Betty Friedan, en La mística de la feminidad (1965), verbalizó el malestar innombrable –“el problema que no tiene nombre”– de aquellas mujeres norteamericanas que, enmarcadas en una rutina mecanizada y alienante, habían sido despojadas de sus voluntades e inquietudes: “Puedo hacerlo todo y me gusta, pero no deja tiempo para pensar en lo que una es realmente. […] No tengo un problema al que pueda dársele un nombre determinado. Pero estoy desesperada”. Medio siglo más tarde, y en un contexto de capitalismo salvaje, Lina Meruane (Chile, 1970), escritora y docente, reedita Contra los hijos.
Meruane recupera el texto de Friedan y el discurso pronunciado por Virginia Woolf en 1931, así como también significativos textos literarios –como, por ejemplo, la obra teatral Casa de muñecas de Ibsen o la novela vanguardista Parque industrial de Galvão– para preguntarse: “¿Qué ha sucedido? ¿No nos habíamos liberado, las mujeres, de la condena o de la cadena de los hijos que nos imponía la sociedad? ¿No logramos salir y entrar y salir del cerco doméstico dejando atrás las culpas?”.
Si bien sus últimos años de producción literaria (Fruta podrida y Sangre en el ojo) y también ensayística (Viajes virales) se han caracterizado por la exploración de la enfermedad, ahora la escritora chilena pretende dar cuenta de cómo los discursos más institucionalizados sobre la maternidad se inscriben en los cuerpos y en los deseos de las mujeres con el fin de normativizarlos.
Contra los hijos es un ensayo muy diferente a Viajes Virales o Volverse Palestina. ¿De dónde nace la voluntad de escribir esta diatriba y qué la lleva a traducir esta inquietud en una provocación?
La literatura es un territorio de mucha libertad y, si uno no experimenta en la escritura, ¿dónde lo va a hacer? Siempre he pensado que todos los libros nacen de preguntas distintas y eso exige necesariamente que los textos también se resuelvan de maneras diferentes. Me interesó el género de la diatriba porque sus propiedades me permitían ahondar desde el humor en los significados que ha ido adquiriendo la maternidad en la actualidad, en el lugar que han ido ocupando los hijos en el imaginario colectivo. El objetivo principal de este libro es que sea leído. Por eso me serví de un lenguaje pensado para ser escuchado y de una vocación un tanto provocadora. Me gustaría pensar que, aunque quizás este libro no llegue a mucha gente, las personas que lo lean van a recoger este hilo y de ahí van a formularse nuevas preguntas, van a llevar la maternidad hacia un lugar que, por ejemplo, cuestione la educación machista, la sumisión de las madres a la voluntad del hijo…
¿Por qué cree que es tan problemática, a la par que peligrosa, esa noción de hijo contra la que se rebela?
Más que contra los hijos, que pobrecitos son pequeños y no saben lo que hacen, aquello contra lo que me rebelo es contra el modo en que los hijos han vuelto a ser un dispositivo político, económico y social para retraer a las mujeres en el hogar. Hay una especie de péndulo histórico y parecería que, en este preciso momento, estamos instaladas en una práctica conservadora de la maternidad.
En Contra los hijos hay una referencia constante al “ángel victoriano” narrado por Virginia Woolf y más tarde al “ángel del hogar” alumbrado por Betty Friedan. ¿Bajo qué discursos cree que se ha actualizado en la actualidad ese ángel normativo, ese fantasma omnipresente que aleja a las mujeres de su deseo y les recuerda cuáles son los mandatos de género que deben cumplir?
Uno de los disfraces de ese fantasma ominoso bien podría concretizarse en el ángel verde, en el ángel del ecologismo que nos llama a salvar el planeta de la extinción. Y es que, en ese llamado, aquello que se está reclamando es que la madre vuelva a ser el eje de la naturaleza y que proteja a ese hijo de la extinción. En el discurso de ese ángel, que parece muy progresista y muy preocupado por la salvación del planeta y con el que una tendría que estar naturalmente de acuerdo, la figura de la mujer vuelve a ser proveedora de cuidado y su identidad queda reducida a puro cuerpo.
Ese rechazo al biberón, a la lactancia más breve, a las vacunas, al pañal desechable, etc., supone obviar los efectos positivos de una serie de tecnologías que, en efecto, había ayudado a mujeres de otra época a tener vidas más completas y a complementar la crianza de sus hijos con otros desafíos vitales. Y aquí me parece que hay un engaño: porque hay una vuelta que parece progresista pero que, al fin y al cabo, acaba traduciéndose en un posicionamiento que se alía con los discursos conservadores de toda la vida.
De la misma manera que este relato ecologista puede ser un arma de doble filo, ¿cree que algunas reivindicaciones formuladas desde los feminismos podrían estar olvidándose de exigir al Estado la responsabilidad en los cuidados? Pienso en la última novela de Belén Gopegui –Quédate este día y esta noche conmigo (2017)–, donde en un pasaje uno de los personajes sostiene: “De repente ahora que falta dinero, recursos, todo el mundo habla de cuidar”.
