Puedes creer que la liberación de la Mujer en nuestro país es un hecho. Que no hay ninguna regulación aplicable que discrimine negativamente la Mujer, y que por tanto tiene garantizados todos los derechos por parte de los poderes. Que no hay ningún ámbito público, social, privado o íntimo en el que una Mujer por ser Mujer no pueda acceder en igualdad de condiciones al resto de humanos. Puedes creer, por tanto, que las Mujeres debemos sentirnos orgullosas de la sociedad libre e igualitaria en la que vivimos y aprovechar las ventajas para hacerla progresar. Y, claro, pensarás que el feminismo en nuestro país no es justificable y que, en esta sociedad justa con el género, sólo sirve para victimizar las Mujeres o canalizar las frustraciones personales de las que ven discriminación allí donde hay sólo falta de competencia en algún ámbito.

O no. O puedes ver, en cambio, que no es sólo que la sociedad no es perfecta para nadie excepto la minoría selecta habitual, sino que es más imperfecta por las personas mujeres. Y aquí por primera vez utilizamos la minúscula inicial: la sociedad no está llena de Mujeres protegidas que llenan el concepto y la legislación de manera abstracta, sino de mujeres que, según sus circunstancias particulares, ven pequeños o grandes topes vitales, además , por razón de su género. Puedes ver que, más allá de las pequeñas evidencias personales, hay datos objetivos globales que demuestran estos topes. En el ámbito económico puedes observar el diferencial de tasa de paro respecto de los hombres (3.5%), el sueldo medio por hora para puestos equivalentes (13% menor) o la menor representatividad en cargos políticos o directivos de empresas. Y en el ámbito social puedes reconocer las desigualdades en todo, desde las letras de las canciones hasta la violencia machista, tanto la explícita criminal como la implícita en dinámicas personales.

Estas mujeres, escritas con minúscula inicial tan ortográfica como social, también encuentran dificultades añadidas respecto de los pares masculinos en función de su circunstancia económica y personal: de joven le cuesta más tener experiencia y envejece más rápidamente que los hombres, es grasa con sólo tres kilos de más, o es estirada o fácil, o laboralmente es una trepa o no tiene ambición, o no tiene vida por los hijos o es mala madre, y si no tiene la voz amargada enseguida. Y aunque puede ser mujer trans, y quizás ya ni parece una mujer. Y es justamente este el punto: sabemos muy bien, porque nos lo dice el entorno social, que es ser o parecer mujer y qué no. Las personas mujeres constituimos uno de los conceptos más fácilmente adjectivables y con más diversidad de nuestra sociedad. Y los adjetivos, en el fondo, son juicios que hay que superar vitalmente.

Las experiencias de las personas trans en cruzar el género social ofrecen pruebas evidentes de la diferencia en la severidad de los adjetivos entre hombres y mujeres. Un hombre trans, feminista, que se consideraba graso me comentaba, y lamentaba como feminista que es, que notaba como tenía mucho más espacio social por ser graso una vez pasada su transición social a hombre: incluso con más kilos ya no era visto como graso, y su peso condicionaba menos las relaciones sociales.

Más ejemplos. Es muy difícil encontrar una persona con una condición trans visible, la mayoría mujeres, en un trabajo de cara al público. Las personas socializadas como hombres plenamente aptas para el trabajo la pierden en mostrarse como mujeres trans. La empresa o la administración podría dar valor su respeto a la diversidad, que pone a las personas por delante y que se ajusta a la diversidad de los perfiles de sus clientes o usuarios. Más aún, puede aprovechar la empatía adicional que conlleva la amplia experiencia vital de una mujer trans. En lugar de eso, en lugares de trato al público las empresas optan por la proximidad, casi tribal, del canon de belleza femenino por encima de la aptitud. Y las mujeres trans no estamos solas: estos problemas de integración en el mundo laboral tienen la misma raíz que los que se encuentran las mujeres gordas o las mujeres racializadas.

