El legendario escritor y guionista Dalton Trumbo (1905-1976) solo dirigió un largometraje en su extensa carrera, a los sesenta y cinco años, la ahora considerada película de culto Johnny cogió su fusil (Johnny Got His Gun, 1971). Aunque fue una decisión imprevista, puesto que quién debía dirigirla era, en principio, Luis Buñuel (1900-1983), con quién había escrito el guion. El mismo cineasta reconocía en el libro Luis Buñuel: una biografía (1996), de John Baxter, que perdió el interés por rodarla él mismo, en un momento donde tenía cambios bruscos de humor, en parte, provocados por la bebida. La película adaptaba la novela homónima de Trumbo que había publicado en 1939, introduciendo algunas pequeñas diferencias respecto del texto original, en especial en una escena clave del final y en la introducción del surrealismo en algunos de los sueños del protagonista. No hay que olvidar que en la película, uno de los personajes es el mismísimo Jesucristo, interpretado por Donald Sutherland (1935-2024).

Trumbo la escribió casi al principio de su carrera, publicada justo dos días después del inicio de la Segunda Guerra Mundial y cerca de tres años antes de la entrada de Estados Unidos en el conflicto. El relato trascurre en la Primera Guerra Mundial, inspirado en una noticia real del periódico, que narraba la visita del Príncipe de Gales a un hospital, donde visitó a un soldado canadiense que había perdido las cuatro extremidades, además de la cara, perdiendo el oído, la vista, la nariz y la lengua, que es exactamente lo que le pasa al joven Joe Bonham, protagonista de la historia de ficción. Bonham es víctima de la explosión de un mortero mientras se ocultaba en una trinchera. Despierta en un hospital, donde el equipo médico lo mantiene con vida con el objetivo de realizar una investigación médica, pensando que su cerebro no funciona, y que es el cerebelo el que mantiene el corazón y los órganos internos en funcionamiento. Ante la falta de comunicación con el mundo exterior, el personaje vive un monólogo perenne donde acaba confundiendo los recuerdos con los sueños, durante meses (mentalmente, llega a contabilizar el paso de un año, sin saber exactamente en qué día se encuentra).

El libro y sus posteriores adaptaciones (también se ha adaptado a la radio y al teatro) son un claro alegato contra la guerra, respondiendo en su contenido al título de la obra, que hace referencia al primer verso de una popular canción interpretada por George M. Cohan (1878- 1942), titulada Over There (1917), y que tenía el objetivo de animar a los jóvenes estadounidenses a que se alistaran en el ejército. Trumbo trataba de explicar lo que pasa cuando vas a la guerra, aunque la película también añadía una especial reivindicación por la eutanasia, además de una crítica mordaz a los supuestos valores y honores de morir por tu patria. Que el largometraje estuviera concebido y estrenado en uno de los momentos más crudos de la Guerra de Vietnam la convirtió en un símbolo antibelicista.

El estreno mundial de la película fue el 14 de mayo de 1971 en el Festival Internacional de Cine de Cannes, donde ganó el Gran Premio del Jurado, un año en el que se calcula que las bajas americanas en Vietnam superaban las 50 000 desde el inicio de la guerra, sin contar a los miles de heridos y familias destrozadas. Aún así, la película no tuvo mucho éxito comercial en su país de origen, y no fue hasta casi cuatro lustros después que se reivindicó de forma sorprendente. El mítico grupo de heavy metal Metallica presentó, en enero de 1989, su primer video musical de su cuarto álbum de estudio. En concreto, con la canción One (1988), en la que a lo largo de los casi ocho minutos, recupera una gran parte del metraje original de la película, especialmente, de la parte rodada en blanco y negro que acontece en una lúgubre habitación del hospital donde permanece el tronco y la mutilada cabeza del joven Joe Bonham postrado en la cama, imágenes realmente crudas y turbadoras, recuperando conversaciones de los protagonistas, en especial de los médicos y militares que no quieren comprender su padecimiento. Todo ello, acompañado de la impactante letra de la canción, que hace referencia a la terrible situación en la que se encuentra: «No puedo vivir/No puedo morir/Atrapado en mí mismo/Mi cuerpo es mi propia celda”.

