Finalmente no habrá presupuestos. La enmienda a la totalidad presentada por los partidos independentistas, conjuntamente con los votos negativos de Ciudadanos y PP, imposibilita la continuidad de un proyecto de gobierno que comenzó echando a Mariano Rajoy de la Presidencia el 1 de julio de 2018. Ante este escenario, Pedro Sánchez ha decidido convocar elecciones el 28 de abril, un mes antes de las elecciones municipales y autonómicas del 26 de Mayo. El anuncio de elecciones llega en un contexto de renovada tensión política debido al inicio del juicio al independentismo. Si la alianza multicolor entre el PSOE, Podemos, y partidos representativos del plurinacionalidad del Estado como ERC y el PNV abrían una puerta a reconducir la crisis territorial e identitaria del Estado, la negativa de aprobar los presupuestos la cierra de golpe: el tripartido de derecha y extrema-derecga formado por C’s + PP + VOX se acerca a la Moncloa.

Un ‘no’ processista a los presupuestos

¿Cómo se puede entender esta negativa a aprobar los presupuestos por parte de ERC y el PDeCAT, si, a priori, el Ejecutivo socialista era más favorable a los intereses de Catalunya y potencialmente de los presos políticos que un gobierno a la andaluza? La respuesta la encontramos, una vez más, en esta forma de competir electoralmente en Catalunya, llamada processisme. El processisme es la competición electoral entre fuerzas independentistas catalanas caracterizada por la necesidad (electoral) de proyectar una imagen de deseo del proyecto independentista. Sólo dentro de este marco se puede entender lo sucedido con los presupuestos.

Por un lado el PDeCAT, internamente dividido entre aquellos que querían pactar (equipo Campuzano) con los que, bajo las órdenes directas de Puigdemont, se negaban a hacerlo (equipo Nogueras). Por el otro, una ERC que, si bien no puede escapar del processisme como forma de hacer política, había virado su discurso político hacia la independencia con un discurso más transversal en torno a la idea de ensanchar la base social del independentismo. Pero el inicio del juicio ha redoblado la tensión: cualquier paso de uno de los dos anunciando un interés real en aprobar los presupuestos supondría ser acusado por el otro del peor crimen existente en el processisme: traidor a la independencia y a los presos políticos.

Si bien ERC parecía más interesada en mantener puentes de diálogo, la ventaja que les dan las encuestas respecto cualquiera de las mutaciones post-convergentes aconsejaba no mover un dedo. Porque, recordémoslo, el objetivo principal de cualquier partido político no es el de aprobar más o menos leyes afines, sino el de sobrevivir a las próximas elecciones. Era sabido por todos que la demanda por parte de Torra de un referéndum de autodeterminación no se aceptaría, por lo que, desde el momento que se puso como condición sine qua non, ya no había más alternativa que convocar elecciones.

La estrategia de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez es un político ideológicamente obtuso, que ha pasado por todas las etapas posibles: candidato del establishment socialista primero, candidato de las bases después. Participó en la redacción del artículo 135 de Zapatero que después criticaría públicamente. Lo que no se le puede negar a Pedro Sánchez es un afinadísimo instinto de supervivencia. Cuando hace un año, como líder de la oposición, anunció que iría a elecciones en caso de que la moción de censura triunfara, al llegar a la Moncloa ha intentado alargar la legislatura tanto como le ha sido posible. Y en Ferraz están convencidos de que la convocatoria de los comicios les beneficia electoralmente (y seguramente así sea).

Primero, porque en no aceptar las condiciones de Torra, destruye el argumentario político-mediático de la derecha española. Segundo, porque tras el pacto en Andalucía, Ciudadanos, rival-bisagra del PSOE, ha quedado enmarcado en el espacio de la derecha-ultraderecha. Esto, sumado a la baja participación de la manifestación convocada el pasado domingo en Madrid, el PSOE se sitúa como el único partido capaz de mantener el orden al tiempo que empujar una agenda relativamente progresista. Por último, el bajo estado de Podemos, provocado por el enésimo conflicto interno (esta vez de notable profundidad) hace que el espacio de la izquierda quede huérfano de ilusión representativa y pueda volver al PSOE bajo el reclamo del ” voto útil “.

Y sin presupuestos, ¿qué pasa?

La aprobación de los Presupuestos anuales es de los actos políticos más determinantes en cada legislatura: es un trámite pesado de explicar públicamente, porque implica desgranar cifras y comparar respecto años anteriores posibles variaciones en los gastos. A diferencia de los Estados Unidos, donde la no aprobación de los presupuestos puede llevar a un cierre de la Administración Pública como el que estamos viendo últimamente, en España se prorrogan automáticamente los últimos presupuestos aprobados en caso de que no haya acuerdo. En este caso, los del 2018 que Pedro Sánchez heredó del PP. Lo que sí se pierde, por tanto, son todas aquellas partidas e impuestos previstos en los nuevos presupuestos.

Por ejemplo, las esperadas ayudas a la ley de dependencia, una subida impositiva del IRPF a los tramos más elevados o el fin al copago para pensionistas con rentas más bajas. Catalunya dejará de ingresar 701,5 millones de euros extra respecto al año anterior. Algunas de estas partidas iban dirigidas a reivindicaciones casi históricas de Catalunya, como pueden ser un aumento de 331 millones destinados a mejorar la red de Cercanías, u otros gastos para infraestructuras, entre las que destaca el Corredor del Mediterráneo. Es complicado rebatir que Catalunya, sin estos presupuestos, pierde más que gana.

Ahora bien, algunos de los gastos más importantes han sido aprobados vía decreto ley, por lo que la no aprobación de los presupuestos no afectará, por ejemplo, al incremento de las pensiones o la subida del salario mínimo.

Un futuro tan incierto como oscuro

El próximo ciclo electoral puede cambiar por completo la actual composición del mapa político. La aparición de VOX y el precedente andaluz pueden ser una muestra de lo que está por venir: una coalición claramente escorada a la derecha, con un discurso conservador en lo moral, focalizado en la regresión de los derechos de la mujer, y neoliberal en el económico. El tema central, sin embargo, sigue siendo la llamada “amenaza independentista”, y es lo que determinará en gran medida los resultados electorales. Una victoria del tripartito de derechas también condicionaría el juicio a los presos, y no dudaría en aplicar el 155 como medida preventiva. Vienen tiempos complicados, y amenaza a tormenta.

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