En esta efeméride, serán muchas las llamadas a considerar la Declaración Universal de Derechos Humanos como “papel mojado” o describir su vigencia durante estos setenta años como “la crónica de un fracaso”. Pese a no descuidar las violaciones que se han producido y estar bien alerta ante los retrocesos evidentes, cuestionar la trascendencia moral de la Declaración y de su contenido sería caer en la trampa de no valorar la importancia de conocer y entender el pasado, a fin de cambiar el presente y mirar con esperanza de cara el futuro.
Esta mirada atrás nos lleva, en primer lugar, a recordar el contexto en el que se elaboró la Declaración; veníamos de una Europa totalmente devastada, de un mundo fragmentado y con una sociedad paralizada ante las atrocidades que había sufrido. En segundo lugar, a apreciar que su contenido supuso, en su momento, un espacio de denuncia sobre las múltiples negaciones de las libertades inherentes a las personas. Y, en tercer lugar, a revelar que cada uno de sus treinta artículos tiene detrás una historia de lucha social, de movilización para reivindicar que lo que en el mejor de los casos eran considerados como privilegios otorgados por los Estados fueran derechos y libertades exigibles y justificables.
Son los espacios de denuncia y las luchas sociales, contenidos en la Declaración, los que tenemos que seguir reivindicando para resistir frente a las regresiones que se están produciendo a día de hoy y para erradicar aquellas actitudes y prácticas que pretenden conducirnos a repetir episodios muy oscuros de nuestra historia.
Es cierto que, hoy en día, estamos en una época en la que confluyen varias crisis: entre otros, una crisis de la democracia y una crisis en materia de derechos humanos. Sin embargo, ante las crisis se abre también una ventana de oportunidades para fortalecer nuestras convicciones. Por un lado, la crisis de la democracia sólo se superará con más democracia: una democracia radical donde, más allá de la cuota de poder y los torneos electorales que conllevan la democracia representativa, focalice la atención en la democracia igualitaria, plural, paritaria, participativa, solidaria y garantista. Y, por otra parte, la crisis y los recortes en derechos humanos sólo pueden combatirse con más luchas sociales para consolidar y reivindicar más derechos humanos.
Tenemos la obligación moral de no caer en la resignación, iría en contra de la defensa de la democracia y los derechos humanos creer que no podemos revertir esta situación. Tenemos la capacidad de hacerlo y de combatir actitudes y discursos que niegan en gran parte los ideales contenidos en la Declaración.
¿Cómo? Debemos considerar los derechos humanos como herramientas de emancipación y de transformación social que nos sirven para desmantelar discursos políticos que pretenden negar derechos y libertades y criminalizar todo lo que tiene que ver con colectivos vulnerables. En este sentido, creo firmemente que los discursos de incitación al odio, racistas, xenófobos y fascistas de la extrema derecha se han de combatir con argumentos del mundo de los derechos humanos.
Frente a la criminalización que están sufriendo las personas inmigrantes y refugiadas, el argumentario desde el mundo de los derechos humanos es muy claro: estas, no sólo tienen derechos por ser inmigrantes y refugiadas, tienen derechos por ser personas y se les debe garantizar una protección complementaria debido a su situación de especial vulnerabilidad … ¿A que visto de esta manera todo cambia? ¿A que el mensaje del miedo y de la exclusión queda desarmado? Pues, hacemos oír nuestra voz y nuestros argumentos frente aquellas personas que han hecho del desprecio social su dogma y que persiguen desdemocratitzar la democracia.
Desde la sociedad civil, tenemos las herramientas para desenmascarar los discursos manipuladores y debemos tener la capacidad para hacer que los valores inherentes a los derechos humanos impregnen también todas las instituciones públicas. Esto nos permitirá, entre otras cosas, marcar las diferencias entre aquellos y aquellas que se han dedicado a hacer políticas públicas con los derechos humanos y aquellos y aquellas que han hecho políticas públicas de derechos humanos. Sinceramente, no sé si jugártela la por los derechos humanos da votos, pero sí estoy seguro de que consigue poner las bases para sociedades más justas y mejores.
Como dijo el poeta Antonio Machado -fallecido en el exilio huyendo de la represión-, “Hoy es siempre Todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, Porque mañana es tarde “. Si no lo hemos hecho antes, hoy es el día para empezar a concebir los derechos humanos como una forma de vida, a tiempo completo y en cualquier lugar, y la Declaración Universal de Derechos Humanos como un ideal transformador aún vigente y no papel mojado.


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