Khadije Sakho tiene 26 años; vive en Granollers y, aunque nació aquí, su familia proviene de Mauritania. Tiene dos hijos, la mayor de las cuales tiene sólo dos años, motivo por el cual ha aparcado durante algún tiempo su formación. Trabaja como sociosanitaria, aunque su verdadera vocación es convertirse en integradora social, para ayudar a las personas que pasan “lo mismo por lo que he pasado yo. He sufrido mucho estos 26 años”, dice.
Se refiere a las dificultades inherentes a cualquier familia migrada, con padres y madres de clase trabajadora, con pocas garantías laborales y menos estabilidad económica. La misma situación que Sayoh Ceesare; ella nació en Gambia y al poco llegó a Barcelona. Ahora, con 21 años, está acabando la carrera de enfermería, rompiendo así una estadística que jugaba en su contra. Según un estudio realizado por la UAB, el fracaso escolar entre hijos de migrantes dobla al de los autóctonos. El abandono escolar prematuro es elevadísimo entre mujeres en diversos países de África Subsahariana pero una vez en Catalunya esta realidad no cambia necesariamente.
“Necesitamos luchar para demostrar que, a pesar de ser las últimas de la cola, somos capaces de lo mismo que cualquier chica blanca”, apunta Sayoh, quien se prepara para esta entrevista colocándose el velo. Hay momentos en que no lo lleva, pero ahora decide ponérselo para visibilizar a todas aquellas “mujeres racializadas que quieren formarse y salir adelante”. Hablamos con Khadije y Sayoh en el marco de la presentación del proyecto ‘Derecho a la educación de calidad y libre de violencia en Senegal y Catalunya’, impulsado por la Fundació Guné, que lucha para garantizar el derecho a la educación y reducir el número de chicas que abandona el sistema educativo, trabajando simultáneamente en Kolda (Senegal) y Canovelles (Catalunya).
Cuando superáis las dificultades para poder acceder a una educación superior, ¿qué os hace decantaros por el ámbito sanitario?
Sayoh Ceesay [SC]: Tuve el coraje de decidir ser enfermera por dos razones: la primera era querer ayudar a los demás y la segunda las ansias de demostrar que, a pesar de todos los handicap, podía hacerlo. Hay muchos problemas en el mundo sanitario y uno de ellos es la mala gestión de las diferencias culturales, a pesar de que la sanidad es responsable de llegar a todos los ciudadanos.
En la carrera sólo somos dos mujeres negras y es una lucha constante, con los demás alumnos y parte del profesorado, contra el estereotipo de que los inmigrantes consumimos, derrochamos y gastamos demasiada sanidad pública, cosa que no es cierta. Los estudios dicen que son los que menos asisten a la sanidad, bien porque están trabajando o bien porque no se pueden permitir el lujo de perder una tarde en el médico por un constipado cuando tienen una familia que mantener.
Me he encontrado con que debo hacer llegar a mis compañeros, futuros sanitarios, que las cosas no son como las creen. Si un profesional se forma con estos estereotipos, cuando tenga que atender mañana a los ciudadanos, no lo va a hacer con la profesionalidad debida.

Habéis comentado la falta de referentes negros en el mundo educativo. Esto se complica más en el mundo profesional
Khadije Sakho [KS]: Yo pasé una muy mala época en el instituto; me derivaron a un centro para niños en exclusión social. Puedo decir que para mí fue una experiencia positiva, porque gracias a ella descubrí lo que quería ser. Sin las asistentes no sé qué sería de mí ahora; ellas me ayudaron a descubrirme a mí misma y por eso elegí el camino de sociosanitaria, para poder ayudar a otras personas. Realmente quiero llegar a ser integradora social, para poder estar al lado de gente que sufre la exclusión que yo sufrí…en el instituto me decían que sufría bullying, pero creo que era más complejo que eso.
[SC]: Era racismo. La sociedad nos convence de que sólo hay racismo cuando se nos agrede, pero el racismo empieza desde abajo, desde el mínimo comentario. Es la falta de valor hacia una persona, desde el que te miren mal hasta que te llamen ‘negra de mierda’.
