Corría el año 1985 y el Museo de Arte Moderno de Nueva York había programado una exposición de pintura y escultura contemporánea que puso en alerta a una decena de mujeres. ¿152 hombres y 17 mujeres? ¿De verdad dejarían que estas cifras fueran el epílogo a 20 años de teoría y práctica feminista? Como las preguntas no eran retóricas, se pusieron máscaras de gorila (“así nos tenemos que poner las feministas para que se nos tome en serio en el mundo del arte”, dijo, años más tarde, una de ellas), adoptaron nombres de artistas muertas para proteger su anonimato y se dirigieron al MoMA dispuestas a avergonzar a sus directivos.

No fueron los únicos a los que avergonzaron con sus flagelos irónicos, sus carteles y sus estadísticas incontestables. Los años siguientes, las Guerrilla Girls pusieron el dedo en la llaga a galeristas, críticos, comisarios y coleccionistas. “Cuando el machismo y el racismo haya pasado de moda, ¿cuánto costará tu colección?”. Una mañana, una galería se levantaba empapelada de carteles. Y, al día siguiente, forzaban que el Guggenheim cambiara una exposición exclusivamente masculina. “¿Las mujeres deben ir desnudas para entrar en el Metropolitan Museum? Menos del 5% de los artistas en el Metropolitan Museum son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos”.

El sector respondió como era de prever: a la defensiva y con mucha indignación. No obstante, sus carteles apuntaban a las vergüenzas del sistema del arte más allá de los temas de género.

Las Guerrilla Girls fueron la última gran sacudida del feminismo radical de los años 60 y 70, que insistió en que el arte institucional no es precisamente un terreno de vanguardia social donde hay innovación y se piensan las cosas. Por supuesto, en igualdad no es así: el arte contemporáneo ha demostrado que puede ser uno de los bastiones del sexismo más inexpugnables. Este grupo de superheroínas clandestinas –tanto elaboraban estudios de historia del arte y de estereotipos femeninos como cartografiaban las tramas masculinas que sostenían el mundo del arte– también se esforzaron en desbaratar estas “ficciones” que ensalzan el ” artista genio” y la “obra maestra”, dos mitos que sostienen un concepto de arte que se presenta como independiente de su contexto social e histórico.

Las Guerrilla Girls no dejaron de señalar algunos tics del circuito: excluir del canon parámetros considerados tradicionalmente femeninos; dar tratamiento de genialidad señores y relegar a las mujeres a una subcategoría de “arte menor”. A mediados de los 80, con Wall Street a los altares, los señores del arte tenían claro que no se forran con las performance y experimentos comunitarios y feministas de los 70.

“Es tan difícil ver a las mujeres a los museos”

¿Y qué dicen las estadísticas tres décadas más tarde? En España la situación es esperpéntica. Se da la paradoja de que a pesar de que más de un 70% de las estudiantes en las Facultades de Bellas Artes del Estado son mujeres, su presencia posterior a los circuitos del arte es muy limitada. En Catalunya, tal y como apunta el 4º informe del Observatorio Cultural de Género hecho con la colaboración de Mujeres en las Artes Visuales, donde se analiza la presencia de la mujer en las exposiciones realizadas por 10 grandes centros de arte de Barcelona entre 2010 y 2015, sentencia que sólo el 14% de las exposiciones fueron dedicadas a mujeres artistas.

No hay que ir muy lejos. El porcentaje de mujeres artistas en ARCO fue de un 5% en 2017. Paradójicamente, a nivel externo, ¿que dicen sobre género las cifras de visitantes de museos? Según datos de 2016 del Observatorio de Públicos del Patrimonio Cultural de Catalunya, el número de mujeres que visitan los museos es superior al de hombres: 42,8% frente al 39,1%. La investigación mujer otras conclusiones interesantes, como que el nivel de estudios de la madre influye en la propensión de una persona a visitar museos y exposiciones.

La realidad, sin embargo, es que una parte importante de los visitantes de los museos no son catalanes, sino turistas. En este sentido los dardos de las Guerrilla Girls no se pueden considerar enterrados. Ellas abogaban porque el arte fuera un lenguaje accesible, libre y universal que comunicara belleza, crítica e innovación, y no un ámbito selectivo, minoritario y machista. Su posicionamiento es vigente y referencial para el arte feminista que quiere cambiar no sólo la situación de las mujeres, sino también, y como consecuencia, el mundo.

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Castellterçol, 1974. Periodista cultural. Ha treballat a Catalunya Ràdio, COPE Catalunya, COMRàdio i BTV. Actualment, treballa a La Xarxa, escriu a Teatre Barcelona, Efectes Secundaris i Catalunya Plural

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