El próximo 12 de diciembre habrá un Pleno monotemático sobre Catalunya en el Congreso de los Diputados en Madrid. El PSOE intenta encauzar la excepcionalidad catalana hacia una normalidad pretérita: el regreso a los días de concordia de aquellos tiempos donde el socialismo gobernaba en toda España; tal vez, incluso, un retorno donde el catalán se hablaba en la intimidad de los hogares mesetarios.
El resto de partidos políticos lo miran con desconfianza. Unos porque cualquier propuesta que no pase por el señalamiento de Catalunya como enemigo interno, que sirva al mismo tiempo como excusa para sacar adelante una recentralización territorial, es poco más que un insulto a la patria. Los otros porque consideran que el tiempo de formular nuevas propuestas ya se ha terminado. Y los últimos, porque creen que cualquier propuesta de cambio debe surgir de Catalunya y no de Madrid.
Parece que la propuesta de Pedro Sánchez para Catalunya vendrá de la oferta de un nuevo Estatut d’Autonomia, según soltaba recientemente la portavoz del PSOE, Adriana Lastra. ¿Por qué fue Lastra – Portavoz del PSOE – y no Isabel Celaá – Portavoz del Gobierno – quien hacía la propuesta? Porque Pedro Sánchez va con pies de plomo e intenta protegerse de los ataques de la derecha, y Lastra tiene menos peso y presencia institucional que la Portavoz del Gobierno.
La estrategia de Sánchez
Nadie sabe qué es lo que piensa Pedro Sánchez: defendió posiciones tan diferentes entre ellas en un período de tiempo tan condensado que da la impresión de que es directamente el producto de sus circunstancias. Pasó de ser el candidato del establishment en las elecciones primarias de su partido a ser la voz de una izquierda desterrada. Dijo que si era presidente de España aprobaría un impuesto sobre las transacciones financieras a la banca, y una vez llegado al poder se ha desdicho. Al comenzar su mandato ordenó acoger a las personas que iban a bordo del barco Aquarius, y dos meses después retornaba ‘en caliente’ a 116 personas que saltaban la valla de Ceuta.
En la jerga de política americana hay una palabra para definir este comportamiento, que le sienta a la perfección al Presidente del Gobierno: flip-flopping. Pedro Sánchez pertenece a una nueva generación de políticos más profesionalizada, acostumbrada al discurso del marketing político. La ideología y las luchas de un ideario político quedan en segundo plano. Ahora bien, este comportamiento por parte de Sánchez (que es ampliamente extendido en el mundo de la política, vale decir) ayuda a entender su mentalidad y anticipar posibles decisiones. Se puede decir que la convicción ideológica no es lo que guía su política, sino el tacticismo electoral.
La propuesta de un nuevo Estatuto cumple esta función: por un lado, representa una diferencia sustantiva respecto a la posición de PP y C’s, que aprovechan cualquier ocasión para reivindicar un nuevo 155. Al mismo tiempo, no le pueden acusar de romper la Constitución Española en esta dirección (que por otra parte se rompe cada día, por ejemplo, con el incumplimiento del derecho de todos los españoles de tener una vivienda digna). Podemos lo tacha de insuficiente y pide un referéndum de independencia. Pero no lo pueden acusar de actuar de la misma manera que lo haría Rajoy, y esperan poder convencer con el tiempo: saben que la alternativa es peor. Resumiendo: nadie está contento, pero nadie está lo suficientemente enfadado. Y en estos márgenes de lo que podríamos llamar “incomodidad aceptable” es donde se mueve el presidente Sánchez.
En busca del encaje
Ahora bien, en Catalunya la propuesta de un nuevo estatuto es recibe con una mezcla entre indignación y apatía. Si se ha acusado al proceso independentista de hacernos vivir en el día de la marmota, el anuncio de un nuevo estatuto traslada a Cataluña en el momento inmediatamente anterior al inicio de esto, y unas palabras aún resuenan con la voz de la promesa incumplida: “apoyaré la Reforma del Estatuto de Cataluña que apruebe el Parlamento de Cataluña”. ¿Es posible acomodar el conflicto Cataluña – España con una propuesta de nuevo Estatut? Sí y No.
Empecemos por los argumentos del NO: nadie quiere un nuevo Estatut. Apenas ilusiona a los mismos votantes del PSC. Los partidos independentistas no quieren ni oír hablar del Estatut, y la mayoría de los y las ciudadanas de Catalunya lo que quieren es decidir en un Referéndum de autodeterminación. Es más, se debe comprender que el debate ha trascendido la barrera racional de la negociación sobre las competencias. Se ha de entender la psicología actual y comprender que el malestar de Cataluña, parafraseando la obra de Freud, no se puede curar mediante una oferta que simbólicamente implica no sólo una derrota sino también una humillación.
Pero hay argumentos para creer lo opuesto: la propuesta de un nuevo Estatut para Catalunya no puede ser una solución definitiva al encaje de Catalunya en España, pero es una oferta. Es la única oferta. En la línea de Pedro Sánchez: el Estatut podría no convencer, pero se podría llegar a digerir. Y en un contexto de correlación de debilidades, donde el independentismo no tiene la fuerza de imponer ningún posicionamiento, el argumento pujolista del “pájaro en mano” puede recobrar fuerza.
La lucha por la hegemonía en el mundo post-convergente será crucial para determinar una respuesta. Aún más; en una entrevista de este medio a Joan Tardà, el diputado de ERC en el Congreso insinuaba que un buen Estatut de autonomía de carácter confederal podría convencer a muchos independentistas. En este sentido, y teniendo presente el giro estratégico de ERC, es posible que vieran en un nuevo Estatuto el caballo de Troya para avanzar hacia la independència.
Lo más probable, sin embargo, es que no pase ni una cosa ni la otra. Porque para sacar adelante un Estatut, Pedro Sánchez debería remar contraviento y corriente, con pocas opciones de obtener réditos a posteriori. Y lo que ahora los único que importa, tanto en política estatal como autonómica, es prepararse para las siguientes elecciones. Por esta razón los partidos independentistas no aprobarán unos presupuestos que querrían aprobar, y Pedro Sánchez continuará haciendo lo que hace mientras las encuestas lo sitúen a la cabeza: intentar no romper ningún plato.


