“155 monedas de plata”. Solo tres números y tres palabras pueden sintetizar el origen de un cambio de postura de un presidente de la Generalitat que desembocaría en el actual panorama político catalán. Una evocación evangélica de alguien con pretensiones mesiánicas que ayudó a desencadenar algunos desastres nacionales de dimensiones bíblicas.

La frase fue tuiteada el 26 de octubre del 2017 por el locuaz diputado de ERC Gabriel Rufián e iba dirigida a Carles Puigdemont, que se encontraba dudando en el Palau de la Generalitat entre convocar nuevas elecciones al Parlament o proseguir con el proceso unilateralista. Algunas consecuencias de la decisión final podemos recordarlas cada día laborable a través de TV3 cuando conecta en directo con el Tribunal Supremo.

Aquel otoño de 2017, el miedo de Puigdemont a ser considerado un émulo de Judas por los independentistas más ansiosos (“tenim pressa”) y temerarios (“cuanto peor, mejor”) le llevó a tomar una serie de decisiones tácticas que han conducido a un laberinto de difícil salida y cuyos efectos están sufriendo no solo los presos y exiliados sino también los demás ciudadanos de este país, inmerso en una escalada de la tensión tan peligrosa como absurda.

Judas, Bruto y Dolfos

En los últimos días, las diferentes fuerzas independentistas han vuelto a caer en la misma trampa que entonces. Ninguna de sus direcciones quiere ser tachada de “traidora”. Y menos, en plena campaña electoral. Nadie se atreve a mirar más allá de la última fecha electoral. Y menos si se barruntan unos comicios al Parlament para el próximo otoño. Resultado: Miquel Iceta no puede acceder al Senado en representación de la Cámara catalana, el PSOE no lo podrá convertir en el primer presidente catalán del Senado y se impide poner la primera piedra en un puente cada vez más improbable.

A nadie le gusta que le llamen Judas Iscariote o Marco Junio Bruto, dos nombres que llevan siglos siendo sinónimos de traición en cualquier ámbito, sobre todo en el político. En la anterior campaña electoral, Pedro Sánchez tuvo que oír estos insultos de boca del trío de Colón y, antes, aunque entre bastidores y escudados en el anonimato, por sus rivales en el seno del PSOE, a raíz de sus conversaciones con dirigentes del ERC. “Está traicionando la unidad de España”, anatemizaban conservadores y barones socialistas antes de la victoria del 26-A.

No todos los felones han sido despreciables como el leonés Vellido Dolfos, el asesino de Sancho II de Castilla, o el “brutal” magnicida de Julio César. El devenir de la Historia ha demostrado que algunos traidores han resultado beneficiosos para sus países y sus conciudadanos, aunque en su momento tuvieron que soportar insultos, desprecios y tremendas penalidades.

Fueron las traiciones de Mijail Gorbachev, el padre de la ‘perestroika’ y la ‘glasnost’, al ‘establishment’ de la gerontocracia postestalinista las que condujeron a la desaparición de la Unión Soviética, el final de la guerra fría, la restauración de la democracia formal en Rusia y la caída del muro de Berlín. Y por traidor fue inicialmente depurado Deng Xiaoping, que luego lograría convertirse en el arquitecto de las trascendentales reformas políticas y económicas de China, algo que los jerarcas de la revolución cultural nunca le perdonaron.

La transición democrática española necesitó que muchos franquistas, encabezados por el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda y Manuel Gutiérrez Mellado, estuvieran dispuestos a traicionar los principios fundamentales del Movimiento Nacional, que juraron cumplir y hacer cumplir ante el crucifijo reglamentario. O que Santiago Carrillo tuviera que oír de sus compañeros más ortodoxos del Partido Comunista que la aceptación de la monarquía y la renuncia a la bandera republicana suponía escupir sobre la tumba de todos aquellos que habían muerto y sufrido prisión luchando contra el fascismo. ¿Y de que le acusa un importante sector de la ultraconservadora Curia romana al tímido reformista papa Francisco?

Imprescindibles contra la corrupción

Gracias a personajes hartos de sus respectivas organizaciones, amargados por su trabajo, vilipendiados, menospreciados o sencillamente dolidos con sus jefes, compañeros o amantes, la gobernanza de muchos países se ha beneficiado de la revelación de innumerables casos de corrupción o abuso de poder. Si no hubiera sido por estos desleales, nunca se habría descubierto la corrosión de muchos cimientos institucionales aparentemente sólidos.
El ‘caso Watergate’, que acabaría con la dimisión del presidente Richard Nixon, se nutrió de las confidencias de un director asociado del FBI. Más recientemente, el espionaje masivo de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense no se habría destapado sin el analista ‘arrepentido’ Edward Snowden.

Y si nos acercamos más en la geografía, numerosos escándalos de financiación ilegal de partidos españoles han llegado a ser juzgados por las denuncias de empleados que se han considerado mal pagados, como el contable Carlos van Schowen, que inició el ‘caso Filesa’ del PSOE; de cargos electos presionados, como José Luis Peñas, concejal del PP en Majadahonda, fundamental para el ‘caso Gürtel’, o amantes despechadas, como Vicky Álvarez, que chivó los tentáculos financieros de la familia de Jordi Pujol y CDC.

Cuando lo que está en juego es la estabilidad política y la convivencia ciudadana, si se está verdaderamente a favor de una negociación real y no de llenarse la boca de la vacua palabra “diálogo”, los verdaderos líderes políticos se distinguen de los que solo pretenden mantenerse en la poltrona el máximo tiempo posible en que aquellos piensan más en lo que conviene a los ciudadanos a los que han prometido servir que no en el qué dirán sus compañeros de partido y viven inmersos en las prebendas del cortoplacismo.

Si el pánico a ser acusado de traicionar a España por la derecha y por ciertos barones actuales y pretéritos del PSOE llevó a Pedro Sánchez a apoyar el 155 en su momento –y bien que lo pagaron los socialistas en las elecciones subsiguientes–, el temor a ser tachados de desleales por el independentismo más fundamentalista ha forzado de nuevo a las direcciones de Esquerra y Junts per Catalunya a boicotear el ascenso de Iceta en Madrid. Han impedido que se diera un paso decisivo para empezar a superar la peor época que sufre Catalunya –y los catalanes— desde la infausta dictadura franquista. ¿Quiénes son los traidores en realidad?

Share.

Periodista. 'Els invisibles', 'Els Güell', 'L'ascensor', 'L'oasi català', 'El 23-F a Catalunya', 'Roca, l'últim segon' i 'Roses de Foc de Barcelona'. Premi Ondas 2001 per 'El 23-F des de dins'.

Leave A Reply