El tiempo se paró en Barcelona el jueves 17 de agosto de 2017 a las 16.50h. Esa fue la hora a la que Younes Abouyaaqoub entró a la Rambla con una furgoneta y empezó a hacer trompos durante casi 600 metros para dejar un saldo de 13 víctimas mortales y decenas de heridos (las víctimas ascendieron a 16 en las siguientes horas, sumando los ataques en Cambrils y el asesinato de un joven en plaza Universidad). A partir de aquí, mucho ruido. Ambulancias, policía, teléfonos móviles sonando.
Un año después, el tiempo sigue parado para muchos barceloneses tras la tragedia. Pero en plena conmoción, la capital catalana ha incorporado cambios, aprendizajes para prevenir otros ataques similares: reforzar la seguridad pero, a la vez, poner el acento en la prevención de los radicalismos y la lucha contra los discursos del odio. Esa ha sido la máxima del Gobierno de Ada Colau estos meses.
El paisaje de la ciudad ahora es otro: las calles colindantes a la Sagrada Familia son peatonales y los bolardos copan el entorno del templo, así como la Rambla, el Portal del Ángel o la Catedral. Tras un intenso debate mediático sobre su colocación o no, la comisaria general de Información –un grupo antiterrorista de trabajo permanente nacido de la Junta de Seguridad Local– decretó su colocación en noviembre de 2017. Las barreras arquitectónicas fijas son las medidas de protección más visibles, pero no las únicas tras los ataques del 17-A.
Más allá del grupo de trabajo permanente y la colocación de los bolardos, según informa el Ayuntamiento de Barcelona a este medio, ahora también hay desfibriladores en coches patrulla y más presencia policial. La Guardia Urbana ha preparado a sus efectivos para hacer los primeros auxilios en caso de siniestro y también ha mejorado la autoprotección y la capacidad de repeler agresiones.
Las medidas policiales aplicadas en Barcelona tras el atentado tienen dos vertientes: actuaciones en materia preventiva y de formación; y la aplicación de los mecanismos pasivos de protección de personas y bienes. Todas las medidas de lucha antiterrorista se han tomado de común acuerdo con todos los cuerpos policiales, según afirma la propia Guardia Urbana. La presencia de Mossos d’Esquadra en las calles también se ha incrementado; el nivel de alerta terrorista sigue al máximo.
Bolardos y policía son elementos bien tangibles de cómo la capital catalana se ha aclimatado al nuevo estado de alerta. Pero hay otras políticas, más lentas y que dan menos titulares, que también han ocupado al consistorio. Así lo considera la comisionada de Inmigración, Interculturalidad y Diversidad del Gobierno de Barcelona, Lola López. Dichas políticas son las que trabajan por la prevención de los radicalismos y contra la islamofobia y los discursos de odio.
“Las personas musulmanas son víctimas. Lo son menos que los afectados directos de las Ramblas, pero más que la ciudadanía en general. El miedo del aumento de la ya notable islamofobia y el miedo a que los hijos acaben siendo uno de esos jóvenes radicales son muy importantes. Las primeras interesadas en la prevención son las familias musulmanas”, destaca López.
Con el objetivo de reforzar la convivencia y evitar los discursos de odio, el consistorio ha invertido en formación, incrementado los cursos sobre diversidad a los funcionarios municipales pero también las clases de árabe extraescolares. “Las familias musulmanas nos dicen que si tu lees bien el Corán nunca te unirás a un grupo radical. Si lo lees tu, no vendrá un Es Satty a contarte lo que quiera”, comenta la comisionada. El Ayuntamiento no da cifras concretas sobre los recursos invertidos en esta materia pero argumenta que “no es una cuestión de grandes presupuestos sino de voluntad política”.
Antes de los atentados, Barcelona ya había creado un protocolo para evitar discriminaciones a entidades religiosas en el espacio público y –entre otros– había aumentado en un 50% las subvenciones para adecuar los espacios de culto en “situación de precariedad”.
Más allá de la formación, Lola López pone énfasis en el reconocimiento de las otras convicciones religiosas que supuso el acto interreligioso que el Ayuntamiento llevó a cabo tras los atentados. Ese diálogo entre religiones siguió tras el mismo acto y, según comenta la comisionada, se han producido más reuniones de las diferentes formas de espiritualidad de la ciudad. Entre vecinos. “No debe haber sensación de triunfalismo porque tenemos mucho racismo, pero tenemos muchas semillas de la diversidad plantadas”.