Tal cual. No he leído esa novela, pero evidentemente hay un diagnóstico parecido. Cuando tú me preguntabas acerca de cómo vuelve el “ángel del hogar” a la actualidad, lo que creo es que ahora hay un coro de ángeles: uno es el ángel verde, sí, pero otro es el ángel capitalista. Y el ángel capitalista trae una serie de mensajes también y lo que nos dice es: “Ahora tenemos que hacer que nuestros hijos triunfen”. Pero ese deseo de progreso está marcado por el retiro de la ayuda social.
Esos padres sienten entonces que el Estado no garantiza a sus hijos las condiciones materiales de las que ellos se habían beneficiado en el pasado y, como consecuencia, empiezan a responsabilizarse ellos mismos de un exceso de cuidados –estudiar con los hijos, cargarlo de actividades extraescolares, etc. Es en este punto, por cierto, donde la maternidad y la paternidad adquieren una función competitiva dentro de la lógica del Estado.

En su ensayo dibuja un abanico de tipologías de madre que va de la madre-sirvienta a la madre-superwoman, pasando por la madre-ecologista o la madre-dividida. ¿Qué es lo que tienen en común estos modelos tan distintos?
Lo que yo creo que tienen en común es que todas estas madres intentan responder de la mejor manera a las presiones y dificultades del presente. Lo fácil es ironizar con esas figuras –que, de hecho, yo lo hago–, pero lo realmente difícil es entender a qué responden estas mujeres. Si pudiéramos desvelar los discursos a los cuales responden, a lo mejor tendríamos maternidades menos estresantes, menos difíciles, menos sufridas.
Si bien en su ensayo se esfuerza mucho en no cargar a las mujeres con una culpa extra, sí que advierte que su modus vivendi –fundamentado en una sobrecarga de trabajo tanto fuera como dentro del hogar– no posibilita tiempos ni espacios para nombrar el desasosiego ni politizar el malestar.
Lo que pasa es que cuando uno está sobrepasado, y eso me parece que lo sabemos todos, no tiene tiempo para sentarse a pensar qué está haciendo ni qué siente sobre lo que está haciendo. Ese exceso productivo lo que hace es frenar las reflexiones críticas. Y eso es un problema del capitalismo. Este sistema prefiere ciudadanos dóciles y ocupados en vez de ciudadanos que tienen tiempo para pensar y para leer.
Aquí también tendría lugar la presencia de un dispositivo médico que, lejos de generar condiciones de posibilidad para nombrar el malestar, opta por anestesiar esa tensión emocional con la medicalización.
Sí, se decanta por la patologización. Y subrayar esta función del aparato médico me parece altamente necesario porque, aunque el tono diatribesco del ensayo pueda confundir, no me interesan tanto las decisiones particulares de las mujeres como tratar de desmenuzar qué poderes, qué dispositivos están operando en torno a ellas para arrebatarles toda la agencia.
En el libro sostiene que la decisión de no tener hijos puede ser interpretada socialmente como un “problema” o un “fallo genético”, y que consecuentemente esa mujer puede ser connotada como una “mujer incompleta, anormal, enferma”. En esta retórica, tan utilizada por los discursos dominantes, hay una clara voluntad de deslegitimar y de patologizar la decisión de no ser madre.
Estamos muy acostumbrados a pensar a partir de dualidades: hombre mujer, normal-anormal, izquierda-derecha, etc. La enfermedad siempre aparece como una especie de diagnóstico de lo que sale de la norma. Y los deseos de aquellas mujeres que subvierten los mandatos de género suelen adquirir adjetivos y nombres muy negativos. Me parece que si pensáramos la maternidad dentro de un arco más plural de opciones, moralizaríamos y estigmatizaríamos menos a aquellas mujeres que han decidido no tener hijos.
En Contra los hijos también dice que una mujer con una enfermedad crónica o una “adversa condición hereditaria” suele entrar por defecto en la categoría de “no apta” para la maternidad.
Eso es muy interesante en el caso de Virginia Woolf, ya que en cierto sentido la desahuciaron, le dieron permiso para no tener hijos porque al parecer padecía un problema psiquiátrico severo. Pero cabe decir que, más que en la salubridad de la mujer, en la mayoría de ocasiones únicamente se piensa en salvar al hijo. Siempre hay una preocupación por cómo puede operar la genética y la cuestión hereditaria en él. Y lo mismo sucede con el debate del aborto en caso de violación. Un argumento recurrente es: “salvemos al hijo aunque condenemos a la madre a vivir con esa experiencia tan fuerte cada día de su vida”
El hijo convertido en el centro de la familia y de todos los debates.
Totalmente. Estamos en un momento de la historia en el que el hijo pasó de ser un miembro de la familia solo con deberes –y casi sin derechos, que tampoco es deseable– a ser solo centro de derechos.

