Las personas mayores solemos creer que con la experiencia de la vida vivida y lo que hemos visto y sabemos, es suficiente. Quizás esto es cierto sólo en términos generales: podemos considerar que la vejez es un pozo de conocimiento para las nuevas generaciones, pero lo es sólo en la explicación histórica de las cosas y quizá también como referente vital. Pero no necesariamente en relación a las cosas tal como son ahora.

Recordaré siempre a mi madre explicando a mi sobrina cómo encontrar trabajo: le contaba la experiencia de cómo habían encontrado trabajo todos los miembros de la familia y le daba ánimos. Ella sólo había podido trabajar en el campo de su padre y como madre de familia de cinco hijos, un trabajo no remunerado. Ajena, pues, al conocimiento del detalle concreto, ya que no había vivido otras experiencias, activaba la confianza y la autoestima de mi sobrina. Las cosas que le contaba, además, habían cambiado mucho respecto a años atrás, tiempo de la ocupación en masa, cuando no faltaba trabajo.

El tánsito de joven a adulto supone muchos dolores de cabeza a los jóvenes, ya que deben reconocer y adaptarse al mundo de los grandes para poder vivir con normalidad. Más aún cuando a la inestabilidad que supone dejar la adolescencia añades que el mundo de los adultos está en transformación y, lejos de disminuir las incertidumbres, las incrementa más. En el trabajo pocas cosas son iguales a hace 20 años. Con una mirada superficial se hace evidente que los jóvenes, las mujeres y los que han perdido el trabajo de toda la vida, tienen dificultades añadidas para integrarse en el mundo laboral. Por no hablar de las personas que padecen discapacidades laborales, para los que el camino hacia las oportunidades se hace más estrecho.

Cuando yo empecé a trabajar, la edad legal para iniciar la vida laboral era los 16 años, y esto ya fue una conquista porque antes, hace ya muchos años, se hacía trabajar a los niños, tal como ocurre hoy en países poco desarrollados económica y democráticamente. Mi generación vio el cambio legal de los 14 a los 16 años, que se adaptaba a finales del ciclo educativo obligatorio. Algunos pueden pensar que nada ha cambiado respecto a la incorporación al trabajo, ya que la edad legal de trabajar no ha cambiado desde los años 70, pero es un error. Han cambiado muchas cosas y parece que los mayores, los de más edad, no siempre lo asumimos.

Cambios operados

Podemos hacer una larga lista de los cambios de todo tipo en los más diversos ámbitos, tecnológicos, de organización del trabajo, familiares, mercados internacionales, pero en este artículo sólo nos referiremos a cómo han afectado a la incorporación de los jóvenes al trabajo, que ya es en sí mismo un hecho bastante relevante.

La primera sorpresa es comprobar que sólo 2 jóvenes de cada 10, entre 16 y 19 años, están activos, pero sólo 1 trabaja y el otro está buscando trabajo. Dicho de otro modo, 8 de cada 10 jóvenes de entre 16 y 19 años son ajenos al mercado laboral. Ya sea por la sobreprotección de las familias, porque estiman que pueden sobrevivir sin su incorporación “prematura” al trabajo, o porque prefieren invertir en la continuidad de su formación, lo cierto es que los jóvenes no se activan. Ni lo hacen para trabajos temporales, ni tampoco combinan formación y trabajo, ni siquiera en los períodos lectivos interrumpidos. Así pues, los jóvenes quedan ajenos a la realidad laboral, en el mundo donde se producen y distribuyen los bienes y servicios.

Sin embargo, me inclino a pensar en otra cuestión y es el hecho de que el mundo empresarial no contrata jóvenes menores de 20 años, ya sea por su escasa formación, o por la falta de habilidades sociales o técnicas, que hoy son más complejas y exigentes en los puestos de trabajo que hace 20 años. Así pues, los requerimientos educativos, técnicos y de experiencia les dejan en la puerta sin poder entrar y ponen de manifiesto que el abandono prematuro del sistema educativo o el fracaso escolar no son buenos pasaportes para encontrar trabajo. Por otra parte, en los procesos de ajuste del modelo productivo, el sistema de acreditación profesional es cada vez más importante y exigente, y deja fuera a los que no considera suficientemente preparados, aún más cuando el empresario tiene otros lugares donde buscar o, al menos, eso le parece.

Mercado normalizado

No es hasta los 25-29 años que el mercado de trabajo se normaliza, siendo el intervalo 20-24 años del inicio de la incorporación masiva al mercado laboral, restando los menores de 20 años en lo que podríamos llamar una fase prelaboral.

Entre los 25-29 años 7 de cada 10 jóvenes se activan, aunque no llegan a 5 de cada 10 los que trabajan y un 25% de los activados están en paro en busca de trabajo. Es en este grupo donde lo que se lleva en la mochila en conocimientos y habilidades contrasta con la realidad de la oferta de puestos de trabajo disponibles.

El grupo de 25-29 años es sin duda el más activo en relación a la población en general. Casi 9 de cada 10 están activados y 7 ocupan trabajos remunerados, mientras que 2 de cada 10 se encuentran en la búsqueda de trabajo.

Estamos pues con situaciones muy diversas respecto a la incorporación de los jóvenes al trabajo, que requieren un tratamiento específico para cada grupo. Ya que no hay trabajo remunerado para los jóvenes menores de 20 años, habría que asegurar que estos alcanzan las competencias básicas que requiere el mercado de trabajo y, sobre todo, experiencia en el mundo de la producción y los servicios, alargando la experiencia educativa.

Para el grupo de 20 a 24 años hay que poner énfasis en los programas de transición: información y orientación, refuerzo de prácticas laborales, y sobre todo, acompañamiento reforzado en los tránsitos laborales. La política preventiva que se haga con este colectivo tendrá más retorno social y será más eficiente que las correctivas o paliativas que se hagan a lo largo de la vida, ya que estas últimas siempre atacarán un problema que podía ser resuelto antes y en mejores condiciones.

En cuanto a los jóvenes entre 25-29 años, el problema de la elevada rotación laboral cuestiona la posición que alcanzan de manera continuada y, por tanto, requeriría programas de acompañamiento y refuerzo en los tránsitos laborales y de información y capacitación, sin olvidar el refuerzo de las habilidades sociales.

En definitiva, todo ha cambiado y se han de adaptar las políticas y las familias a los cambios que se están produciendo. Por eso hay que revisar la definición de las políticas para jóvenes de 16 a 29 años como un todo único. Hay que segmentar en función de cada situación y requerimiento específico en relación al contexto, es necesario informar orientar a las familias, la escuela y los jóvenes, y éstas deben ser proactivas en la adaptación de los jóvenes. Necesitamos herramientas más ajustadas para combatir el principal problema en el tráfico laboral de los jóvenes: el paro juvenil.

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