Repetir elecciones era una temeridad por parte de la izquierda española. El 28 de abril había ganado con votos y escaños. Y tenía la promesa de las abstenciones suficientes para formar Gobierno. Pero el PSOE y Unidas Podemos fueron incapaces de llegar a un acuerdo. Fue una grave irresponsabilidad a la que sólo faltaba el desenlace, el veredicto de los electores.
Ahora ya lo sabemos. La izquierda retrocede en votos y en escaños. La formación de Gobierno es aún más complicada. Y lo más grave: la ultraderecha es la tercera fuerza del país. Vox, que defiende planteamientos políticos que podemos calificar de fascistas, multiplica por dos su apoyo. La cadena de errores de los demócratas ha dado alas a la peor cara de nuestra sociedad. Ha servido para premiar el racismo, para banalizar la violencia machista, para poner en cuestión los fundamentos democráticos.
La izquierda tendrá que hacer una profunda autocrítica por haber dado una nueva oportunidad a la ultraderecha. En abril, la inmensa mayoría de los españoles vieron, aliviados, que la amenaza de Vox no era tan grave como se temían. Un 10% y quinta fuerza en el Congreso con 24 diputados. Sólo el hecho de haber conseguido parar a la ultraderecha ya era un argumento suficiente para no convocar elecciones.
Pero Pedro Sánchez jugó con fuego y no apuró la posibilidad de un pacto de Gobierno con Unidas Podemos. Y Pablo Iglesias tampoco jugó bien sus cartas. ¿Problemas de egos? ¿De un egoísmo ciego? O de muchos y poderosos intereses que en ningún caso querían ver a nadie a la izquierda del PSOE en un Ejecutivo. Un poco de todo, pero el resultado es que España es hoy, con 52 diputados ultras en el Congreso, más oscura. Más amarga. Menos moderna. Más dura. Más difícil. Más triste. El fantasma de Franco no estará en el Valle de los Caídos, pero vagará por el Congreso. Un retroceso histórico.
La otra gran noticia del 10-N es el hundimiento de Ciudadanos. El partido que tenía el viento de cara para convertirse en el partido bisagra, en el centro capaz de gobernar con la derecha y con la izquierda, ha protagonizado un verdadero suicidio político. Albert Ribera lo quería todo. Quería desbancar al PP, ser el líder de la derecha y se ha quedado sin nada. Prometió regeneración y ha acabado apuntalando gobiernos manchados por la corrupción como los de Madrid o Castilla y León. Se decía liberal y es prisionero de Vox. La historia será muy dura con Albert Ribera y con el equipo de incondicionales que le han acompañado en el desastre.
El resultado es que España es hoy aún más ingobernable que antes. El PSOE soñaba en poder gobernar solo y ahora lo único que ha conseguido es que su socio natural a la izquierda esté aún más debilitado. Que, juntos, sumen menos escaños. Y si quería prescindir de los partidos independentistas, ahora todavía los necesita más. El espejismo del centro que fue Ciudadanos ya no existe. Y el PP se enfrenta al dilema de si hacer frente a Vox con más moderación o acentuando la radicalidad.
En Catalunya, la gran novedad es la entrada de la CUP en el Congreso. Para hacerlo ingobernable, decían en campaña. Y la verdad es que irán a una Cámara que, a estas alturas, les da la razón. España es hoy más difícil de gobernar. Entre otras cosas porque ERC, que había apostado por un cierto realismo, debe seguir manteniendo el pulso con Junts por Catalunya. Los republicanos pierden dos escaños y el partido de Puigdemont y Torra gana uno. La batalla por la hegemonía seguirá condicionando la política catalana y cualquier posible salida al conflicto.
Una visión maquiavélica podría decir que Pedro Sánchez ha conseguido debilitar a su rival a la izquierda, Unidas Podemos; eliminar a su adversario de centro y dividir el voto de la derecha de tal forma que el Partit Popular no sea alternativa de Gobierno. Es así. Pero el resultado es catastrófico: el ascenso de la ultraderecha. Especialmente grave porque el conflicto en Catalunya hace muy difícil una alianza entre todos los demócratas para hacer frente a Vox.
Volver a las urnas en un contexto político y social tan difícil fue una inmensa irresponsabilidad. La izquierda pagará las consecuencias durante muchos años porque las heridas entre su electorado son profundas. Pero la calidad democrática de España también saldrá mal parada. Que las ideas que históricamente había defendido el fascismo tengan ahora tanta fuerza en el Congreso representa un retroceso gravísimo en términos democráticos y éticos. La fecha del 10-N del 2019 posiblemente figurará en negro en la historia a pesar de haber sido un domingo.


