Cantora y campesina. Quizás ella invertiría el orden de los factores en su presentación. Puede que, además, añadiera a sus coordenadas básicas la condición de mujer afro. Ceferina Banquez Theran (Bolívar, Colombia, 1945) es una de las principales exponentes del bullerengue, un canto tradicional afrodescendiente del Caribe colombiano, que, solo en las últimas décadas, ha empezado a ser reivindicado patrimonio cultural.

“Cuando yo era niña, las cantoras no cantaban si no era en las esquinas de los pueblos y en las plazas. Se reunían las de varios pueblos y una un verso, otra otro verso, pasaban la noche cantando”, recuerda, bajo la tenue luz del sótano de Diobar, en Barcelona, a punto de dar el último concierto de su primera gira europea.

El tamboreo que la acompañará llena ya la pequeña sala mientras nos explica como de niña siempre pensaba que, al crecer, sería cantora. Como su tía. De ella ha mamado sin interferencias −”no escuchaba otra clase de música”− el ritmo que, asegura, ahora le permite componer. Sin pasar nunca por un papel. De las entrañas a la voz.

Lo desea desde la infancia pero no es hasta entrados sus sesenta que, de vez en cuando, deja los cultivos para subirse en escenarios. “De joven no lo logré. A los 23 años, con ya dos de mis hijos, sentía que podía cantar con mi tía. Pero mi esposo no aceptó que saliera a cantar. Antes los hombres eran muy machistas. Tenías que hacer lo que ellos querían. Y abandoné el hogar. Yo tenía claro que en la vida quería cantar”, explica, ahora, la maestra. Así se refieren a ella en la sala y como tal la ha premiado el Ministerio de Cultura colombiano por su primer disco, Cantos ancestrales de Guamanga (2007).

Entre maíz, ñame, plátano o yuca, Ceferina Banquez cultiva también sus temas. “Abandoné mi finca en el 2001 por la violencia y en 2006 comencé a componer y a cantar. En 2007 retorné a mi finca y entonces seguí cantando en el pueblo, mientras iba al campo y sembraba, porque yo vivo de la agricultura. Nací y me crié en el campo y todavía estoy en el campo”, remarca.

Dice que el bullerengue no se compone de “palabras amorosas”, como muchas canciones más escuchadas hoy por las niñas. Las de reggaetón, concreta. “El bullerengue se compone de la vida real. Lo que haces es documentar lo que le pasan a uno. Yo hago composiciones por lo que siento, por lo que viví”, explica. Además de por su dominio del género y por recoger el legado ancestral del canto, llegado a Colombia con la esclavitud negra, esta cantora se distingue por la presencia del conflicto armado en sus composiciones.

“Adiós, mamá. Salí de la montaña, de los Montes de María. Adiós, mamá”, entona. Cantar fue una necesidad ante el dolor, reconoce. La violencia le ha dejado, más que huella, un buen pisotón, como lo ha hecho en los siete millones de personas desplazadas por el conflicto. Pero en su caso, el dolor del desplazamiento y de las muertes en su comunidad se ha convertido en una fuente para componer y alzar una voz más para la paz.

“Yo voté ‘sí’ [en el plebiscito sobre el acuerdo de paz, en 2016, logrado tras cuatro años de negociaciones con la guerrilla de las FARC]. El ‘no’ era decir no a la paz. Y ganó el ‘no’ [liderado por Álvaro Uribe, en una votación en la que el voto ultraconservador fue determinante]. De ahí saqué una canción, porque tenemos que perdonar para conseguir la paz”. La convicción la expresa con un hilo de voz. Perdonar para alcanzar la paz. Es el mantra que canta con más fuerza que no cuando solo habla.

De las 260.000 muertes que ha dejado medio siglo de conflicto armado entre Estado, guerrilla y paramilitares, numerosas, demasiadas, las han dejado estos últimos actores armados a su alrededor. “No quiero que sigan matando a la gente, nada más que por matarla. Ahorita están matando a los líderes de los pueblos. Estamos en un país en el que todo está complicado. Tantos que hay que quieren la paz y no han podido lograrla”, lamenta.

Cuando avisaban de nuevos cuerpos sin vida, no quería ni acercarse, explica. Pero ante alguno no hubo alternativa que hacerlo y llorarlo. Y a cantarlo. “Mataron a Donicel, me mandaron un papel para que lo supiera. Como era mi sobrino tuve que coger camino y no tuve a donde escoger, me fui para el Magdalena. Oh Colombia, oh Colombia, la nación más complicada, que la violencia no se acaba, y nunca le ponen fin. Yo tengo que hablar con Uribe y Obama”, compuso.

“Soy la única compositora y cantora que se ha atrevido a hacer composiciones sobre la violencia”, se reivindica.  Una violencia que teme que vuelva a dispararse, como en los peores años de la guerra, bajo el Gobierno de la derecha con Uribe. “Teníamos la esperanza que si ganaba Petro podíamos lograr la paz y seguir trabajando en el campo. Ahora no tengo esperanza porque Duque no aceptó el ‘sí’ en el referéndum. Es el candidato que ganó las elecciones y va con Uribe. Y Uribe no acepta el perdón. Si la venganza sigue, no habrá paz”, lamenta.

Visiblemente en la voz y el rostro, teme el repunte de la violencia cuando habla de la política contra el perdón, que tambalea la construcción de la paz cuando está aún toda por alzarse. La advertencia de modificar el acuerdo alcanzado entre el Estado de Colombia y la guerrilla de las FARC era marca del uribismo que disparó a Duque a la presidencia.

“Al nuevo presidente le digo que había madres con cinco hijos a las que les mataron a dos. Yo a ellas les decía que prefería aceptar el ‘sí’ para que los que quedan vivos no te los maten. Eso pensé yo. Si uno no quiere la paz, la guerra sigue, y te terminan de matar a los hijos. Canto ‘sí’ al perdón para que no maten a los hijos que quedan vivos.”, reivindica con firmeza.

Más de trescientas personas líderes sociales y activistas por los derechos humanos han sido asesinadas en los dos últimos años, según la Defensoría del Pueblo de Colombia, donde territorios abandonados por las FARC tras el acuerdo y sobre los que el Estado no tiene control efectivo, quedan a merced del paramilitarismo. La desesperanza de Banquez al hablar de ello se impone a los colores de sus volantes, sobre los que descansa un colgante-corazón de piedra gris.

La música es algo que, por mucho dolor que uno tenga, divierte, ayuda a olvidar los pensamientos de sufrimiento. Canto sobre todo por el sufrimiento que me quedó de la violencia. Canto lo que siento y lo que quiero que la gente sepa que está pasando. No sé leer. No estudié. Lo que siento lo voy cantando. Viene de dentro. Lo que yo hago es componer para la paz. Por el perdón y para la paz. Tenemos que perdonar para conseguir la paz”, insiste, canta, su mantra de resistencia.

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