En la película, solo una de las enfermeras intenta interactuar con el paciente, desoyendo las indicaciones del médico, y consiguiendo establecer contacto con él a través del tacto y, posteriormente, mediante el código morse. Moviendo la cabeza, el joven consigue explicar que tiene plena conciencia de todo lo que le está pasando. Y, siempre que escuchamos los sus pensamientos a lo largo de todo el largometraje, los espectadores de la película vemos una pantalla completamente en negro en la versión original, una oscuridad solo rota por los textos con los subtítulos en castellano. Este recurso visual, una pantalla negra para enfatizar la situación del paciente y facilitar que nos pongamos en su lugar, es el mismo recurso artístico que utiliza el dibujante y guionista francés, Marc-Antoine Mathieu, en su cómic Deep Me (2022), publicado en castellano en septiembre de 2024 por el sello Salamandra Graphic del Grupo Penguin House Mondadori, con traducción de Irene Oliva Luque.

Deep Me está protagonizada por Adán, que ha perdido la memoria, y que pronto descubriremos que parece que esté en coma, no puede mover ninguna parte del cuerpo, ni ver ni hablar, pero sí oír los sonidos de su alrededor, por lo que dedicará todo su tiempo a intentar comprender su situación a partir de los datos observados de forma caótica a lo largo de los días y semanas, lo que permitirá al lector acompañarlo en esa búsqueda de la verdad, como si de una historia de misterio se tratara. Las primeras páinas del cómic (y son unas cuantas) tiene todas las viñetas dibujadas en negro, con los bocadillos con los textos insertados. Que lo que destaque de una página de cómic sea la rejilla de separación de las viñetas es algo inaudito, no es la primera vez que alguien utiliza esta idea, pero sí durante tantas páginas. Para ahondar aún más en lo que supone una lectura experiencial, la portada (toda la cubierta en sí) es de color negro completamente.

El mismo Adán recuerda en el cómic a la película Johnny cogió su fusil, y se pregunta si su situación es la misma que su protagonista, y llega a la conclusión de que los síntomas que manifiesta se corresponden más con el síndrome de enclaustramiento, una enfermedad en la que el paciente está despierto pero no puede moverse o comunicarse debido a una completa parálisis de todos los músculos voluntarios. La sensación que da es de completa ataraxia, es decir, un estado de ánimo de máxima tranquilidad y calma. Aunque solo externamente, porque su cerebro se encuentra perfectamente, angustiado por no poder interactuar con su entorno o saber quién es en realidad. Empezará a recordar vagamente una escena en un avión, como si fuera lo último que le ha sucedido antes de un accidente, y hará conjeturas sobre la información parcial que va recibiendo a través de las conversaciones, cercanas o lejanas, en un monumental ejercicio de elipsis visual, ya que los lectores, como el paciente, tampoco veremos nada, por lo que deberemos imaginarnos que está sucediendo.

Mathieu, nacido en 1959, es uno de los autores más destacados de las últimas décadas, siempre caracterizado por su capacidad de experimentar con el lenguaje del cómic en cada uno de sus trabajos. Deep Me es uno de los más controvertidos, al que el autor le dedicó un año y medio en concebirlo, trabajando hasta el límite el uso de la imagen negra en un cómic, algo, a priori, inconcebible. La rejilla de separación de las viñetas evoluciona hasta formar estructuras laberínticas, mezclando la estructura de la página con los pensamientos del propio paciente, que tratará de reconstruir las imágenes parciales que le van llegando a la memoria. Todo ello, para invitar al lector a reflexionar sobre la condición de lo que es humano, un humano que, a diferencia del protagonista de la película de Trumbo, vive en una sociedad altamente tecnificada como la nuestra. Podríamos estar hablando de que Adán es un transhumano o, incluso, un poshumano.

Desde un punto de vista filosófico, el poshumanismo hace referencia a un humano posterior al actual, sin ser exactamente un «superhumano», por ello no tiene relación con el «superhombre» propuesto por Friedrich W. Nietzsche (1844-1900), asociado a la capacidad de generar su propio sistema de valores en contraposición con los valores impuestos en la sociedad de diferentes maneras, tal y como indica en su conocido ensayo Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie (Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen, 1885).

El transhumanismo, en cambio, es un movimiento cultural, intelectual y científico que promueve la mejora de las capacidades físicas y cognitivas de la especia humana aplicando las nuevas tecnologías, eliminando aspectos indeseables como el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición de mortal, todo ello en una etapa previa al objetivo final que es alcanzar el poshumanismo. Si bien los principios filosóficos se sostienen en la teoría evolucionista de Charles R. Darwin (1809-1882), propuesta en su fundamental obra El origen de las especies (On the Origin of Species, 1859), se considera que la persona que acuñó el término «transhumanismo» fue Julian Huxley (1887- 1975) en su libro Hacia un nuevo humanismo (Towards a New Humanism, 1927). Como curiosidad, cabe destacar que era hermano de Aldous L. Huxley (1894-1963), autor, entre otras obras, de Un mundo feliz (Brave New World, 1932), novela distópica que ofrece una visión futura del mundo, mostrando una sociedad regida por el condicionamiento psicológico como parte de un sistema de castas.

