Hace un mes, las mujeres de este país llenamos las calles de dignidad reclamando igualdad y respeto, pero también un orden social y económico más justo, democrático y libre. El pasado 8M nos convertimos en referente mundial en la defensa de los derechos humanos, civiles, laborales y económicos, demostramos cómo el feminismo constituye ahora mismo la lucha más aglutinadora que existe, y asentamos un pacto intergeneracional que dejó de ser silencioso e invisible y que constituirá, sin duda, un hito en la historia contemporánea.
Hace un mes, el feminismo, que siempre estuvo ahí aunque en los márgenes, cobró protagonismo: de repente, el camino trazado desde hacía décadas por las feministas a las que tanto debemos, empezó a ser recorrido, a zancadas y con paso firme, por un número creciente de mujeres y así, el feminismo pasaba a ocupar discursivamente galas de cine, teatro o música, generando movimientos de denuncia y a la vez de sororidad, como el #YoTeCreo, #SomosManada, #TimesUp o #MeToo, y marcando la agenda política, mediática y social.
Hace un mes dijimos que no estábamos dispuestas a volver al eterno segundo plano, desenfocado y de relleno; y lo dijimos sabiendo que no será fácil, ni rápido, pero somos muchas, y que llegarán muchas más. Y que no nos sirven programas sin presupuesto, ni márqueting sin política, y que somos tan conscientes de lo profundo de las raíces del patriarcado, que medimos nuestras fuerzas y entendimos que la escuela y la educación tienen que ser uno de nuestros frentes, por futuro y por alcance.
Si creemos que la finalidad de la educación es dotarnos de las herramientas para desarrollarnos como seres individuales pero también sociales, se hace más verdad que nunca lo que siempre recuerda Mercè Otero: la educación, si no es coeducativa, no es educación. La coeducación no es otra cosa que acompañar en el crecimiento con el firme propósito de despatriarcalizar la sociedad, para erradicar las distintas violencias machistas, la desigualdad de oportunidades y la injusticia de género, que acaba siendo injusticia en todas las esferas de la vida. Esta ha de ser la médula de la revolución educativa que viene. Lo tiene que ser deconstruyendo el orden social actual y proponiendo uno nuevo, y por eso el feminismo, qué duda cabe, está llamado a jugar un papel esencial: porque es en sí mismo denuncia y alternativa, porque es movimiento deconstituyente y constituyente a la vez.
El modelo educativo feminista, que de nuevo no tiene nada y que hace más de 40 años se empezó a organizar en la primera asamblea de Dones per l’Ensenyament, va mucho más allá de la escolarización mixta. Pasa, entre otras cosas, por democratizar los claustros y las aulas, por promover el uso del lenguaje no sexista y por propiciar una redistribución de los espacios. Esto último es importante si queremos que cada quien encuentre su sitio en el mundo, sin verse en la obligación de moverse en los márgenes y ocupar un lugar subalterno. Por supuesto, cómo nos movemos en el espacio también se aprende: el manspreading no es innato, y si lo trabajamos, no necesitaremos anuncios de Netflix en el metro recordando a los hombres que no nos invadan.
Porque el feminismo tiene mucho de respetar tempos, procesos y aspiraciones de cada quién, la coeducación contempla una auténtica atención individualizada, basada en la confianza y el acompañamiento. Porque el feminismo es diálogo, no hay coeducación si no es desde la experiencia dialógica entre iguales, en la que el conocimiento se adquiere por la suma de saberes sin que nadie lo dicte desde una posición autoritaria y de poder. Y porque el feminismo es cooperación, la coeducación pasa por el compromiso y colaboración de las familias y otros miembros de la comunidad con el proyecto escolar, del que se hacen partícipes y, al hacerlo, el ecosistema educativo se abre, y la escuela pasa a ser solamente una parte, encauzando así el tiempo educativo al completo.
Capítulo aparte merecen los contenidos curriculares obligatorios; el papel de la escuela no puede seguir siendo testimonial ni arbitrario en relación a una competencia tan necesaria como es la formación afectivo-sexual. Siguiendo el modelo danés, esta debe proporcionar información sobre enfermedades de transmisión sexual y prevención de embarazos no deseados, pero también invitar a reflexionar sobre cómo promover modelos de relaciones sanas, sobre cómo identificar el acoso, machismos y micromachismos, sobre qué implica disfrutar de unas relaciones sexuales en una lógica entre iguales y con la capacidad de decir No en cualquier momento, y, desde luego, debe tener como premisa el respeto y puesta en valor de la diversidad sexual y de género, así como la lucha contra la lgtbifobia. Por otro lado, un currículum que haga justicia con el papel de las mujeres en la historia, en la literatura, en las artes, en las ciencias, etc., que supere la visión androcéntrica actual y que no condicione el porvenir de nadie en función de expectativas sexistas del entorno es pieza fundamental del cambio educativo.
También lo es la lucha contra la segregación escolar. Si estamos de acuerdo en que el feminismo es incompatible con un sistema basado en explotadores y oprimidas, en privilegiados y precarizadas, la escuela coeducativa tendría que ser equitativa e inclusiva per se, tanto en el acceso a la educación como en las condiciones de escolarización, y desterrar definitivamente de nuestro modelo educativo esa lacra que supone la segregación, en cualquiera de sus variantes (lingüística, sexual, por motivos socioeconómicos, por diversidad funcional, por origen, etc.) y que va íntimamente relacionada con el abandono escolar prematuro y con el fracaso escolar, tal como viene denunciando el Síndic de Greuges reiteradamente desde hace diez años.
Y por último, no habrá revolución educativa global si antes no llega a los claustros. Los docentes necesitan recursos y necesitan formación, que tiene que ser presencial, acompañada, continuada en el tiempo y que pueda medirse en términos de impacto y de mejora de la convivencia en los centros. Los mimbres están asentados, pero los referentes hay que vislumbrarlos en común, traspasando unas fronteras que van mucho más allá de la comunidad educativa y, por supuesto, más allá de las mujeres. Sobre el profesorado recae la responsabilidad de ser la guía de la transformación educativa, que es la transformación del país, y la selección de valores, horizontes y modelos es cosa del pueblo, de todo él y no sólo de una parte.
No hay estado de bienestar sin feminismo, lo hemos sufrido. Sabemos que el bienestar, si bien posee una importante carga de subjetividad, va directamente relacionado con factores objetivos, como el índice de desigualdad, de cobertura sanitaria, de acceso a una vivienda, de precariedad laboral y desempleo, de renta, de fracaso escolar, de pobreza infantil y en personas ancianas…
Un estado de bienestar que determina, en primera y última instancia, el grado de dignidad y de responsabilidad del pueblo y sus dirigentes. Si estamos articulando un espacio nuevo para el cambio político, si luchamos por un país más democrático, justo y libre que blinde su sistema de bienestar para que nadie quede atrás, sin importar de donde vengas, sino dónde quieras ir, que proteja y no prescinda del talento de las mujeres, que ofrezca oportunidades y no expulse a los jóvenes, que cuide de sus mayores pero también de niños y niñas, sólo nos queda trabajar por una transformación educativa a semejanza del país que queremos ser.
La escuela coeducativa, y por tanto, más democrática, libre, equitativa, personalizada y más en común, sería en su mejor versión el país que viene.


Catalunya Plural, 2024 