La jornada amaneció lluviosa. Pero lo que regaba todos los rincones de la ciudad era el café: muchos no habían dormido un minuto, en alerta durante las ocupaciones nocturnas de los colegios electorales. Los nervios transitaban los pocos espacios que quedaban entre personas, amontonadas dentro y fuera de los lugares de contienda, dispuestas a poner sus cuerpos para permitir un referéndum por la independencia amenazado por la intervención policial.

Joan, Helena, Iñaki y Paula fueron cuatro de los miles que se sumaron a la defensa de colegios del 1 de octubre de 2017. Los tres primeros habían participado en mayor o menor grado antes de movimientos activistas. Desde casi su inicio integraron los denominados Comités en Defensa del Referéndum (CDR), espacios de la izquierda independentista que luego se organizarían para garantizar la república (el caso de Joan o Helena), y también de los Comités en Defensa de los Barrios y las Libertades (el caso de Iñaki), movimientos de un espectro ideológico más amplio, con representación para comuns e incluso anarquistas.

La última, Paula, de 26 años, nunca antes había pisado la calle fuera de los llamamientos oficialistas del Procés. Diada tras Diada. Ella, como muchos otros, formó parte de la inesperada movilización del 1-O que buscó garantizar un referéndum para Catalunya. Permitir un voto que iba más allá del ‘sí’ o el ‘no’, y que se pregonó por la democracia, contra la violencia policial y contra el Gobierno de Mariano Rajoy.

El 1-O rompió con la cultura de la Diada: hizo menguar el protagonismo a los agentes institucionales (partidos políticos, ANC o Òmnium), que habían llevado hasta ese momento las riendas del ‘Procés’, y cedió las riendas a la gente, que durante horas aguantó dentro de los colegios, la mala climatología y después un embiste policial sin precedentes. Todo para poder votar. Si bien el espíritu de participación directa de aquellos días se fue apagando con el tiempo, los aprendizajes han seguido hasta día de hoy.

“Cuanto más nos acercábamos a la desobediencia, más vecinos se movilizaban. Una idea totalmente contraria a lo que siempre nos habían enseñado”, recalca Joan, que durante días se volcó en el CDR del Raval para la preparación del referéndum. También en el Raval, un mítico activista del espacio El Lokal, Iñaki, coincide con él: “Lo vi aquellos días: cuanto más desobediente, mejor. Y la noche anterior al 1-O ya se sabía que así sería: con todo. Aquel fue un día diferente, hacía mal tiempo y la gente estaba en la calle, viva y activa. Se abrazaba, se aplaudía, pero todo se hacía en un silencio respetuoso”.

Para Helena, una joven que aquellos días también ayudó en la protección de escuelas y que posteriormente integraría la coordinadora de Comités en Defensa de la República, el punto de partida para la inesperada movilización del 1-O empezó a tomar cuerpo semanas antes, tras las detenciones en la sede de la conselleria de Economía de la Generalitat. “Toda esa gente que salió a la calle de forma improvisada rompía con la cultura de la Diada. Fue el momento en que se vio que se debía dar un salto organizativo. Con los CDR la gente se siente aliviada porque puede empezar a colaborar. Por ello, en semanas, el volumen de tejido asociativo crece exponencialmente. Las sinergias en estos espacios muestran a mucha gente una democracia participativa directa que nunca antes había visto”.

Paula, graduada en magisterio y en paro en aquellos momentos, fue una de esas personas que, sin pasado activista y poco atraída por la política, dio un paso al frente. “¡En la sede de Economía no hubo violencia! El paso de los días me fue indignando más y más, hasta el punto que decidí que quería ayudar a organizar una cosa que era tan comprensible para cualquiera como garantizar un voto”.

Votació del 1 de octubre | Sandra Vicente

La joven, residente en el barrio del Clot, ocupó. Durmió en un colegio electoral. Participó de debates asamblearios y de los turnos de comidas, vigilancia y descanso que se organizaron. “La sensación de participación fue creciendo durante la jornada del referéndum. Todo el mundo se acercaba a los colegios para ver si faltaba algo, o simplemente para seguir protegiéndolos, pues la sensación de amenaza era constante. Algo así no se olvida”.

“Que la gente estuviese dispuesta a ocupar supone mucho, pues hay un elemento de desobediencia inmenso; habla de la conciencia que comporta algo muy arriesgado pero con un beneficio común muy grande. Muchas personas aprendieron a funcionar con fórmulas que nunca antes habían vivido: participar de asambleas, de espacios comunitarios. Eso transforma a la gente”, acompaña Helena.

Tras el 1-O, Paula se sumó a los cortes de carreteras de la Huelga General del 3 de Octubre, que tuvo un seguimiento desigual en los centros laborales pero que provocó paros en las principales vías catalanas y que concluyó con una gran manifestación por las calles de la capital catalana.

Un año después, Paula sigue vinculada a las asambleas de su barrio, ahora ya centrada mucho más en la lucha contra el alquiler abusivo en Barcelona.

“Es difícil de medir, pero seguro que sí, el 1-O contribuyó a reforzar el tejido popular, aunque no se sabe bien cómo. Se demostró que es posible realizar cosas que no se pensaba que se pudiesen conseguir. Se improvisó pero de forma organizada y eficiente. Volver a una normalidad anterior tampoco era ya posible. La gente comprobó que puede decidir: costará volver a ver un 1-O, pero quién sabe”, relata Iñaki.

Todos los consultados coinciden en las bondades del 1-O, más allá de la tensión y los golpes: el empoderamiento masivo y la lucha transversal que acarreó la jornada –y las siguientes– al referéndum. Aunque también expresan pesadumbre ante el retroceso de fuerzas que vivieron los CDR y las movilizaciones a partir del 3 de octubre. Acusan de ello a la estrategia política.

“El movimiento popular dejó de desbordar el procesismo cuando se volvió a la estrategia del independentismo ‘sí’ o el independentismo ‘no’. El debate debería haber seguido siendo sobre derechos democráticos ‘sí’ o derechos democráticos ‘no’. Cuando llegan las elecciones del 21-D ya no se sabe tanto hacia donde ir desde la calle. Sea como sea, el empoderamiento popular se traduce en la aparición de organizaciones horizontales y, durara lo que durara, se debe recordar cómo la fuerza de la gente se tradujo en una red que tenía voluntad de luchar por algo grande, el bien común”, concluye Helena.

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Besòs, 1990. Periodista. Ha contado historias en 'Cafèambllet', 'Sentit Crític', 'ARA', 'MondoSonoro' o 'eldiario.es', y se ha formado para ello en el Máster en Comunicación, Periodismo y Humanitades de la UAB. Miembro del colectivo de periodismo narrativo y acción social, SomAtents. Sobre todo Barcelona en 'Catalunya Plural'.

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