Puede que la historia de hoy empiece en mi infancia, cuando volvía de las vacaciones y entrábamos en Barcelona por la Meridiana. El indicio indudable del retorno era un neón de Coca-Cola, a lo lejos, siempre encendido con sus letras rojas como advertencia de la vuelta a la normalidad. Lo cierto es que la capital catalana se vio invadida de neones publicitarios durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Basta navegar por la red, por ejemplo en la estupenda Barcelofilia, para dar con múltiples referencias y ver cómo plaça de Catalunya estaba repleta de esos reclamos.

El protagonista de hoy resucitó en 2011 tras una cuidada restauración. Desde mi punto de vista simboliza la pereza del barcelonés a la hora de mirar hacia arriba. De hacerlo, lo he repetido por activa y pasiva, descubriría otro mundo, en este caso uno concentrado en una de las panorámicas más preciosas de nuestro repertorio urbano. Desde la Diagonal con passeig de Sant Joan, donde llevamos varados casi un mes por imperativos del guión, puede contemplarse el monumento a Verdaguer, la casa Antonio Serés y la Sagrada Familia.

Entre la columna del poeta y la basílica hallamos el edificio, datado en 1930, de Diagonal 372. En su cima reposa un búho curioso, indultado por una ley municipal que lo salvó de la quema y lo convirtió en hito urbano, o si se prefiere parcela variopinta a conservar por su indudable interés.

Ahora el pájaro sufre problemas de visión. De noche enciende un ojo, pero tiene otro cerrado, como si renegara de estos tiempos convulsos. Según los más viejos del lugar llegó a abrirlos con estilo psicodélico para iluminar el asfalto y convertirse en uno de los animales más preciados de la fauna local. Quizá provocó accidentes con su potencia y ahora, debemos ser siempre optimistas, nos guiña el ojo, descarado en su simpática parálisis.

Desde hace años busco el momento en que lo ubicaron en su emplazamiento. La mayoría de fuentes apuntan a principios de los setenta. Creo, y a buen seguro no me equivoco, que los únicos empecinados en resolver el enigma hemos sido Ignacio Vidal-Folch y servidor. Ambos arriesgamos nuestro escaso prestigio en encuestas vecinales para preguntar a los residentes sobre tan extraño fenómeno. Las respuestas oscilaban entre mediados de los sesenta y antes de la muerte de Franco, algo comprensible si se atiende al formato de nuestro amigo y a las tendencias de antaño.

Nadie supo decirnos a ciencia cierta un año exacto, y es una lástima. Hace meses, pueden disfrutarla en esta artículo, di con una imagen del sitio, con una publicidad de rótulos Roura sin el gran ídolo de sabiduría, porque lo llamamos búho, pero a saber si es una lechuza, remite a Minerva y nos combina una especie de aquelarre sapiente con el autor de la Atlántida y los delirios de Antoni Gaudi. Nunca lo sabremos. Escribí a la empresa y me devolvieron el correo. Deberían actualizarlo.

La imagen huele a eso, a los sesenta. Es de noche, debería hacer frío y las calles están desiertas como es habitual en Barcelona durante la semana, cuando a partir de medianoche oteas el horizonte y dar con otras almas se vuelve quimérico.

Vayamos un poco más al grano. Rótulos Roura tenía su sede en el carrer València 346, muy cerca del edificio con una fachada centrada en su lateral. La empresa, de origen familiar, hizo fortuna y hasta los almacenes Sears, entonces adyacentes al edificio Winterthur de Francesc Macià, le encargaron la manufactura de su identidad corporativa.

Pero ha pasado el tiempo, y la verdad desagradable asoma, que diría Jaime Gil de Biedma. No, envejecer, morir, no es el único argumento de la obra. Todo cambia, nada permanece, nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Basta. Con el estallido olímpico mutamos y desaparecieron los carteles de las academias de mecanografía. La vida de los otros, la película, se trasladó de modo paulatino a la estúpida aceptación de control por parte de todos nosotros.

Los espías, o casi, devinieron prescindibles y también los neones publicitarios, por eso de no ser invasivos. Incluso ahora las campañas electorales se nutren de menos banderillas con los rostros de los candidatos, pues son ridículas y a nadie le importa ver la cara de esos señores, porque sí, todos son hombres, lo que no deja de ser sintomático pese a tanto 8M y feminismos.

Bueno, hoy me voy un poco por las ramas, o los cerros de Úbeda. El adiós a un modelo urbano y el nacimiento de otro marcó la defunción práctica del búho de passeig de Sant Joan con Diagonal. En los años noventa dejó de pasmar al personal con su mágico poder y pareció caer en el inminente colapso de su carisma. Como hemos dicho se salvó en el último minuto, como si hubiera marcado el gol de Iniesta contra el Chelsea. Nunca ganará la copa de Europa, eso de la Champions tiene menos glamour, pero al menos toleraron su existencia, que ya es bastante.

Podéis admirarlo. Os lo agradecerá. Es bonito verlo desde su parte posterior, y saberlo encaramado a su cúspide me relaja. El día que no esté lloraré desconsolado porque nos habrán matado un poco a todos. Quizá el ayuntamiento, el mismo que nunca lee estos textos, debería preocuparse por informarnos de las andanzas del bicho volador, así sabríamos cuando apareció en nuestra superficie, porque una cosa es indultarlo y la otra hacerlo para reincidir, como siempre, en el descuido del patrimonio.

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