Víctima, agresor y espectador@s

Hace unos meses escribía sobre la complicidad de esta sociedad en la lacra de la violencia de género y cómo gran parte de las personas somos espectadoras y cómplices negando, promoviendo o reproduciendo la violencia. Esto ocurre básicamente porque llegar a entender cómo funciona la violencia machista implica, sobretodo, una revisión personal y quizá encontrarnos con que hemos podido ser víctimas y ellos agresores alguna vez, pues nadie quiere reconocerse como tal.

Elegimos ver la violencia machista de lejos y esto nos permite creernos fuera de esas dinámicas, crear un “l@s otr@s” a l@s que hay que castigar o salvar. Incorporamos la imagen que se ha ido formando sobre los agresores y las víctimas estratégicamente alejada de cómo nos vemos a nosotr@s mism@s. Esto nos lleva a que no hagamos ninguna reflexión personal y, por lo tanto, no hagamos cambios en nuestro funcionamiento que vayan matando la raíz del problema: la desigualdad estructural, el machismo.

Además cuando se trata de violencia machista, obviamos la figura del/la espectador/a, el/la cómplice, eximiendo de toda responsabilidad a quien mira y no sólo no hace nada sino que se alía de alguna forma con el agresor. Esta figura del/la espectador/a, sin embargo, sí que se tiene en cuenta cuando se interviene en los casos de bullying y ha resultado ser útil, pues, sin cómplices, el agresor pierde mucho poder y, además, es mucho más empoderador que cada un@ se haga responsable de lo que le toca y sienta que puede hacer algo por cambiar las cosas. Tenemos cómplices en todas partes, en las escuelas, en los trabajos, en las familias, amistades y redes sociales. Y lo que es mucho mas grave es que también existen cómplices con poder y gran capacidad de incidencia como puede ser el ámbito judicial, los mass media, el gobierno y las administraciones públicas.

 El binomio víctima/agresor

Si cerramos los ojos y nos preguntamos el significado de víctima y agresor veremos cuán polarizados están los términos y que características asociamos inconscientemente a estas categorías. Se trata de un binomio, de dos polos opuestos. De nuevo dos extremos con atributos hipergenerizados. El demonio- el ángel, el fuerte-la débil, el agresivo- la dócil, el malo-la buena… Esto es la reproducción de la base que sostiene el machismo.

La construcción de estos sujetos tan polarizados se debe, en gran parte, al poder judicial pues, tal y como nos explica Laura Macaya en el capítulo Violencia de género y victimización en las políticas estatales del libro Putas e Insumisas, la ley ha sido creadora de las categorías sociales víctima de violencia de género/ hombre violento. Es decir, el poder judicial crea sujetos y las leyes contra la violencia de género han protagonizado el discurso y han estructurado incluso el pensamiento de las personas expertas de otros ámbitos como el social y el médico.

Personalmente, reconozco que el contacto diario con mujeres que han vivido situaciones de violencia de género me ha ido enseñando que la víctima no es lo que pensamos y que se hacen muchos esfuerzos para que encajen en ese prototipo y podamos salvarlas, lo cual dificulta mucho la intervención y la lucha. Un gran engaño al fin y al cabo porque a pesar de que las instituciones se erigen como salvadoras de las mujeres que se reconozcan como víctimas, la realidad es que no existen los medios para salvarlas y finalmente se acaban encontrando con un camino arduo y difícil del que nadie les habló.

Recuerdo algunas palabras de ellas  “No puedo ser yo” “No puedo ser una víctima porque yo soy mala, he sido mala muchas veces” “Soy cañera y siempre me han dicho que soy una rebelde” “También tengo un punto agresivo y no suelo achantarme con nadie.” “No soy ni quiero verme como una mujer sumisa, como una víctima”.  De la misma manera, yo misma he sido espectadora y cómplice del cuestionamiento, el maltrato institucional, al que han sido sometidas todas aquellas mujeres “malas”, trabajadoras sexuales, putas, drogadictas, delincuentes, descaradas, guapas, cultas, agresivas, lesbianas, etc, que no tenían nada que ver con lo que se supone que tiene que ser una víctima.

