Omar hace diez meses que llegó a Barcelona. Vino desde Argelia, pasando por Francia, donde tiene parte de su familia. Él quería venir aquí, “no sé muy bien por qué, pero lo tenía claro”, dice. Entonces tenía 17 años, así que fue acogido en un centro de menores. Pero el junio pasado, el día de su cumpleaños, se quedó en la calle. “Me echaron sin decirme nada, no tenía papeles, ni trabajo, ni estaba estudiando”, explica.
Omar pasó un mes viviendo en la calle, solo, pero “rodeado de otros muchos jóvenes que estaban en la misma situación”. Después fue al centro de acogida de la Zona Franca, donde estuvo hasta que el pasado jueves entró a vivir en el centro de acogida Maria Freixa. Se trata del primer espacio municipal específico para jóvenes sin hogar que esta semana ha inaugurado el Ayuntamiento de Barcelona.
El centro, que será gestionado por la fundación APIP–ACAM (Associació per la Promoció i la Inserció Professional – Associació Cívica d’Ajuda Mútua), cuenta con 21 plazas para jóvenes de entre 18 y 21 años -ampliables hasta los 25- que se encuentren en situación de exclusión y vulnerabilidad. El objetivo es que jóvenes como Omar puedan estar hasta un año al centro -periodo que se puede alargar en función de las opciones disponibles- “para que tengan un buen seguimiento socioeducativo que los prepare para vivir de manera autónoma y responsable”, explica Josep Ricou, presidente de la Fundación.
Este espacio, que se enmarca en el Pla de Lluita contra el Sensellarisme del Ayuntamiento de Barcelona, es un “proyecto imprescindible porque añade un componente de calidad y especialización a la red de acogida ya que es la primera vez que los jóvenes tienen un espacio adaptado sólo a sus necesidades”, añade la tinenta de alcalde de Derechos Sociales, Laia Ortiz.
Ante la carencia de servicios específicos para jóvenes, cada vez son más quienes acaban en centros de acogida donde comparten espacios con personas de más edad y “esto es un problema porque no son las mismas trayectorias ni siguen las mismas dinámicas a la hora de integrarse”, asegura Ortiz.

El número de jóvenes sin hogar aumenta un 30% en un año
Los recursos de alojamiento de primera atención (CPA), como el centro de Zona Franca, donde residía Omar, han detectado este año un aumento del 30% en el número de jóvenes que se acogían. En vista de esta realidad, a través del Pla de Lluita contra el Sensellarisme se duplicó la presencia de educadores en las calles quienes, junto con los CPA, son los profesionales encargados de derivar a los jóvenes hacia centros como Maria Freixa.
Pero el Plan “no es sólo paliativo, sino que intenta buscar el origen de la situación”, resalta Ortiz, quien añade que “el que los jóvenes no tengan hogar tiene unas causas: tenemos que entender qué pasa con los sistemas de protección”. Y, en esta línea critica que la Dirección general de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA) no haga seguimiento de los jóvenes extutelados.
Y es que cuando los MENA -Menors Emigrats No Acompanyats- llegan a Cataluña, la DGAIA se tiene que hacer cargo de ellos. Pero cuando cumplen la mayoría de edad, “se termina el servicio de tutela y acaban sin hogar. Las administraciones estamos haciendo un mal trabajo y, en este caso, la Generalitat está abocando a los jóvenes a la calle”, sentencia la teniente de alcalde de Derechos Sociales. Ortiz añade que si hay jóvenes sin hogar no es un problema de las calles de una ciudad, sino que es “una lucha contra la pobreza que se tendría que librarse a escala de país”.
Por eso, estos centros, en los que también se hace acompañamiento psicosocial, se generan vínculos con la comunidad y en los que los educadores ayudan los jóvenes a buscar trabajo, realizar cursos y obtener los papeles, “no son la solución”, según Ricou. Se trata de una ayuda temporal hasta que pueden “lograr la autonomía y una inserción llena en sociedad”.
Pero la situación de precariedad laboral y las dificultades de acceso a la vivienda en Barcelona pueden “retrasar esta autonomía: aunque hayamos logrado una estabilidad psicosocial, se encontrarán con el tapón de una renta baja que no les permitirá tener la autonomía que da una vivienda digna”, reconoce Ortiz.
En este caso se encuentra Omar; ahora está realizando un curso de mecánica cerca del centro Maria Freixa. “Es difícil, sí, pero quien quiere aprender aprende”, asegura también en referencia a su buen castellano, aprendido en la calle en sólo 10 meses. Aún así es consciente que le será difícil encontrar trabajo, aunque haya conseguido los papeles. “Exigimos a los jóvenes migrados que sean autónomos desde los 18 años mientras que nadie espera que un adolescente catalán se gane la vida y sea independiente a la misma edad. Olvidamos que tienen un gran peso en la mochila y que carecen de apoyo familiar”, reflexiona Ortiz.