Le damos importancia a las efemérides en general porque nos dan perspectiva del paso del tiempo, a la vez que nos constituyen como sujetos históricos: “¿dónde estabas tú el 1 de Octubre?” Es una pregunta se repetirá año tras año en diferentes ambientes familiares, tertulias políticas y círculos de amistades, pasando el recuerdo, y transformándolo así, de generación en generación. También se recordará aquel 3 de octubre, cuando las familias catalanas conectaban las televisiones para ver a Felipe V convirtiéndose en el Leviatán de Thomas Hobbes y sepultando cualquier opción de reconciliación o pacto próximo. El Estado encarnado es algo peculiar de ver de forma explícita en las democracias liberales. Y casi siempre da miedo.

Curiosamente hay otra efeméride que quizá pasará más desapercibida. Pronto hará un año que Carme Forcadell, entonces Presidenta del Parlamento, declaraba la independencia de Catalunya en un Parlament medio vacío. Era un 27 de Octubre; momento de culminación de todo un proyecto que había salido adelante con la voluntad de tres fuerzas políticas (Junts pel Sí, que incorporaba a la antigua CDC y ERC, y la CUP) así como el apoyo de una parte muy importante de la población de Catalunya.

Pero lo que debía ser una explosión de alegría de parte de sus líderes no se veía por ninguna parte. No era una fiesta, era una procesión. Las caras no eran de alegría. De forma casi mecánica, los diputados y diputadas que quedaban en el Parlament entonaban Els Segadors. La multitud, en la calle, lo celebraba. Pero los líderes independentistas no salían al balcón. Se había declarado (supuestamente) la independencia de Catalunya. La triste realidad para aquellos y aquellas que realmente se lo creían, es que el 27 de Octubre se declaró una DUI descafeinada; más que eso; una DUI simbólica. Pero cuando lo simbólico se opone a lo real, de lo que estamos hablando es de una mentira. Todo el mundo sabía que aquello no iba bien. Al día siguiente, un sábado, Puigdemont se marchaba a Bruselas.

Desde entonces, la cadena de acontecimientos es bien conocida. El Fiscal General del Estado, Maza, avanzaba por la derecha al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y pedía la detención de los miembros más relevantes del Govern por rebelión, sedición, y malversación de fondos. Jordi Sánchez y Jordi Cuixart ya estaban retenidos en prisión condicional. De todas las tonterías que haría el Leviatán en la forma de Gobierno-Estado, esta sorprendía especialmente.

Tras consultarlo con la propia Guardia Civil, los ‘Jordis’ subían encima de uno de los coches de la policía y el mismo Cuixart pedía a los asistentes a la manifestación del día 20 de Septiembre que “en la medida de lo posible, de forma tranquila, disolvamos esta convocatoria”. Los vídeos y audios están a disposición de todo el mundo que quiera consultarlos . Ya ha pasado un año, y continúan en prisión. Nunca deberían haber entrado.

Pero si los Jordis iban a prisión por intentar detener una manifestación y disolver cualquier opción de acción violenta, los líderes políticos (recordémoslos a todos, una vez más: Jordi Turull, Josep Rull, Dolors Bassa, Oriol Junqueras, Raül Romeva , Joaquim Forn, Carmen Forcadell) entraban en prisión por una DUI sin fuerza de ley, esto es: sin capacidad efectiva de implementarla. Otros líderes políticos, como Carles Puigdemont, Toni Comín, Marta Rovira, Anna Gabriel o Clara Ponsatí, se exiliaron en Bruselas, Suiza y Escocia respectivamente por miedo a las represalias. En la capital europea, Puigdemont y Comín se reunían con otro exiliado, el rapero Josep Valtònyc. Porque cuando el Estado tiene miedo, apunta en varias direcciones.

La gent, concentrada al Passeig Pujades, seguia en directe la votació del Parlament el 27 d’Octubre de 2017, pocs segons abans que Carme Forcadell proclamés la independència | Sandra Vicente

Pero, ¿por qué se hizo la DUI?

Las caras largas revelaban algo más que el miedo por la reacción furibunda del Estado. Con el tiempo, las conversaciones de despacho que se mantuvieron durante la noche del 26 de Octubre y el día posterior salían a la luz. Pero de momento, parece que hay una teoría con más peso que otras: Carles Puigdemont no quería hacer la DUI y pidió a Rajoy que le diera ciertas garantías por escrito de que no se aplicaría el artículo 155 si convocaban elecciones, así como la necesidad de liberar a los Jordis. Rajoy, como de costumbre, dijo que no con la boca pequeña. Aún así, Puigdemont, que sufría por las consecuencias de un acto tan simbólico como peligroso, prefería avanzar las elecciones igualmente e intentar ganarlas, para, después, negociar con aún más fuerza.

