En su último libro, el catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona Antón Costas propone que nos tomemos un descanso para reflexionar sobre el futuro. En “El final del desconcierto” reflexiona sobre España. Y sobre Catalunya, claro. Es una voz sosegada en medio del griterío del debate sobre el proceso catalán. Defiende un capitalismo de rostro amable y la función de la palabra para resolver los conflictos. Eso no le libra de algún insulto o amenaza directa. ¿Quién no los recibe siendo un personaje público hoy en Catalunya?
El proceso independentista ¿ha repercutido de un modo importante en la salud de la economía catalana?
A corto plazo, no. Ya lo consideraba así cuando en los meses de setiembre y octubre la mayor parte de informes privados y oficiales estimaban un impacto fuerte, que en algún caso llegó a establecerse hasta en un 1% o un 1,5% del PIB. Nunca lo vi claro porque la salida de sedes tanto corporativas como fiscales no significaba, a corto plazo, deslocalización de la actividad económica. Por tanto, no significa deslocalización ni de la producción ni del empleo, que son las variables que cuentan en el PIB. Los ánimos empresariales no están determinados por circunstancias de incertidumbre política interna sino por la expectativa de crecimiento económico mundial y del comportamiento de los bancos centrales. Como la economía europea e internacional funciona bien y, por lo tanto, el motor exportador de Catalunya es potente, no esperaba efectos. Y tampoco los esperaba en la prima de riesgo, porque los marca el Banco Central.
Algunas actividades económicas se han resentido
Sí, pero su impacto en términos agregados del PIB no somos capaces de verlo. El turismo de alta calidad sí se ha resentido. Soy consejero de una empresa hotelera importante y sé que el turismo de alto precio en Barcelona ha bajado y no se ha recuperado. No es fácil que se recupere. El otro turismo se ha recuperado, tanto el nacional como el extranjero. Dicho esto, no deberíamos banalizar los posibles efectos de la deslocalización. De momento, no hemos deslocalizado nada y podemos responder a la demanda con la capacidad de producción que tenemos. ¿Qué sucederá cuando la evolución de la demanda o el cambio tecnológico nos obliguen a nuevas inversiones, nuevos proyectos de producción? Ahí hay riesgo de pérdida en la economía empresarial catalana de sillas en el puesto de mando, aunque no tanto en la sala de máquinas. Eso no se puede banalizar.
Se perdió la Agencia Europea del Medicamento
Fue una pena y creo que se perdió básicamente por esto. La competencia era buena pero conocía los argumentos de la ciudad ganadora y lo utilizó de forma clara. En la guerra todo vale. Fue una gran pena, una gran pérdida.
¿Pueden repetirse más casos como ése?
No me gusta hacer este tipo de opiniones. Primero, porque no tengo buen fundamento, y, segundo, porque solo se puede ver a medio plazo. Lo que diría es que no debemos despreocuparnos de esta cuestión. A Barcelona le pueden estar afectando otros elementos que son determinantes para la instalación de sedes de grandes plataformas de distribución y logísticas. Estas sedes lo que piden es una oferta muy potente y muy variada de vivienda para sus trabajadores y directivos. Este elemento puede ser más determinante dada la escasez de oferta que la propia incertidumbre política.
Amazon ha venido, lo cual no se sabe si es bueno o malo para el conjunto de la economía catalana
Amazon tenía una previsión mucho mayor de la que va a instalar en el aeropuerto, hasta donde yo sé. Otras empresas están teniendo el mismo problema. Eso que llamamos jóvenes emprendedores que van mirando donde instalarse necesitan una buena vivienda.
¿Las empresas que trasladaron sus sedes sociales lo hicieron por temor a perder cuota de negocio o por presiones del gobierno español?