La identificación , es decir el reconocimiento de que se tiene un problema y que es el primer paso para poder empezar a buscar soluciones, por tanto, es complicada puesto que aunque hayamos vivido violencia o la hayamos ejercido no somos esas víctimas o agresores de las que nos han hablado. Véase por ejemplo el caso de la manada. Un caso que ha resonado públicamente y que todas conocemos. Esos chicos son monstruos, unos violadores sin escrúpulos. Que no digo que no lo sean, pero no son diferentes a muchos chicos con los que nos hemos cruzado alguna vez y que incluso pueden ser conocidos o amigos.

Si, según datos oficiales que por otro lado no recogen la totalidad de agresiones sexuales, en el estado español hay una media de 4 violaciones diarias podemos afirmar que no hay solo algún monstruo violador pervertido, trastornado y malvado si no que hay muchos hombres que han sido capaces de violar a una mujer. Por no hablar del enjuiciamiento al que son sometidas las mujeres que sacan a la luz haber vivido una agresión sexual.

Una de tantas dificultades en la lucha

También, el número de asesinatos por violencia de género evidencia las dificultades que estamos teniendo en la lucha. Sólo en 2018 las cifras oficiales nos hablan de 44 feminicidios íntimos (asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas) a los que debemos sumar las cifras que recoge feminicidio.net  que asciende a 86 si contabilizamos 3 feminicidios no oficiales, 4 no íntimos, 18 familiares, 9 infantiles, 2 a prostitutas y 6 sin datos suficientes. Una cifra que corresponde a la punta del iceberg de la violencia y que se hace enorme si vamos sumando las muertes como consecuencia directa de la violencia de género recibida como los suicidios de mujeres, criaturas y adolescentes, el número de denuncias por violencia de género o por todas aquellas agresiones que no se pueden recoger porque siguen invisibilizadas.

Así pues una de las trampas que nos encontramos en la lucha efectiva y radical contra la violencia de género es la del relato que se ha construido en torno a las caras de este tipo de violencia y el imaginario que lo rodea. Gran parte de los hombres, no puede reconocerse en ese monstruo de perfil psicopático que hemos creado y por tanto no puede identificar los comportamientos machistas y violentos que puede estar teniendo a diario no sólo en sus relaciones sexoafectivas sino también en el trabajo, la familia, las relaciones sociales, la crianza de sus criaturas, el ocio, la universidad, etc.  Algo similar ocurre con el sujeto víctima, sin agencia, sin recursos personales, desvalida y necesitada de un ser superior salvador. No es muy atractivo para las mujeres reconocerse ahí, de hecho es bastante deprimente.

Y si para las personas adultas existe esa dificultad en las y los jóvenes pasa lo mismo. Ni más ni menos. La juventud no está fatal, algo que no paro de escuchar, al menos no peor que el resto del mundo. No obstante decir que hay un aumento de la violencia en las relaciones sexoafectivas de las y los jóvenes, que es culpa de las canciones que escuchan, etc. nos ayuda a poner de nuevo el problema fuera de nosotr@s mism@s. Yo no se si hay realmente un aumento ni con respecto a que lo estamos comparando pero si tengo claro que no hemos conseguido construir un discurso que vaya acompañado del ejemplo en nuestro día a día y que las y los jóvenes no hacen nada que sea tan diferente al resto de la sociedad.

La víctimas y agresores se encuentran en todos los estratos sociales, con perfiles psicológicos, edades y niveles de formación diversos. Según Miguel Lorente “El perfil del agresor es que no hay perfil,  si hay algo que define al agresor es su normalidad, hasta el punto de que su perfil podría quedar resumido de forma gráfica en los siguientes tres elementos: hombre, varón, de sexo masculino. Asimismo las mujeres también suelen estar muy lejos del perfil de mujer sumisa y dócil, diría que cada vez más, pues si así fuera no nos estarían agrediendo con esta contundencia. No se tiene que someter a quien ya está sometido.

Es necesario ya despojar del significado original a los términos dicotómicos víctima y agresor construidos desde un poder sumamente patriarcal, para poder realizar cambios profundos y radicales pues esta polarización es el origen de los mitos alrededor de la violencia de género y las personas implicadas. Estos mitos operan inconscientemente en cada una de las personas: agresores, víctimas, espectador@s y todas las personas profesionales del ámbito judicial, social, médico, mass media etc.

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Psicòloga feminista especialitzada en violències masclistes, gènere, dol i addiccions. Des de l'àmbit de l'atenció pública i privada i la formació, treballa en la recuperació i empoderament de dones i persones LGTBI que han viscut situacions de violència masclista

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