Yo nunca hubiese utilizado esta expresión para referirme a un ex presidente de la Generalitat, por respeto por la institución. Pero como lo hizo Pilar Rahola, la hago mía. Tiene razón, Puigdemont es el amo del independentismo. Su liderazgo se puede medir como se miden ahora estas cosas, por su cuenta de twitter (+ de 750.000 seguidores), y por su asombrosa capacidad de marcar la agenda. La de los suyos y la de los demás, incluida la del gobierno español. Ya conocen mis críticas a su actuación, pero lo cortés no quita lo valiente. Carles Puigdemont está en todas las conversaciones. En las de quienes le consideran la encarnación de todos los sueños que el procés ha alumbrado, y en las de quienes le ven como el responsable de todos los males que nos aquejan y de los que vendrán.

Tengo que reconocer que me cuesta hablar de él sin ser víctima de cierta seducción. ¿De dónde le viene a éste hombre esta habilidad para mantener el liderazgo? Nada había en su curriculum que permitiera vaticinar lo ocurrido. ¿Nada? Esto debió pensar Artur Mas cuando le pidió que le guardara la silla hasta que las aguas hubiesen vuelto a su cauce.

Una cosa tenia y tiene de la que Mas carece: la autenticidad. Una convicción independentista que no tuvo que pedir prestada. Puede no parecer mucho, pero en tiempos descreídos como los actuales, es importante. Suele decirse que es un hombre sin ideología y puede que sea verdad. Se añade que carece de estrategia, y puede que también sea cierto. Pero ni la ideología ni la estrategia cotizan mucho en el mercado de valores del populismo. Da más réditos el tacticismo cortoplacista si es audaz y si va acompañado de una capacidad de apelar a las emociones en la que nadie le gana. Ya sé que sin las complicidades del procés, y sin las torpezas de Rajoy, estas virtudes habrían tenido menos impacto.

Pero él ha sabido aprovechar las debilidades ajenas y no ha dado pie, con su agitación permanente, a que los adversarios aprovechasen las suyas. Es un personaje político único. Capaz de poner en un brete a un estado, de perturbar las estancadas aguas europeas, de tener a los de su propio partido paralizados, con la amenaza de echarlos a los leones y a los adversarios desconcertados. Es inevitable que semejante caudillismo deslumbre. Pero tanta seguridad y tanta idolatría le pueden cegar. E impedirle estar atento a los movimientos adversos que se producirán dentro del universo paralelo que ha creado. Inexorablemente.

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Periodista i escriptor

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