En septiembre de 2015 el independentismo llamó a las elecciones catalanas con el lema que ustedes recordaran: El Voto de tu Vida. Por decirlo en palabras de Aramburu, aquel voto era una ilusión de eternidad. No era un voto para cambiar un gobierno, era un voto para tocar el cielo. Ganó Junts pel Sí, pasaron más de tres años, y la vida sigue igual. Para algunos peor. Mucho peor.

Volvemos a las urnas y ya nadie habla de votos destinados a abrir las puertas del paraíso. Se trata, simplemente, de determinar el signo del próximo gobierno. Una bagatela comparado con aquel anhelo de alcanzar la eternidad. Así es la democracia. Las elecciones no modifican de raíz nuestras vidas pero pueden decidir sobre los próximos años. En las circunstancias actuales, no es poca cosa.

Creo que la mayoría de los electores son conscientes del desafío, también en Catalunya. No vamos a decidir sólo sobre pensiones, salario mínimo, educación y sanidad publica, que ya es mucho. Vamos a optar por dar un pasito adelante o un paso atrás. Visto desde aquí, yo diría incluso que dos pasos atrás, o tres, o cuatro, o los que haga falta para satisfacer las ansias de reconquista que han emergido durante la campaña electoral. Las que Vox ha proclamado de manera descarnada y que las otras derechas han asumido, engullidas por el torbellino del populismo.

Hay tantas encuestas como dudas. Pueden ganar quienes hablan el lenguaje del diálogo y de los derechos, o quienes atizan los conflictos sociales, morales y territoriales que han aflorado durante la campaña electoral. Puede que el voto del domingo no sea el de nuestra vida, pero decidir que gobiernen unos u otros me parece razón suficiente para ir a votar. Como suele decirse ahora, va de democracia. Yo no estoy seguro de que la nuestra, que todavía es frágil, resistiera la embestida de semejante involución.

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Periodista i escriptor

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