Pero la política de partidos no tiene miramientos, y la dinámica del procesismo parte de una lógica autodestructiva: si no eres capaz de capturar el deseo de independencia, alguien lo hará mejor que tú. En aquellos momentos de tensión y llamadas de teléfono, Gabriel Rufián ponía un tuit que decía: “155 monedas de plata”, en referencia a lo que, a su juicio, sería una traición de dimensiones bíblicas de Puigdemont si iba a elecciones en lugar de hacer la DUI.

Marta Rovira también ponía más fuego a las brasas, preguntándose cómo podrían mirar a la cara a esa gente que habían traicionado. ERC, que hoy ha cambiado 180 grados su discurso respecto al de hace un año , aprovechaba la rendija para tirarse al cuello de Puigdemont para mostrar, de cara al mundo independentista, que ellos lo eran más que los antiguos convergentes. La batalla entre la antigua convergencia y ERC ha estado en el corazón del Procés desde el primer día, y así sigue siendo. Puigdemont, quizás con más miedo de ser un cobarde y un traidor, que de hacer lo que creía que tenía que hacer, decidió seguir adelante.

Entonces, Rajoy decidió hacer lo que por costumbre y tradición rechazaba: actuar. Vendría el 155, y entraríamos en la etapa de la judicialización de la política en la que estamos inmersos. ¿Qué hubiera pasado si hubiera convocado elecciones? ¿Se habría aplicado igualmente el artículo 155? ¿Estarían en prisión hoy los líderes independentistas? Pues tal vez no. Pero nos reafirmamos en una cosa: si la DUI no era una DUI, no puede haber ni rebelión ni sedición. Si los Jordis querían detener la manifestación, no puede haber ni rebelión ni sedición.

Otra cosa es la legitimidad que pudieran tener las fuerzas independentistas para saltarse las leyes del Parlament y aplicar con mayoría simple la Ley de Transitoriedad Jurídica, el único acto de desobediencia real que ha existido. Otra cosa, también, es la legitimidad para aplicar los resultados de un referéndum que no contaban ni con las garantías necesarias según los observadores internacionales contratados. Pero nada de esto hubiera pasado si se hubiera escuchado el que es el único consenso transversal que existe en Catalunya en la materia: el referéndum legal y vinculante.

Las dos Cataluñas

Recientemente, la plataforma Netflix ha sacado un documental sobre el conflicto catalán (por llamarlo de alguna manera) que se titula: “Las dos Cataluñas”. Aparte de algunas conversaciones de políticos entre bambalinas (siempre es curioso ver a los candidatos a unas elecciones conversar tensa pero amigablemente justo antes de entrar a un debate televisado), el documental repasa aquel septiembre y octubre de 2017, y lo hace sin apostar claramente por una de las dos visiones que presenta. Porque, el título hace alusión, por supuesto, a la Catalunya independentista y a la Catalunya no-independentista. En ella se hace un repaso de aquellas efemérides que vivimos hace poco más de un año, capturando las reacciones de los y las principales protagonistas de aquellos días bajo una perspectiva binómica.

Así, todos en Catalunya se situarían en uno de los dos lados; no es que la hipótesis sea una locura. En los últimos años hemos aprendido a situarnos ante la independencia en clave de pregunta de referéndum, y se nos pide constantemente que tengamos una opinión SÍ / NO al respecto. Pero es una hipótesis demasiado simple. No se trata de reivindicar una tercera opción para que te tachen de equidistante entre las dos opciones fijadas; es que la infinidad de matices que hay dentro de esta falsa dicotomía hacen de la hipótesis una manipulación política.

¿Es lo mismo querer la independencia de forma inmediata que querer caminar hacia una gran mayoría social a su favor? ¿Es lo mismo querer la independencia para hacer un estado socialista que una democracia liberal? ¿Hay diferencias entre querer una Catalunya independiente dentro y fuera de la Unión Europea? Del mismo modo, y por el lado del NO, también nos podríamos preguntar: ¿se puede no querer la independencia de Catalunya y estar a favor de un referéndum para su autodeterminación? ¿Hay diferencias entre querer una Catalunya dentro de un Estado federal o de una España más centralizada? Es lo mismo Núria de Gispert, que Junqueras o David Fernández? ¿Es lo mismo Arrimadas que Iceta o Ada Colau?

El documental, así como la mayoría de los medios de comunicación, trabajan en la línea de la frontera, y hacen lo que hay a un lado y al otro bloques monolíticos. Pero la realidad, si creemos que los individuos tenemos capacidad para pensar de forma autónoma, es que las cosas son bastante más complejas que pulsar o no pulsar un botón. Ahora se cumplirá un año de la DUI, y pronto, el 1 de Noviembre, un año desde que los presos políticos se encuentran entre barrotes. No podemos hacer atrás en el tiempo, pero sí podemos aprender de cara al futuro.

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Llicenciat en Ciències Polítiques (UPF), MSc en European Politics and Policies a la University of London, Birkbeck College i Doctor en Filosofia amb menció Cum Laude (UAB). Co-autor del llibre "Cartha on Making Heimat" (Ed. Park Books). Director del mitjà Catalunya Plural.

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