otros individuos de la comunidad de Can Peguera se vieron reclamados desde los periódicos de la oficialidad, poco eficientes en su cometido, pues si uno leía que se buscaba a Felipe Lipe o al profesor sólo podía estallar en tristes carcajadas ante tanta torpeza desde las alturas.
Dentro de estas pesquisas lingüísticas para entender la vida en un instante concreto de la Historia hay otro elemento: la cantidad de noticias. En Can Peguera fueron pocas, aunque muy significativas. En 1943 las chicas de las parroquias del futuro Nou Barris debieron desplazarse hasta el opulento carrer Ganduxer para recibir ejercicios espirituales, signo inequívoco de cómo su formación era errónea. Podían cambiar los regímenes, pero ellos siempre serían indeseables.



1 comentari
No puedo identificarme como “sobreviviente del VIH” porque no estoy sobreviviendo. He conquistado la batalla del VIH con alternativas naturales. He derribado los muros del estigma, he luchado contra la discriminación, he superado los rechazos y las críticas. Han sido 12 años de Victoria, bajo la supervisión del Doctor Muna Remedies. Si puedo encontrar cura, consuelo y curación con los productos herbales naturales del Doctor Muna, cualquier persona con enfermedades crónicas o infecciones virales también podrá curarse. marvelspelltemple@gmail.com merece difusión para el público en general, Whatsapp +2347035449257