El historiador y periodista Jaume Fabre (Barcelona, 1948) ha radiografiado la etapa más sombría del periodismo en Catalunya, la que va del triunfo del franquismo a la supresión de la censura previa, en 1966. “Periodistes malgrat tot” es una historia de represaliados, pero también de delatores. Una historia de defensores del golpe que muy pronto se desengañaron. De monárquicos y lerrouxistas detenidos por capricho del gobernador civil. Es la historia de decenas de exiliados, encarcelados y de periodistas que nunca más pudieron ejercer su oficio. Una historia, en fin, plagada de venganzas y arbitrariedades.
La obra de Jaume Fabre, que lleva por subtítulo “La dificultat d’informar sota el franquisme a Barcelona. Resistents, possibilistes i col·laboracionistes” (editada por el Ayuntamiento de Barcelona) es también la historia de aquellos periodistas que supieron aprovechar las fisuras del régimen para conservar una cierta ética y mantener la dignidad. Los periodistas que, dice Fabre parafraseando a Espriu, “van viure per salvar-nos els mots”, que ejercieron el catalanismo desde la prensa en castellano, rescataron a periodistas exiliados o represaliados y ficharon a jóvenes periodistas sin preguntarles su filiación.
Delatores y represaliados
“Detrás de cada periodista represaliado suele haber otro periodista que lo ha delatado”, sostiene Fabre. La más dramática de las historias que recoge el libro es la de Francisco Carrasco de la Rubia, un joven sevillano que llegó a Barcelona y escribió críticas de cine en La Vanguardia y al principio de la guerra realizó un reportaje sobre la columna Durruti. Carrasco de la Rubia, como tantos otros, se creyó aquella frase tan repetida de que “quien no tenga las manos manchadas de sangre no tiene nada que temer”. No sólo no las tenía sino que no se había significado por nada en especial. Pero fue llevado ante un consejo de guerra. El crítico de cine de La Vanguardia, Antonio Martínez Tomás, testificó en su contra y el libro recoge su declaración. “Es demoledora –apunta Jaume Fabre-. Martínez Tomás tenía que ser consciente de que con aquel testimonio, trufado de falsedades y tergiversaciones, lo iban a fusilar. Otros redactores del diario llamados a declarar no lo acusaron, salieron como pudieron de la situación, pretextaron que apenas lo conocían, que iba poco por la redacción. Pero Martínez Tomás, no”.
No era la primera vez que su testimonio contribuía a condenar a alguien, porque ya había sido testigo de cargo en el proceso contra el democristiano Carrasco i Formiguera, fusilado en Burgos en 1938. Tampoco sería la última, pues también testificó contra el exdirector de La Vanguardia, Agustí Calvet, ‘Gaziel’. “Pues este personaje siniestro fue presidente de la Asociación de la Prensa durante una década”, concluye Fabre.
Posibilismo no es cobardía
En el otro extremo estaban los periodistas que tuvieron la habilidad, como le gusta explicar a Jaume Fabre, de navegar con el viento en contra porque supieron poner las velas en la posición adecuada. “Lo que es seguro es que nunca se llega al destino poniendo las velas como si el viento viniera de popa cuando en realidad sopla con fuerza de proa. Posibilismo no es cobardía, sino astucia: saber esperar el momento propicio para obtener los resultados que se buscan”.
Fabre cita especialmente a Andreu Roselló y a Manuel Ibáñez Escofet como figuras destacadas de este “posibilismo” que él considera de suma importancia. Y lo hace poniendo como ejemplo lo que hizo el PSUC al final del franquismo. “Después de tener un montón de gente encarcelada durante años decidieron que podían ser más útiles si se implicaban en los movimientos sociales, en las asociaciones de vecinos, en los sindicatos y trabajaban contra el franquismo con esas fisuras que ofrecía el régimen”. Y se pregunta, respecto a los periodistas: ¿qué fue más útil para el periodismo y el país, lo que hicieron ellos o la gente que, lamentablemente, acabó en prisión?
Después de la guerra las redacciones las integraron carlistas, lerrouxistas, unos pocos cristianos “fejocistas”, simpatizantes de la Lliga Regionalista y de Acció Catalana. La mayoría de periodistas que habían trabajado en medios de la Lliga (que tenía una veintena de cabeceras) pasaron a formar parte de la prensa del movimiento o a convertirse en censores. Pero los más importantes para el régimen, destaca Fabre, fueron los lerrouxistas: habían apoyado el franquismo, eran anticatalanistas y además, buenos periodistas.
El retorno de los represaliados
En la época más cercana a la guerra era casi imposible que periodistas antifranquistas llegaran a las redacciones, pero a partir de los cincuenta, El Correo Catalán y el Diario de Barcelona empezaron a incorporar colaboradores que habían sido represaliados, que se habían exiliado y a muchos a quienes hasta entonces se les había negado el carnet de periodista, imprescindible tras la guerra civil para ejercer la profesión. Y poco a poco, también se incorporaron a las redacciones gente joven, procedente de las escuelas de periodismo, gente sin miedo, a quienes la guerra empezaba a parecerles algo lejano. Esta nueva situación fue evidente en periódicos como Tele/eXpres, bajo la dirección de Manuel Ibáñez Escofet. Las secciones de Local se convirtieron en la punta de lanza del periodismo más reivindicativo a finales de la época estudiada, mediados de los sesenta, y a esa postura se sumó también El Noticiero Universal, con una sección muy activa, dirigida por Antonio Figueruelo.

