Mientras VOX se manifestaba en la plaza España yo leía un librito turbador, sentado en un banco del Umbracle. Un opúsculo en el que la escritora sarda Michela Murgia da instrucciones sobre cómo hacerse fascista. Escrito desde la paradoja, la ironía, y la provocación, aborda el tema de un modo irritante pero conveniente. ¿Qué es un fascista?

A fuerza de llamar fascista al discrepante –¿quién no ha sido acusado de serlo en Catalunya, en los últimos años?- no nos hemos percatado de qué el fascismo es como el agua, que siempre encuentro una grieta por donde penetrar. Y que tiene una capacidad insospechada de generar comportamientos controlando el poder de las palabras. Lean el libro de Murgia y pregúntense sobre la emergencia de actitudes totalitarias en nuestro discurso político.

El fascismo necesita un enemigo y VOX lo ha encontrado: en Catalunya, pero también entre las mujeres y los inmigrantes. Cultiva el miedo a perder los privilegios. Los de un estado fuerte, orgulloso de su unidad y su historia. De toda su historia. Los de una sociedad dominada por los hombres desde Neandertal, que diría Suárez Iliana. Los de una colectividad que se siente frágil, tanto que teme al más frágil de todos, al inmigrante.

Es un discurso extremo, a menudo histriónico, pero qué cala en sociedades como la nuestra, desconcertada por la gigantesca mudanza que afecta el planeta. No banalicemos al fascismo. No sé cuantos diputados sacará VOX, ni sí podrá condicionar la formación del próximo gobierno. Espero que no. Pero aunque no lo consiga, el mal estará hecho. El caballo de Troya habrá penetrado en el redil de la democracia, y la deshumanización del otro habrá contaminado el tejido social.

No utilicemos las palabras en vano. No llamemos fascista al discrepante. Reservemos las palabras gruesas para las cosas que cuentan. Aquellas que forman parte de la parte más oscura de todos nosotros. (Michela Murgia).

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Periodista i escriptor

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