El día que cambiaron Franco de lugar, he recordado que el dictador vio, entre 1946 y 1975, cerca de 2.000 películas en su sala de proyecciones del palacio de El Pardo.
Además de su belleza, el film es recordado por haber dado lugar a muchas discusiones sobre su significado, y también a la formulación de un concepto epistemológico (es decir, relativo a los problemas de conocimiento) que se ha denominado el efecto Rashomon.
Pero el efecto Rashomon no es reducible a las manipulaciones políticas o culturales. Hace referencia a prejuicios y sentimientos más arraigados, más prolongados, más profundos. Decía Mario Bunge que “probablemente, casi todo hecho social es percibido de manera diferente por diferentes actores o testigos. En ocasiones, esto es así debido a la mala intención, pero más a menudo se debe al prejuicio o a la falta de información. Por regla general, entendemos mucho mejor a la “gente como nosotros mismos”, o sea a los miembros del grupo de pertenencia, que a “ellos”, los miembros del “grupo extraño”.
Mientras el rompecabezas no se resuelva, hay que hablar y actuar en término de avances y retrocesos. El restablecimiento de la Generalitat, el retorno de su President legítimo, el autogobierno, fueron avances. Ojalá el Procés no haya significado un paso atrás, aumentando la distancia entre las percepciones y los sentimientos, agravando el efecto Rashomon.
Posdata: Vázquez Montalbán, Franco y el efecto Rashomon
Cuando se cumplió el centenario del Caudillo, en 1992, Manuel Vázquez Montalbán publicó una Autobiografía del general Franco. Es un ingenioso artificio basado en el efecto Rashomon. Un viejo y gris escritor, que se gana la vida haciendo de “negro” o con otros tristes encargos, acepta la propuesta que le hace un editor avispado de escribir una biografía del Caudillo, narrada en primera persona (“métete en la piel de Franco y excúlpate ante la historia”). El edtor ya tiene pensado el título del libro y también de la colección que deberá estrenar (“A los hombres del año dos mil”).
Pero a medida que va escribiendo, el escritor, que de joven había sido antifranquista, no puede resistir replicar la versión del dictador, primero con prudentes comentarios, después más indignados, y empieza a dar voz a un todo, una serie de testimonios de ‘antifranquistas, hagiógrafos y familiares de Franco, historiadores e incluso psiquiatras.
Es un ejemplo perfecto de efecto Rashomon en el campo de la literatura. Este libro, los “hombres (y mujeres) del año dos mil” deberían leer. Haro Tegla escribió en su momento que “es un monumento al antifranquismo, tanto por su tamaño dentro de un género que se adelgaza y aligera por momentos como por la importancia del momento en que se publica”. Ahora vuelve a ser un buen momento.