En otros libros –pienso especialmente en Fruta Podrida– ha tratado de algún modo la imposibilidad de forjar una comunidad ética en un sistema que concibe los cuerpos como mercancías exportables y explotables. El personaje protagonista de la novela, si no recuerdo mal, encuentra en el dejarse morir un modo para subvertir el diagnóstico médico.
Zoila, para mí, es un personaje paradójico porque su resistencia significa la muerte. Y, de hecho, a veces pienso en ese personaje y creo que la resistencia no tendría que ser sólo un camino de extinción. Tendría que haber también otras opciones. De todos modos, me parece que las novelas trabajan desde otro lugar. En mis textos narrativos no estoy preocupada por crear personajes heroicos femeninos, sino que lo que me interesa es tratar las asperezas entre las mujeres, los poderes que encuentran a su disposición y cómo los utilizan.
Y entonces, desde su posición de ensayista y pensadora en Contra los hijos, ¿cree que actualmente hay algún margen de agencia para practicar una maternidad reconciliada con el propio deseo y alejada de los imperativos del capitalismo salvaje?
Yo trato de no practicar el pesimismo en mi vida reflexiva y en mi vida privada. Porque el pesimismo está muy aliado con el pensamiento más conservador. El pesimismo lo que dice es: “todo va mal y nada va a poder cambiar, por lo tanto acéptalo”. Hay muchas cosas que se pueden hacer para tener unas vidas maternas más felices, y me parece que poner límites, entender que la propia libertad empieza donde termina la del otro puede ser un buen modo de empezar.
Eso es algo que tiene que ocurrir en el hogar para que después ocurra en la sociedad, para que se consolide la idea de respeto hacia el otro. Si bien es cierto que pensar en lo que el otro necesita es importante, también resulta muy necesario escuchar lo que una necesita y negociar desde allí. Y esa negociación es difícil y está siempre cambiando porque las personas no somos estatuas, sino que vamos deseando otras cosas, nuestras pulsiones nos van llevando hacia otros lugares… Pero me parece que es importante reflexionar sobre el lugar que una ocupa y por qué está haciendo lo que está haciendo.
A propósito de la necesidad de reflexión sobre la maternidad, su ensayo se inscribe en la genealogía de libros que tratan el tema de la maternidad no necesariamente como un asunto feliz. Pienso concretamente en el libro Madres arrepentidas de Orna Donath o en la narrativa de Ariana Harwicz. ¿Qué otras novelas visibilizan el no deseo de maternidad?
Está bien tu pregunta porque yo fui encontrando escenas de conflicto materno u observaciones de mujeres que reflexionan sobre la maternidad, pero todavía no he encontrado ninguna novela que decrete explícitamente el deseo de no ser madre. Eso, a su vez, también indica que hay un tabú. En el capítulo ‘El canon infértil’, por ejemplo, explico la anécdota de que hubo una autora que dijo: “escribiría una novela sobre este tema, pero tendría que usar un pseudónimo”. No tengo ninguna duda que tienen que existir estas novelas, pero yo no me las he cruzado.
En la presentación del libro ya hizo referencia a la pérdida de corpus literario sobre estas cuestiones a causa de los años en los que las mujeres, embarazadas y ocupadas en la labor de la crianza, no pudieron narrar sus propias experiencias.
En efecto, es difícil encontrar ciertos relatos porque las mujeres no tenían mucha voz antes. Pero tuvieron unas vidas y las decisiones que tomaron también son sus escrituras. En esas decisiones –en los hijos que tuvieron o que decidieron no tener, en los hijos que abandonaron, etc.– hay un relato que ocurrió por fuera del texto y que las biógrafas y las feministas, sobre todo, se encargaron de rescatar. Hurgar en esos silencios tiene mucho interés porque las biografías de esas mujeres también son relatos, son una suerte de valioso de-venir que se escribe y se resignifica en el tiempo post.


Catalunya Plural, 2024 
4 comentaris
Comparto la idea y eso es muy penoso.. Hay que cambiar este trato injusto respecto al papel de bebes en la vida de las personas y la sociedad.. MI hijo es una bendición de Dios y fue nacido mediante la clínica ucraniana Biotexcom. Para mi esta historia nunca será olvidada.
Hola, soy Catalina. tengo 41 año y debido a cancer no puedo tener hijos. Hace 2 años hemos decidido encontrar la clínica de subrogación que nos ayude . En España es illegal , por eso tuvimos que ir a Ucrania . Hay muchísimas clínicas de reproducción asistida . Hemos elegido la mejor para nosotros . Con La tecnología DGP se puede crear el embrion absolutamente sano y elegir el sexo del bebé . Mi marido y yo siempre queríamos tener hija . Algunos pueden decir que es antinatural elegir o sexo de bebé , pero si la ley lo permite , por que no ? Ahora somos padres muy felices ! Gracias a todos doctores, abogados y nuestra gestante Olga. Hemos podido lograr nuestro sueño !
Hola, Catalina..de que centro estas hablando ?
Es el centro de Reproduccion asistida Feskov..te dejo su pagina web https://maternidad-subrogada-centro.es Surte