Quim Torra, Ciudadanos y la boda. Estos tres elementos integran el cóctel que nos ha ofrecido la actualidad en los últimos días. Ha sido una oportunidad para apreciar maneras diferentes, radicalmente diferentes, de abordar la cuestión de la identidad. Mientras en Catalunya llegaba a la presidencia de la Generalitat un hombre conocido por su visión temerosa y excluyente de la identidad catalana, y mientras Ciudadanos hacia público un proyecto de nación española re-centralizador y uniformizador, en un templo de la Inglaterra blanca y victoriana, como Windsor, estallaba la diversidad.
Con todas sus contradicciones, pero con un atractivo potencial transformador. Una diversidad cargada de futuro, frente a una concepción de España y de Cataluña ancladas en el pasado. El optimismo radiante de aquel coro góspel cantando Stand By Me, frente al pesimismo de quienes ven la identidad como la respuesta a una amenaza.
Los textos de Torra han permitido subrayar expresiones xenófobas, pero no me parece lo más significativo. Lo más relevante de su modo de razonar es su apego a una tradición que nos viene de Josep Antoni Vandellós y otros autores de los años treinta que veían en la demografía el peligro de una decadencia catalana. Como ha señalado el politólogo Oriol Bartomeus, este discurso defensivo no revela sólo arcaísmo. Empalma con la respuesta nacionalista que recorre muchos países occidentales. En el discurso nacionalista de Rivera proponiendo una España ciudadana hay mucho del America First de Trump frente a la amenaza de la globalización. Una América blanca que pide a gritos dejar de hablar español, y que necesita de un muro para sentirse segura. Como la Catalunya pura que subyace en los escritos de Quim Torra. Como la España en la que sueñan algunos.
Ciudadanos y Torra tienen en común esta actitud de repliegue frente una sociedad mutante, donde el apellido, el origen, o el color de la piel cada vez permiten menos decidir quienes son los míos y quienes son los otros. Una sociedad donde un príncipe pelirrojo se casa con una mujer que, hasta hace poco, llamábamos mulata, donde su abuela, la reina, tiene que escuchar, impávida, la plática pasional de un pastor descendiente de esclavos, y donde el violonchelista no era de los que suelen actuar en los actos de la casa real. Interesante mensaje del fin de semana: nos toca escoger en qué mundo queremos vivir. En el que nos proponen Torra o Ciudadanos o en el que irrumpió, aunque sólo fuera durante algo más de una hora, en aquella espléndida capilla de St. George.


Catalunya Plural, 2024 