Cuando supe que se estrenaba Mientras dure la guerra, dirigida por Alejandro Amenábar, me pasó como con la famosa magdalena de Proust. Cerré los ojos y me vi sentado de cualquier manera -de ahí, quizás, los dolores de espalda del presente- y con un lápiz en la mano remarcando las frases que me llamaban la atención los libros de don Miguel, un intelectual de dimensiones gigantescas y muy polémico, como se espera de alguien que hace del pensamiento y de la escritura el sentido de su vida, aunque sea trágico. Pero con Unamuno me pasa lo mismo que con la mayoría de libros que he leído: no recuerdo casi nada de su contenido pero tengo una idea muy clara del momento de la lectura. Se impone volverlo a leer, claro, y ver si con este acto desvelo lo que me quedó de las primeras lecturas en mi interior.
Por todo esto y aún por más cosas me faltó tiempo para ir a ver la película de Amenábar.
Comienza en el momento que las tropas golpistas entran en la plaza Mayor de Salamanca y leen el texto que anuncia que ha comenzado el golpe de estado (y aquello sí que fue un golpe de estado). Unamuno medio lo celebra, al considerar que se debe enderezar la política republicana y él, un republicano convencido, se ha sentido traicionado por el gobierno. El sabio tenía muchas cualidades, pero la modestia no figuraba entre ellas.
Seguimos las peripecias trágicas y dramáticas del pensador, sus conversaciones con las hijas y, sobre todo, con los dos amigos que murieron asesinados por las fuerzas rebeldes, el protestante Atiliano Coco y el arabista Salvador Vila.
Un hombre que vive el desengaño y que deja de creer en tirios y troyanos para descubrir que está solo y que la inteligencia no le ha servido para casi nada.
Pero también tenemos otro hilo argumental, y es seguir las peripecias que arranca Franco ayudado por su hermano y por Millán-Astray para acabar atesorando todo el poder a pesar de la tímida oposición de algún general que conoce demasiado bien a quien se convertirá en uno de los dictadores más duros del panorama mundial.
Dicen que las buenas películas históricas tratan de la actualidad y la de Amenábar no es ninguna excepción. Sólo hay que ver la discusión en pleno campo entre el rector de la universidad y su amigo Villa, discusión que la cámara sigue y se va alejando hasta que sólo quedan los gestos y el sonido amortiguado de algunas palabras. Y es que las dos Españas, aquellas que según Machado debían helarte el corazón, parece que todavía no están muertas y enterradas.
Hay un momento especialmente simbólico, y es cuando vemos al joven Unamuno adormecido entre las piernas de su mujer, en pleno campo y con un libro abierto en las manos. Quizás con esta escena bucólica Amenábar nos quiere decir que pocas cosas hay en la vida más valiosas que alguien que amas y que te ama acoja tu cabeza en su regazo. El pensamiento bien protegido por la ternura.