El posibilismo no era bien visto por quienes defendían posiciones maximalistas. De ahí algunas críticas hacia Ibáñez Escofet desde el propio catalanismo, porque Ibáñez defendía, por ejemplo, que había que hacer “diarios catalanes en lengua castellana”. Para algunos era poco menos que una traición hacer cualquier cosa que pareciera que se aceptaba el “status quo”. Hasta una publicación enteramente en catalán como Tele Estel fue criticada por quienes creían que significaba hacerle el juego al régimen.
Franquistas desencantados… y encarcelados
Junto a los posibilistas aparecieron pronto los desencantados. Lerrouxistas como Luis Marsillach, que fue detenido, rapado al cero y enviado a prisión por un artículo sobre la mala calidad de las casas baratas del Verdum. Marsillach tuvo que sentarse en el banco de los acusados el mismo día que en Madrid se casaba su hijo Adolfo con la actriz Amparo Soler Leal.
También el monárquico Santiago Nadal, defensor del golpe pero rápidamente distanciado del franquismo en cuanto vio cómo iban las cosas, sufrió las iras del Gobernador Civil. Nadal fue el primer periodista encarcelado en la posguerra por un artículo publicado en la sección de Internacional de La Vanguardia titulado “Verona y Argel” que, sin tener nada que ver con España, decía en uno de sus párrafos: “¡Basta de depuraciones, de expedientes, de ‘justicia estricta’, de ‘limpieza’, de tribunales políticos, de fusilamientos y de ‘paseos legalizados’”. El Gobernador Civil de Barcelona, Correa Veglison, debió entender que se trataba de un mensaje subliminal, a pesar de que se hablaba estrictamente de unos procesos judiciales iniciados en Italia y Argelia, porque ordenó su detención. Nadal fue rapado al cero y conducido a la cárcel Modelo. Salió al cabo de tres semanas gracias a las gestiones realizadas por el alcalde de Barcelona, Miquel Mateu Pla, ante quien había intercedido Josep Pla. Su director, Luis de Galinsoga, no hizo gestión alguna a favor de su redactor. Sin embargo, el Conde de Godó le mantuvo el sueldo de las semanas que estuvo en prisión y dispuso protección para Nadal porque eran tiempos en que actuaban los llamados “chicos de la porra”, que se dedicaban a dar palizas a quienes consideraban que habían ofendido al régimen. Unas bandas toleradas por el gobernador civil.
El periodista que ocupó pistola al cinto la redacción de un periódico el 26 de enero del 39 fue el carlista Ricard Suñé y el periódico fue La Vanguardia. Fabre describe a Suñé como “uno de los mejores periodistas de la posguerra”. Hace unos años, el propio Fabre encontró, por casualidad, en una librería de viejo un libro totalmente manuscrito, que había publicado el mismo Suñé sólo seis años después de aquella irrupción. Se trataba de un estudio sobre el periódico ochocentista “Un tros de paper”, y lo escribió por entero en catalán, a pesar de ser consciente que difícilmente vería la luz, como decía Suñé en el prólogo. Y así fue.
Una prensa servil e ineficaz
Borja de Riquer, prologuista del libro de Fabre, dijo en la presentación que la prensa de posguerra fue dócil y uniforme, intelectualmente castrada, de ínfima categoría, socialmente débil, ideológicamente reaccionaria. Y además, políticamente ineficaz, porque no sirvió para adoctrinar, sólo sirvió para convencer a los ya convencidos.
Riquer explicó una anécdota protagonizada por los militantes del PSUC Miguel Núñez o Gregorio López Raimundo, no recordaba cuál de los dos, cuando vivían en la clandestinidad. Uno de ellos estaba en el salón del hotel en el que se alojaba leyendo el diario cuando un empleado le soltó: usted debe ser comunista. El aludido se quedó de piedra, y sólo atinó a preguntar: ¿por qué dice eso? Porque nadie –respondió el empleado- es capaz de leer un discurso de Franco con tanta atención si no es comunista. Desde entonces, leyó el periódico en su habitación.
Aquella prensa servil es ahora de muy poca utilidad para saber qué ocurrió en esos años. “Para saber qué pasaba en los años previos a la guerra civil, los historiadores necesitan ver la prensa de la época. Pero para saber qué pasó en los años cuarenta no sirve de nada mirar la prensa”, concluyó Riquer.
Jaume Fabre confía que el libro tenga una lectura actual, porque considera que ahora también hay periodistas que tienen dificultades para desarrollar un trabajo digno y hay periodistas que delatan a compañeros o que se muestran serviles con el poder.