Esto me lo preguntaron en TV3 en algunas ocasiones y mi respuesta fue que había que ver lo que sucedió en el Banco de Sabadell primero e inmediatamente después en La Caixa. Mi información es que la salida de depósitos de clientes particulares catalanes, especialmente en zonas donde hay un gran apoyo a la independencia, fue espectacular. Salieron miles de millones de euros en tres días. Eran personas individuales, catalanes, ahorradores. No les llamó el gobierno de Madrid para que sacaran sus depósitos. Estoy en el consejo de administración de tres empresas. En una hemos sacado la sede. Las de las otras dos, no. ¿Por qué trasladas una sede? Porque no puedes estar, mes a mes, en los consejos de administración con tus accionistas preguntándote porqué no la trasladas también.
En un escenario de incertidumbre e inseguridad continua y si tienes, además, clientes en el resto de España que te hacen preguntas sobre eso, una solución para la empresa es sacar la sede y, en su caso, la sede fiscal, lo cual no tiene impacto a efectos de ingresos aquí. El problema es que cuando sacas la sede corporativa y la fiscal tienes que sacar, por ley, una parte de otros departamentos corporativos. Mi experiencia es que, a la larga, allí donde tienes tus órganos corporativos es donde se produce la toma de decisiones relevantes y la promoción a puestos de mayor calidad y mejores salarios. Estos efectos aparecerán.
¿Volverán las empresas que han trasladado su sede?
En general, no. Las empresas familiares, pequeñas, a lo mejor sí, pero si eres una empresa corporativa, con consejo de administración y accionistas externos, y como presidente o consejero delegado has tomado la decisión de trasladar la sede has de valorar mucho el retorno porque esos accionistas van a pedirte explicaciones. Hay un porcentaje que no volverá. Otro porcentaje puede volver y son relevantes. Como el hotelero Pau Guardans que ha vuelto. Es un grupo pequeño pero es un hecho significativo. Solo se produciría un número importante de retornos si el gobierno de la Generalitat lanza, desde el primer día, una señal muy clara de seguridad jurídica. Seguridad jurídica no significa que la legalidad esté petrificada pero tienes que tener una cierta previsión que reduzca los márgenes de incertidumbre. Si el gobierno catalán actúa así, hasta donde llega mi olfato creo que algunas empresas anunciarían su retorno.
Las primeras decisiones del nuevo presidente de la Generalitat no van en esa línea
Mi formación cristiano-católica me lleva a las acciones: por las acciones los conoceréis.
¿Cómo valora la gestión de Oriol Junqueras como responsable de Economía en el gobierno de la Generalitat?
Hizo un esfuerzo consistente, honesto y eficaz por mejorar el funcionamiento cotidiano de la administración catalana, especialmente en los pagos. E hizo otro esfuerzo, menos conocido pero importante, de llevarse bien con el ministerio de Hacienda. Las relaciones fueron mejores de lo que muchas veces hemos percibido. Y dado que este aspecto lo llevaba Pere Aragonés, valoro bien su condición de próximo vicepresidente económico.
A las personas de confianza de Junqueras les hemos oído en conversaciones telefónicas interceptadas reconociendo que no tenían la administración económica preparada ante una posible independencia
Como decía Ramón María del Valle-Inclán, era un aquelarre. Tengo la seguridad íntima de que muchos de ellos, incluido Junqueras, nunca esperaron llegar a donde se llegó. Tan es así que una vez declarada la República no hicieron ni el simple simbolismo de arriar la bandera española del Palau de la Generalitat aunque, a continuación, mandaran a un ujier para que volviera a subirla. Si tienes un plan para después del dia D lo tienes que manifestar, pero el 155 les vino a salvar la situación, porque el lunes siguiente no tuvieron ni que ir al despacho. Les salvó. En una gran parte de los dirigentes políticos del proceso había más la idea de obligar a Madrid a sentarse que un deseo objetivo de proclamar la independencia unilateral. Es mi percepción pero habría que entrar en la mente de esos dirigentes.
