Según el estudio que publicó en febrero de 2017 el Observatori Dona, Empresa i Economia (ODEE) de la Cambra de Comerç de Barcelona, el producto interior bruto de Catalunya aumentaría un 23,4% si se incluyera el trabajo doméstico y de cuidado en él. Si no cuenta es porque lo realizan mayoritariamente las mujeres. Concretamente, las mujeres dedican el doble de horas que los hombres al trabajo no remunerado que sostiene la sociedad.

De hecho, es un aspecto constitutivo de las sociedades patriarcales que lo que hacen las mujeres cuente menos, tenga menos valor social y se le otorgue escasa visibilidad pública. Las cifras son muy reveladoras, también a escala global, como denunció la australiana Marilyn Waring en el libro I​f women counted (si las mujeres contaran) del año 1998.

​La política e intelectual feminista pone en evidencia como en el sistema de cuentas de los países y en las medidas estándares de crecimiento económico el trabajo no remunerado doméstico y de cuidado, realizado mayoritariamente por las mujeres, se ha excluido de lo que cuenta como productivo en la economía. Este trabajo sigue excluido de las estadísticas oficiales, la definición que aún prevalece de t​rabajo sólo incorpora la participación en el mercado laboral.

Desde la teoría marxista hasta la idea del capitalismo cognitivo pasando por la mitología obrerista, Occidente ha producido un potente aparato crítico en torno a la cuestión del trabajo y las especificidades que constituyen nuestros entornos laborales reales. ​El arte no se ha librado. El acto creativo, por el mero hecho de ser pura acción desinteresada se transforma en resistencia, nos hace pensar, nos hace sentir al transitar la vida. ​Conocido por dedicar largos y precisos períodos de tiempo a proyectos totalmente inmersivos, los trabajos del artista taiwanés Tehching Hsieh abarcan de todo. Por ejemplo, ​en One Year Performance 1980-1981, el artista se hacía una foto vestido de uniforme y tras fichar en un reloj cada hora durante un año, para aludir a la imposibilidad de cuantificar el trabajo artístico según los parámetros laborales habituales y recordar, asimismo, que la producción de un artista extiende veinticuatro horas al día. Es decir, que las fronteras entre arte y vida son cotidianamente frágiles y, a veces, inexistentes.

La artista Raquel Friera desplaza esta obra de la historia del arte para revisitarla desde el género y los problemas de la economía actual. Nos invita a entrar en un laboratorio de experimentación y de creación en el espacio doméstico. Investiga el trabajo no remunerado que realizan las mujeres, visualiza y reconoce todas estas tareas imprescindibles para el desarrollo de nuestras vidas y para el funcionamiento del engranaje capitalista. En otro sentido, el proyecto evidencia como, en el contexto europeo, en el que prima la producción de carácter inmaterial, ciertas dimensiones de las subjetividades colectivas, entre las que se encuentra el género, se manipulan a fin de establecer jerarquías entre profesiones diferentes, en este caso entre el trabajo artístico y el doméstico o de cuidado.

Friera cuenta con doce ciudadanas que constituyen una cierta figura femenina y colectiva. A lo largo de un mes, cada una de estas mujeres ficha y se hace una foto después de terminar, en su casa, una tarea considerada como trabajo doméstico o de cuidado. Además, registra en audio los momentos en que este trabajo sobrepasa la dimensión material, por ejemplo, el tiempo dedicado a la planificación de actividades o la disponibilidad ante coyunturas eventuales del hogar; en definitiva, documenta el carácter incuantificable de buena parte de sus responsabilidades. En la respuesta de Raquel Friera también hay un deseo de compartir otras realidades, siempre cercanas, que no por ser invisibles –o invisibilizadas– son inexistentes. Y, para hacerlo, Friera desarrolla un tipo de trabajo arraigado en las prácticas feministas del cuidado y la escucha.

Embarcarse en este tipo de procesos de producción artística supone un ejercicio de generosidad: el acto de colaborar, intrínseco a estos procesos, implica asumir una pérdida de control sobre el resultado final. En el caso de ​One Year Women’s Performance 2015-2016,​ el proyecto toma las vidas, las casas, los coches y el entorno de las participantes, para atravesar en un proceso de autoconocimiento y de experiencias compartidas. De este modo, podríamos decir que el trabajo de Friera existe de dos maneras: en la sala de exposiciones como resumen formal de lo ocurrido y en la vida de las personas que forman parte y que encarnan los procesos que la alimentan, unas personas voluntarias que, participando, comparten su vida con nosotros y nos invitan a reflexionar sobre nuestras vidas. Este tipo de práctica artística pone en cuestión la institucionalidad que lo sustenta por su carácter inmaterial y de proceso: las obras no son fotos fijas para mostrar, sino que crecen con el tiempo y la experiencia.

En definitiva, el trabajo de Raquel Friera existe en el deseo de mostrar nuestra realidad más cercana y, a partir del encuentro con otras personas, nos lleva a cuestionarnos no sólo el sistema económico en que vivimos, sino también la estructura de construcción de relatos que lo sustenta y condiciona.

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Castellterçol, 1974. Periodista cultural. Ha treballat a Catalunya Ràdio, COPE Catalunya, COMRàdio i BTV. Actualment, treballa a La Xarxa, escriu a Teatre Barcelona, Efectes Secundaris i Catalunya Plural

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