Los urbanistas y técnicos de movilidad no son médicos, pero la prescriben. En el Plan de Movilidad Urbana actual de Barcelona (2019-2024), al igual que en el anterior, se establecían como objetivos un incremento del uso de peatones (+7,5%) y de bicicletas (+129,4%) y una reducción (-26,5%) de coches y motos. Porque aumentar el número de peatones y ciclistas no solo es beneficioso para ellos, sino para toda la ciudadanía. Una ciudad con más peatones y bicicletas es una ciudad con menos contaminación, menos siniestros viales y menos graves. Una ciudad más saludable y segura.

En Barcelona, buena parte de la ciudad, y en particular la trama Cerdà, cuenta con amplias aceras que invitan a caminar, pero también parecen invitar a aparcar, especialmente motos. Según un estudio de Catalunya Camina, unas 90.000 aparcan ilegalmente en la ciudad a diario, ante la comprensión de los agentes del orden y la incomprensión de buena parte de la ciudadanía.

Por los casos de éxito de ciudades como Ámsterdam, Copenhague o, más recientemente, París, sabemos que la distribución y diseño del espacio público es una de las mejores herramientas, por no decir la mejor, para lograr que la ciudadanía se mueva de forma activa. Y también que, como dicen muchos urbanistas, la pintura no es infraestructura.

La bicicleta, decía Pedro Sánchez hace poco, es una fantástica alternativa de transporte. Y tenía razón. Es saludable, ecológica, económica y tremendamente eficiente. El incremento del tráfico de bicicletas en los últimos años en Barcelona ha contribuido a la mejora de la calidad del aire y a la reducción de gases de efecto invernadero.

El aumento de carriles bici en los últimos dos mandatos, pasando de 116 km a 273 km, así como otras vías ciclables pacificadas, ha sido un esfuerzo notable, pero aún no ha convertido a Barcelona en una ciudad lo suficientemente amigable para andar en bicicleta, con una red de carriles bici segura, conectada y segregada de la calidad que merece la ciudadanía. Hoy en día, barrios como Horta o Sant Gervasi están desconectados del resto de la ciudad por falta de infraestructura ciclista.

Y si hablamos de calidad, debemos mencionar los carriles bici en aceras (o tramos centrales), que ni son buenos carriles bici ni son buenas aceras, sino un escenario de conflicto e inseguridad para peatones y ciclistas. Uno de esos espacios es el tramo de Diagonal entre Plaça Glòries y Josep Pla, con múltiples puntos de intersección entre vehículos que circulan por el carril bici y peatones, como las paradas del tranvía.

Si queremos una ciudad con itinerarios de tráfico fluido y seguro para peatones y ciclistas, es fundamental continuar con la construcción de infraestructura ciclista separada tanto de las zonas de peatones como del tráfico contaminante. Es una de las mejores maneras de lograr una convivencia respetuosa entre todos los usuarios de la vía. Un magnífico ejemplo de esto es la remodelación, motivada por el tranvía, de la Diagonal desde Plaça Glòries a calle Girona, donde se han creado unos magníficos carriles bici que generarán un incremento del tráfico de bicicletas. La buena infraestructura es como una alfombra que invita a pasar al modo de transporte para el cual se crea.

La creación de esta infraestructura conlleva una redistribución más justa del espacio urbano. Peatones y bicicletas dejan de luchar por las migajas del espacio mientras coches y motos deben circular a velocidades menos peligrosas en un entorno urbano. No hay que olvidar que la DGT establece la limitación de 30 km/h cuando hay un solo carril por sentido de circulación.

En este caso, la repercusión es aún más positiva: se reduce el riesgo de siniestro, la contaminación atmosférica y, especialmente, la acústica, que tanto perturba el descanso del vecindario.

Y así como existe una cierta batalla por el espacio entre la movilidad activa y ecológica y la sedentaria y contaminante, también hay una batalla por el tiempo perdido en los semáforos, programados en buena parte para garantizar la mayor fluidez del tráfico de coches. Esto hace que en muchas intersecciones sea difícil para los peatones cruzarlas con tranquilidad o sin esperas excesivas, una circunstancia que se traduce en inseguridad, especialmente cuando pensamos en personas mayores, niños o personas con movilidad reducida.

Así que si realmente nos preocupa la seguridad de peatones y ciclistas, escuchemos a las entidades que los representan y mejoremos sus infraestructuras: más y mejores carriles bici, separados de coches y peatones, aceras sin vehículos aparcados y semáforos que apuesten por la fluidez de la circulación de bicicletas y peatones. Si queremos una ciudad más segura, demos más tiempo y espacio a quienes la hacen más segura.

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