El transhumanismo cobró impulso en paralelo al desarrollo de la inteligencia artificial y la aplicación de la tecnología en el ámbito de la salud. El libro La perspectiva de la inmortalidad (The prospect of immortality, 1962) de Robert C. W. Ettinger (1918​-2011), por ejemplo, fue pionero en plantear la posibilidad de la criogenización con todas las posibilidades que se atisbaban: mediante la crioconservación de pacientes enfermos o fallecidos, estos se podrían reanimar en el futuro cuando los avances tecnológicos permitieran su cura o reanimación. Aunque los principios filosóficos fueron cimentados por varios autores, de los que destaca, especialmente, Fereidoun M. Esfandiary (1930-2000) en ¿Es usted un transhumano?: Monitorización y estimulación de su tasa de crecimiento personal en un mundo que cambia rápidamente (Are You a Transhuman?: Monitoring and Stimulating Your Personal Rate of Growth in a Rapidly Changing World, 1989), y el filósofo Max More, impulsor del primer movimiento internacional organizado transhumanista, autor de Los Principios de la Extropía (Principles of Extropy, 1988).

El transhumanismo puede implicar la utilización de la biotecnología, de la ingeniería genética y de la eugenesia embrionaria y prenatal. Además, algunos expertos auguran que los avances en nanotecnología pueden ser fundamentales para potenciar las capacidades sensoriales y cognitivas de las personas. El distinguido anticipador tecnológico Raymond Kurzweil, desde 2012 director de ingeniería de la compañía Google, presagiaba en su conocido libro La singularidad está cerca (The Singularity Is Near, 2005), que en 2030 se podrá modelizar completamente el funcionamiento del cerebro humano gracias a la nanotecnología, lo que facilitaría la posibilidad de replicarlo y almacenarlo, algo que espera hacer él mismo, que tendrá ochenta y dos años en esa fecha.

La ficción no es ajena a estas posibilidades. La película Electric Child (2024), dirigida por el cineasta suizo Simon Jaquemet, presentada en la edición 57ª del Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, trata sobre los retos tecnológicos y bioéticos que debe de afrontar un experto en inteligencia artificial generativa, cuando recibe la terrible noticia de que su bebé, de pocos meses, tiene una enfermedad neurológica muy grave, con un pronóstico de menos de un año de vida. Mientras que la médico les aconseja que disfruten de su compañía el poco tiempo que les queda juntos, tratando de hacer feliz al niño durante ese terrible periplo de degradación paulatina, el padre decide dedicar todos sus esfuerzos en realizar, de forma clandestina, una réplica digital de su hijo para que pueda vivir y crecer en un entorno virtual, similar al que descubrimos en la precursora Matrix (The Matrix, 1999), dirigida por las hermanas Wachowski. En la película, un avatar de la inteligencia artificial será la encargada de criar al hijo digital del protagonista mientras crece, a la espera de poder reunirse, algún día, con sus padres.

Marc-Antoine Mathieu, en el cómic Deep Me, sorprende al lector con un giro de guion inesperado al introducir el concepto de inteligencia artificial de una manera que no desvelaremos, que permitió al autor continuar explorando su reflexión con una segunda parte con el título Deep It (2023), de la que se publicará la versión castellana en 2025, en la que la portada completamente de color blanco es una declaración de intenciones sobre lo que nos encontraremos dentro: sobre la consciencia y la vida recuperada por una inteligencia artificial después del fin del mundo.

Por cierto, la película de Dalton Trumbo, Johnny Got His Gun, estrenada en 1971 en Estados Unidos en el contexto de la Guerra Vietnam con un fuerte carácter antibelicista, tardó dos años en poder estrenarse en España debido a las trabas impuestas por la dictadura franquista. Cuando llegó a las salas de cine el 31 de octubre de 1973, justo se había producido la conocida como Guerra del Yom Kipur o Guerra de Octubre, entre Israel y diferentes países árabes. Algunas películas no dejan nunca de ser imprescindibles.

 

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