Se los veía preocupados en la foto del Parlament tras la declaración de la República independiente
Aquella foto es tremenda. Especialmente la cara de Oriol Junqueras. Creo que fue una desgracia. El llamado problema catalán se podía ver, en 2006, como una cuestión política, consistente en un conflicto con Madrid para reclamar un mejor autogobierno y una mejor financiación. Esa dimensión de conflicto político externo con el Estado pasa a ser un problema interno no únicamente pero fundamentalmente de convivencia entre nosotros con las decisiones unilaterales de la minoría independentista, el 6 y 7 de setiembre, que rompen las reglas constitucionales y del propio Estatuto de Catalunya. Un problema interno de fragmentación civil, polarización política, que, hoy por hoy, y durante mucho tiempo, será el elemento determinante de nuestra vida social y colectiva.
¿Le ha afectado directamente ese deterioro de la convivencia?
Sí. Lo noto en una parte de mi familia, en mi grupo de amigos. Me acabo de cruzar con un empresario conocido que me ha pedido que no hablásemos del país. Hace un par de meses cuando fui a comprar los periódicos en el quiosco de siempre, un señor me identificó, me señaló con el dedo en el pecho y me dijo que gente como yo no tenía sitio en Catalunya, que mi lugar estaba en España. El quiosquero, que es independentista y con el cual, lógicamente, me llevo muy bien salió muy nervioso para mediar. Tenemos que esforzarnos para que no se vaya más allá.
¿Hay las voces suficientes dispuestas a hacer ese esfuerzo?
No será fácil. Nos tenemos que imponer ser más amables con la democracia y la convivencia. Por lo menos la gente más sensata, más razonable. Publiqué un artículo en La Vanguardia que comenzaba con una frase que ha tenido un cierto eco: “¡Qué tiempos estos que nos ha tocado vivir donde hay que tener más coraje para ser moderado que para ser radical o inmovilista!”. Es así. Eso ocurrió en los años treinta. Cuando las cosas se deslizan, los moderados son los que reciben, pese que a la larga se impone eso que ahora tenemos tan desprestigiado de las vías intermedias, las terceras vías, aunque sea después de muchos costes y dramas. La gente un poco razonable seguimos instalados en el modelo de relaciones políticas de antes de la crisis. Eso ha cambiado y no somos conscientes o no lo queremos interiorizar. Han llegado al poder opciones radicales de polarización extrema que por el propio deseo del poder pueden llegar a hacer ‘extraños compañeros de cama’, como decía Fraga. Aun creemos que las soluciones extremas no podrán llegar nunca al gobierno. En Francia, Macron ganó por muy poco. En Alemania costó hacer gobierno tras la subida de la extrema derecha. Hay que ver lo que está sucediendo en Italia, Polonia, Hungría o Rumanía. No queremos ver una realidad política nueva que no responde ya a los parámetros de hace una década o dos.
¿Esto no tiene arreglo, pues?
En la vida, siempre he intentado en la vida ser optimista; por lo menos, un optimista escéptico. Como dice el psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, en su libro ‘Pensar rápido, pensar despacio’, “está comprobado: los optimistas se equivocan más pero les va mejor en la vida”. Procuro tener esta visión esperanzadora que forma parte de mi pensamiento intelectual. La vida social y política puede deteriorarse durante un cierto tiempo pero hay un momento de inflexión. Creo que esos momentos de ruptura, de inflexión, aparecerán pero en el medio tiempo los costes pueden ser muy importantes y algunos de ellos, irreversibles.
¿Cuántos años tardará en llegar esa inflexión?
Es muy difícil de decir. El deterioro en la vida no se aprecia de forma inmediata. Fumas y, aunque sepas empíricamente que está vinculado al deterioro a la salud, durante años no lo aprecias y disfrutas fumando. ¿Cuánto tardó el deterioro en el País Vasco? Dentro de unos días se cumplen 50 años del primer asesinato de ETA. ¿Cuánto vamos a tardar a percibir el deterioro de Barcelona, marcada en todos los lugares públicos por los lazos? La gente que los pone puede considerar que le ampara la libertad de expresión, aunque esa libertad ampara las ideas, no las acciones. Puedo entenderlo, pero ellos tendrían que comprender que la ocupación de los lugares públicos de esa manera nos va a afectar a todos por el deterioro de nuestras condiciones de vida. Pero, a corto plazo, domina más el sentimiento de querer expresar el malestar que esas otras consecuencias. Así es la vida.