Un elemento importante de la lucha contra la uniformización del género que lleva a la exclusión es el apropiamiento del propio género, que es precisamente la clave de la lucha trans. Las personas trans, así como queer y afines, luchamos y empezamos a tener voz en cómo decidimos vivir y expresar el propio género tal como lo sentimos. Así, la interpretación de lo que es masculino o femenino o fuera del binarismo de género es necesariamente cada vez más amplia y, sobre todo, autodeterminada. Hay victorias en este sentido, como el nuevo modelo de atención a la salud que se está implantando en Cataluña, que si bien es todavía imperfecto, despatologitza el hecho trans, no presupone ningún destino vital en el género y sitúa la persona como fuente de toda decisión. Quizás puede sorprender, pero no es casualidad, que esta lucha de las personas trans tenga un cierto paralelismo con la lucha de las mujeres musulmanas por ser ellas las que decidan si llevan velo o no. La lucha de fondo es la misma: el género y su expresión debe dejar de ser un permiso o un código para pasar a ser un derecho.

Las personas trans, y las mujeres trans en particular, somos un indicador excelente de la opresión asociada al género. Somos el gorrión encerrado en una jaula en las minas de carbón: primero vamos a caer nosotros, porque la estigmatización es muy grande y nos falta mucho oxígeno, pero el patriarcado que nos ahoga acabará ahogando las otras vidas que trabajan en la mina si puede. Así también no sólo viendo el sistema sino también las personas: ¿alguien duda de que una persona machista tiene más números de ser una persona homófoba o transfobia que una que no lo es? Como persona blanca yo no lo puedo asegurar, pero probablemente hay la misma correlación positiva entre las personas machistas y las xenófobas o racistas. La lucha feminista es, sobre todo, la lucha de las mujeres discriminadas por etnia, por orientación sexual, por identidad de género, o por tantas otras causas.

Es cierto que el feminismo puede ser instrumentalizado, por ejemplo en la perversión de las necesarias políticas de género con denuncias falsas por violencia de género, y puede crecer torcido como es el caso del feminismo blanco, que sabe perfectamente cómo deben liberar las mujeres musulmanas o negras, o del feminismo radical trans excluyente, que niega la autodeterminación del género. Pero, a pesar de la imperfección que hay que eliminar, el feminismo es la herramienta imprescindible para corregir la injusticia y desigualdades del sistema. El feminismo transformador no debe reivindicar los derechos de la mujer abstracta, sino los de la mujer gorda, la fea, la negra o gitana, la transgénero, la precaria, la prostituta, la lesbiana, la vieja, o la promiscua. Cuando estas mujeres avanzamos en la igualdad, la mujer blanca guapa, joven, delgada, cisgénero, acomodada y heterosexual descubre que, también ella, vive en un mundo más justo. Y también los hombres seropositivos, los migrantes, los parados o los disfuncionales motrices terminan descubriendo una mejora en sus vidas. Dice el clásico del cuñadismo machista que no hay que ser feminista sino personista. Giremos la tortilla al argumento: sólo se es realmente personista , y atiende a las personas y no a un modelo patricarcal, quien es feminista.

Actualmente la relación de la sociedad con el género es problemática: no podemos permitir que una identidad personal marque tanto el recorrido vital por causas transversales a toda la sociedad. Hay que cambiar la relación de la sociedad con el género, es decir, hay el equivalente a un convenio colectivo del género para hacerlo diverso y autodeterminado, es decir, libre, que ofrece el feminismo abierto y diverso. Y ya sabemos a estas alturas de la historia como se cambian los convenios colectivos: necesidades, cambio de paradigma, lucha y victoria. Estamos en la fase de la lucha, y una huelga feminista es una acción lógica y en cierto modo inevitable.

La igualdad feminista es la diversidad de toda la sociedad, porque la justicia es como un cubo de agua: habrá que tapar todos los agujeros de diferentes tamaños y formas para que, al final, no termine vaciándose de contenido.

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Doctora en física. Nascuda fa 46 anys a Girona, viu a Sant Quirze del Vallès i és científica de professió amb una quarantena de publicacions internacionals. Mare transgènere de dos fills. Ha participat en la negociació pel nou model d'atenció a la salut per a persones trans i en la llei d'igualtat LGTBI presentada al congrés espanyol.

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