Hace unos meses murió mi abuela. A las pocas horas rebusqué en todas aquellas cajas de recuerdos antiguos y saqué un papelito con letra infantil que yo le había escrito más de 20 años atrás. Me dirigía a ella en una muestra de gratitud y aprecio pero, entre otras cosas, decía que ‘lo que más valoro es que lo hace todo por mí’ y así era; la misma nota concluía ‘no pide nada’. Ahora me llevo las manos a la cabeza y siento vergüenza, una niña que apenas conseguía hacer letra ligada sabía que tenía que recibir mucho y dar poco. Desde esta ausencia pude repensar en aquellos 28 años de cuidados. Pensaba que la nuestra, era la historia de un hecho natural como la de tantas otras, porque-esto-es-lo-que-se-hace. Las abuelas cuidan las nietas, mientras los progenitores trabajan. Sin duda, en ningún momento debían acordar previamente a mi concepción del establecimiento de este reparto de tareas. Pero parecía que no quedaba otra, que la vida va así. Nos eliminan el tiempo para estimar y lo sustituyen por tiempo para producir; privándonos.
La última conversación que tuvimos se basaba, precisamente en los afectos. Me decía que era más difícil dejarse querer que amar, que dejarse querer es abrirse del todo porque esperas cosas concretas de un ser libre. Y que yo me había dejado querer del todo por ella. Y me di cuenta cuando ella ya había muerto y no podía hacerle preguntas. Ya me habían advertido que cuando mueren las abuelas se destruye el último refugio y así fue.
Así, con los meses pensé lo que tantas otras han hecho antes, reflexionar sobre toda la estima recibida y la pequeñez del ama devuelta. Realmente, lo que ella me había ofrecido era del todo irretornable; yo me había enriquecido de manera infinita y no lo podía volver. Generé una plusvalía (que terrible utilizar términos cuantificadores en cuidados) de recursos de todo tipo que era imposible compensar. A no ser que, como decía ella, poder cuidar le supusiera también placer a ella. Un legado lleno de enseñanzas que me han conformado, me anclan y empujan. Quiero pensar que era una relación ambivalente de afectos pero completamente desigual. Conmovedor si lo sitúo en el vínculo entre dos mujeres de dos generaciones; terrible si lo traslado al ámbito de la pareja. ¿Cuántas veces hemos oído el depósito a un pozo sin fondo de caricias, tuppers, abrazos de consuelo, consejos de madrugada…? ¿Y cuántas, cuántas veces no ha habido este regreso de ellos a nosotros? De acuerdo, la situación es bastante diferente. No sólo porque el vínculo sí es elegido, seguramente más inestable y permanente, sino por sesgo de género.
Por eso la huelga de cuidados tiene esta interpelación a los hombres, a su manera de escuchar y atender las necesidades que no sienten como propias. Las tareas cotidianas que comienzan cuando nos despertamos y necesitamos ese café caliente, las tostadas, pasear al perro, la ropa limpia, planchada y colgada en el armario, la jornada laboral, los problemas del trabajo, la comida hecha en un tupper, recoger a los niños, jugar, escuchar, los cafés de media tarde, acariciar, hacer la compra, ordenar la compra, pasar cuentas, mensajes, correos, llamadas, tener sexo o hacer el amor, dormir y fin. O no, soñar. Para que los deseos y proyectos conformen lo que las economistas feministas llaman decesidades (este mixto entre deseos y necesidades; sin ser estrictamente necesarios, los necesitamos para ser felices).
Y es que lo que planteamos este 8 de marzo es complejo, y estamos aprendiendo juntas. Como dice una de las mujeres que me hace de hermana: cuidar es un privilegio. Y tiene razón, cuando podemos elegir que nos cuiden, pensamos en quien puede hacerlo mejor. No nos sirve cualquiera, pensamos en las características de los afectos que esperamos: en el poder de la ternura y, también, en la fuerza de quien puede luchar por nosotros tan bien como nosotros lo hacemos. Al final, no deja de ser buscar la calma de quien nos guarda las noches. Así, en el debate sobre hacer huelga también en los cuidados imagino que el debate está si hemos podido escoger el vínculo que nos une a ambos lados en cuidar o bien, si no lo hemos podido hacer. Si podemos hacerlo solas o si necesitamos una red más amplia. Si podemos vivir esta relación de cuidados como un privilegio o si la relación es desbordante por una de las partes.
Pero asumimos, nos necesitamos. Nos deseo la suerte de que nunca digan de nosotras: es una persona hecha a sí misma. Qué tristeza hacernos solas, prefiero pensar que nos han crecido muchas personas que nos han hecho a través de cuentos, salidas al bosque, rodillas peladas, barreños de agua en las azoteas perdidas de la infancia. Y que, hoy nos siguen haciendo cada vez que una pequeña estira los brazos hacia nosotros confiando en nosotros, las llamadas fuera de horas de aquella amiga que hace una eternidad que no ves pero sabe que-tú-sí-que-la-podrás-entender.
Sí, yo el 8 de marzo también me paro. Pero seguramente, para dejar espacio para la vida, para recordar todas las que en algún momento me han llevado a este lugar que nos anunciaba Alejandra Pizarnik: este rincón sensible, luchador, de piel suave y de tierno corazón guerrero.


Catalunya Plural, 2024 