¿Está fuera de toda duda que una Catalunya independiente sería viable económicamente?
Depende de la definición de ‘viabilidad’. Nunca he aceptado participar en ningún debate sobre la viabilidad económica de la independencia de Catalunya. El argumento fundamental de una persona para desear un estado propio nunca es, en general y en primera instancia, el económico. Artur Mas dijo que estaría dispuesto a pagar un coste económico a medio plazo si se conseguía la independencia. Llegado a este punto no tengo nada que decir más que ‘yo, no’. Lo que no puede ser es aquel planteamiento inicial que se hizo, en parte apoyado por compañeros de profesión a los que académicamente e intelectualmente valoro, de que la decisión de una independencia unilateral no iba a tener costes de ningún tipo, que íbamos a permanecer dentro de la Unión Europea y en el Banco Central Europeo, que no habría costes en los flujos comerciales con el resto de España, cuando representan el 60% de nuestras ventas… No tenía sentido. Pero no era un elemento determinante a la hora de defender las preferencias por un estado propio.
Usted se define como partidario de un ‘capitalismo de rostro amable’
Me habría gustado ser monopolista, aunque fuese de un quiosco de pipas a la puerta del colegio. Como nunca he podido ser monopolista soy economista y defiendo que el mejor modelo económico –descartados todos los demás, como diría Churchill en relación a la democracia- es una economía de mercado fuertemente competitiva donde las empresas tengan que fijar sus precios en función de la competencia con otras y no puedan imponerlos porque son un monopolio que obliga al ciudadano a comprar al precio que ellas quieren. Soy defensor de una economía social de mercado o, si se prefiere, utilizando el término ‘capitalismo’, de un ‘capitalismo competitivo e inclusivo’. Dicho de otra manera, en este momento y en las próximas décadas, como sucedió hace un siglo, probablemente una de las políticas sociales contra la pobreza y la desigualdad más importantes será la que vaya contra el monopolio y los ‘cárteles’. En España, esta política no tiene predicamento ni en los gobiernos, ni en el mundo empresarial, ni en la sociedad, ni en las fuerzas progresistas. Creen que el mercado es un mecanismo para los ricos, cuando son los ricos los que no lo quieren. Quieren el monopolio, como yo de joven.
Ese capitalismo de rostro amable no parece muy presente en nuestra sociedad actual
Civilizar el capitalismo costó mucho. Llevó a dos guerras mundiales. A una gran depresión, como mínimo. Pero, a la salida de la segunda guerra mundial, los países occidentales fueron capaces de construir un contrato social nuevo que civilizó al capitalismo y dio lugar a lo que se conoce como “los gloriosos años treinta”. En las décadas siguientes, en los cincuenta, sesenta y setenta todo mejoró y el capitalismo occidental, sobretodo en el centro y norte de Europa funcionó y aun funciona razonablemente. El capitalismo es como el colesterol. Hay del bueno y del malo. ¿De cuál hablamos? ¿Del alemán, del holandés, del sueco, del de Reino Unido, del de Estados Unidos, del chino, del ruso? Yo escogería algunos. Otros, no.
Un partido que se define como anticapitalista, la CUP, quita y pone presidentes de la Generalitat de derechas. ¿Cómo lo entiende?
