Tras una serie de semanas bastante anodinas parece que ese fenómeno llamado con anterioridad Procés confirma su cierre de puertas para ingresar en otra fase, una más tras la supuesta proclamación de la República y el shock electoral del 21D.
Entonces comentábamos que la mayoría soberanista había sufrido una alteración a ojos de los comentaristas. ERC pensó durante toda la anterior legislatura que tenía la primacía de su nicho bien asentada, pero los electores valoraron más fugas que cárceles y el invento de Puigdemont triunfó de manera sorpresiva con el supuesto beneplácito del PDeCAT y los amigos de las asociaciones paragubernamentales.
Estos días todo se ha trastocado mediante cuentagotas metamorfoseadas en renuncias. La primera fue la de Carles Mundó, quien durante la campaña dio la cara en algún que otro debate tras comprobar la organización del partido que la heredera in pectore de Junqueras no daba la talla. Su adiós puede calibrarse desde dos varas de medir. La primera es humana y harto comprensible: tiene pendientes resoluciones judiciales y sabe que si regresa a su antigua profesión quizá la pena no sea tan gravosa como de continuar en el ruedo público. La segunda entronca con la crisis de liderazgo de los suyos, huérfanos de un rostro visible entre las manifiestas flaquezas de los presentes y la imposibilidad temporal de ver a su jefe en libertad.
El problema es grave y quizá solo tiene consuelo en la presidencia del Parlament, que de todos modos es un síntoma y un aviso clarísimo por parte de Carme Forcadell, quien tras dar una comprensible espantada en Madrid da el pas al costat en Catalunya alegando que quien ostente responsabilidades tan importantes no puede tener cuentas pendientes en los tribunales. No sabemos si Puigdemont, aludido en silencio por todos los implicados de esta rueda macabra, habrá tomado nota.
Quien también se ha despedido por motivos similares es Artur Mas. Lo dejó claro en su declaración, que, sin embargo, esconde la enorme fractura entre el PdeCAT, con 16 representados en los 34 elegidos de JuntsxCat, y el entorno del hombre de Bruselas, al que están muy apegados Rull y Turull, este último hasta con tuits desatados contra Coscubiela. Ninguno de los dos hizo acto de presencia en la sede del que aún es su partido, a diferencia de Francesc Homs, digno al acompañar al que fue su President.
El punto y final de Artur Mas cierra una época. El impulsor oportunista del Procés coge las maletas hastiado y con la intuición política de ver cómo su formación refundada corre serios riesgos de ser irrelevante si sigue la dinámica favorable al delfín que designó tras ser mandado por la CUP a la papelera de la Historia. De ser por el PDeCAT el retorno al peix al cove sería un hecho que algunos impiden mientras Marta Pascal y Santi Vila, que desde mi punto de vista gozará de mucho tiempo para preparar su proyecto, anhelan una palanca de marcha atrás, un botón de pausa para rehacerse y aplicar la coherencia perdida o, si quieren, una zona de confort de lo viejo conocido.
La trilogía se cierra en la Audiencia Nacional. El jueves las declaraciones ante Llarena asemejaron a arrepentimientos con ciertos toques shakesperianos. Cuixart, quien en la red del pajarito afirmó convocar el referéndum, mencionó que el único con poderes para emplazar a una consulta es el Estado. Sánchez, número dos en la lista de JuntsxCat, se desdijo de la vía unilateral y Forn quiso liberarse de cargas metiendo a Trapero de por medio.
De este modo los dos partidos hegemónicos del campo independentista y los emblemas de las asociaciones refuerzan la idea de encrucijada. Y bien, quien escribe sabe que todo esto tiene un punto de irrelevancia mientras los electores depositen su confianza en siglas y proclamas, pero no deja de ser significativo el vaciado de todos aquellos que con su supuesto carisma empujaron a Catalunya hacia esta deriva tan catastrófica, y más en este instante repleto de acontecimientos significativos como la sentencia del Cas Palau y la constitución del nuevo Parlament, que a fecha de hoy tiene un punto surrealista muy encomiable para la narración y pésimo para la política.
Y ello sucede porque los generadores de ruido son los que no renuncian. Ayer en un bar, esos rincones de sabiduría parcial, un amigo me decía que si él quisiera presentarse telemáticamente al trabajo sería despedido sin pestañear. No es nada serio gobernar una Nación a quilómetros de distancia. La lejanía con el terruño, además de propiciar delirios de grandeza y megalomanía a raudales, nubla los sentidos. De acuerdo, no es lo mismo ser Tarradellas que Puigdemont. Cuando el primero regresó, tras cuarenta años de exilio, no entendía la realidad. El segundo, quizá por eso de que ahora el tiempo va mucho más rápido, parece reproducir esa constante: es la única comparación válida entre ambos.
No necesitamos trileros ni creadores de fuegos artificiales. Hace demasiado tiempo que la gravedad de la cuestión exige política con mayúsculas. Decía Puigdemont en un tuit que los medios españoles habían hablado demasiado del monotema para ocultar los logros de su govern. Rebusco en la hemeroteca y no los encuentro porque fueron los suyos quienes intentaron bombardear la pluralidad sin legislar, o haciéndolo para una entelequia. Los otros tampoco ayudaron. Los dos polos deben recapacitar y cambiar el chip. No queremos ni Tractoria ni Tabarnia. Queremos, porque así es, hombres y mujeres que entiendan las prioridades de una Catalunya diversa y se esfuercen por satisfacerla sin efímeras y nocivas pompas de jabón. Quizá se darían cuenta si las banderas reposaran fuera de los balcones. Los chinos siempre tienen razón.