Seguimos razonando como hacíamos en la época de Jordi Pujol o Felipe González. Convergencia representaba entonces a la burguesía nacionalista y las clases bien pensantes, acomodadas, en Catalunya. Eso se ha roto. El escenario ahora es el de fuerzas aparentemente en los extremos del arco político que mantienen una entente. Vemos un nacionalismo catalán ya independentista, con muchos rasgos de nacionalismo excluyente, pactando de forma táctica con fuerzas anti-sistema. No es una acusación. Es una definición. Hay muchas razones en la situación económica y social actual para ser anti-sistema. Otra cosa es que sus respuestas me gusten. Entiendo ciertos elementos de desobediencia civil.
No le veo de anti-sistema
Desde una perspectiva civilizada lo soy. Mi último libro, “El final del desconcierto”, reivindica un sistema económico más radicalmente igualitario o menos desigualitario y una democracia más radical. Una democracia pluralista y representativa en una economía de mercado competitiva pero fuertemente anti-monopolio. En otros pronunciamientos anti-sistema veo propuestas destructivas y no de construcción de algo mejor, que es donde debería llevar una revolución.
¿Europa debe mediar entre los gobiernos catalán y español para buscar una solución a este conflicto?
No. Europa nunca va a entrar en una cuestión de Estado. Europa es una confederación de Estados y no entrará en una cuestión interna de uno de ellos, porque abre una espita que no sabe cómo evolucionará. No sé cómo se resolverá el tema de las euroórdenes de detención pero seguro que tendrá consecuencias en la unidad del espacio judicial europeo, porque introduce un elemento de desconfianza. Estos mecanismos funcionan bajo el supuesto básico de la confianza en la fiabilidad de los sistemas entre los diferentes estados. La confianza se basa en un mínimo de reglas de funcionamiento. Lo mismo que sucede en el ámbito económico. El espacio económico europeo se puede dañar cuando un estado pone en duda, por ejemplo, la calidad en la regulación alimentaria de otro e impide la entrada en su territorio de los alimentos de ese estado. Estropeamos Europa. Las autoridades europeas no mediarán en este conflicto, como piden los independentistas. No pueden. Otra cosa es que medios de comunicación o asociaciones civiles puedan tener ese interés.
¿Detecta simpatía hacia los independentistas en Europa?
Ha habido un cambio muy importante. Una cierta simpatía que había visto hace semanas en algunos medios de comunicación, como ‘The Guardian’ en el Reino Unido o ‘Le Figaro’ en Francia, ha desaparecido tras la elección del nuevo presidente de la Generalitat. Ese nombramiento es un freno para captar simpatías en los medios de comunicación europeos.
¿Verá algún día un referéndum sobre la independencia de Catalunya?
Veré en un plazo relativamente corto una consulta sobre un nuevo Estatuto de Catalunya, sobre una Constitución catalana, como se denomina a los estatutos regionales en los regímenes federales. Catalunya es la única comunidad autónoma que no tiene su Estatuto aprobado por los ciudadanos, debido al error de 2010, cuando el Tribunal Constitucional se pronunció ‘a posteriori’ de que lo hiciese la soberanía popular. Fue un error, una anomalía, que ha tenido consecuencias importantes. Esto se ha corregido. Ya no será posible que un Estatuto aprobado por los ciudadanos pueda ser rectificado ni por el Tribunal Constitucional ni por el Parlamento de Madrid. La consulta que defiendo y la que espero ver en primer lugar es sobre la nueva Constitución catalana y hecha solamente en Catalunya. Si ese nuevo Estatuto o Constitución catalana requiriese, como creo que sería así, algún cambio en la Constitución española debería hacerse en paralelo un referéndum sobre esas modificaciones. Si una mayoría muy significativa de catalanes votasen contra el nuevo Estatuto el siguiente paso tendría que ser hablar de cómo abrimos caminos legales para un referéndum del tipo de SI-NO. Pero yo no comenzaría la casa por el tejado como se ha hecho aquí.
¿Verá una Catalunya independiente, sea lo que sea lo que signifique eso?
En los parámetros que tengo hoy en la cabeza, no. En esta generación no la veo. Más allá de una generación me sobrepasa.



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