Sois mujeres, negras y musulmanas. ¿Con qué discriminaciones os habéis encontrado en vuestros procesos formativos?
[SC]: Parto de la base de que siendo mujer, negra y musulmana soy la última de la cola, la que nadie se espera que llegue nunca a ningún lugar. He oído barbaridades sobre las mujeres como yo y mi motivación es mi madre. Las madres subsaharianas, en general, porque todas están cortadas por el mismo patrón y escuchas lo mismo de una que de otra. Ella me hizo aceptar lo que soy. “Si estás orgullosa de lo que eres es porque lo que eres no es nada malo, simplemente es diferente. Si tienes claras las dificultades, tú eres la única que puede cambiarlas. ¿Eres la última de la fila? Tendrás que luchar para demostrar que puedes hacer lo que quieras”. Esta reflexión es la que me da la fuerza para luchar contra el estigma social, empezando por mí misma y siguiendo, por ejemplo, con mis amigas blancas
Concretamente en el ámbito sanitario, ¿con qué discriminaciones os encontráis, tanto como usuarias como profesionales?
[SC]: A parte del estereotipo que comentamos antes de que los migrantes consumen demasiada sanidad pública, muchas veces nos encontramos con dificultades para tratar a pacientes crónicos de diabetes o hipertensión de otras culturas. No puedes decirle a alguien de origen asiático que debe comer sano en base a una dieta mediterránea porque ese paciente en su casa no consume esos productos. Ya les puedes dar el menú que quieras, que no seguirán el tratamiento y nos encontramos con una falta de adherencia terapéutica.
Si cambian los usuarios, deben cambiar los profesionales. Y eso también es importante en lo referente a la barrera idiomática: si ya es difícil transmitir en tu idioma qué le pasa a alguien y cómo curarlo, si tienes que hacerlo en otro idioma ya se pierde demasiada información.

Imagino que una de las reivindicaciones es tener traductores, al menos en zonas con mucha población migrada.
[SC]: Pero no los hay. Tuve en la universidad a una enfermera de profesora que trabajaba en un CAP de Santa Coloma, una de las zonas con más inmigración, y la barrera idiomática era un gran problema para llegar a ciertos pacientes. Con el tema de las costumbres, intentamos formarnos para conocer, por ejemplo, las dietas de diferentes culturas, pero con los idiomas hay poco que hacer. Aunque, de todas maneras, todos los esfuerzos que hacemos, los hacemos por propia iniciativa, porque, por ser migradas o hijas de migrantes, tenemos esa sensibilidad. Pero deberían formarnos para esto en las universidades porque el día de mañana va a haber muchísimos más pacientes migrados.
[KS]: Yo creo que la gente aquí fomenta el racismo. He estado trabajando con personas mayores, todas ellas blancas, porque suelo trabajar en residencias y ahí no hay personas migradas. Algunas de esas personas son racistas y me he encontrado bastantes veces con que me digan que no quieren que les atienda yo porque soy negra. Eso me duele, pero lo que me parece realmente mal es que compañeros y compañeras se lo pongan fácil y accedan a que les atienda un profesional blanco.
Si eres mi compañero, tienes que apoyarme, ayudarme a hacer que me acepte, porque mañana pasará lo mismo y, si no lo cambiamos, es una manera como cualquier otra de fomentar el racismo.
[SC]: Es un problema grande; no sirve de nada que te vengan los compañeros a pedirte disculpas, o que te pidan que no te enfades porque es una persona mayor o que está enferma…Aunque hay que decir que creo que en el mundo sanitario nos encontramos un poco menos estos problemas porque, de base, estamos rodeadas de personas que, si se quieren dedicar a la sanidad, es porque parten de unos valores, de querer ayudar o llegar a las personas. Pero, por otro lado, por el simple hecho de que son los profesionales que deben curar y tratar a la sociedad, es importante que no dejemos pasar ni uno solo de estos comentarios.
Ahora, ambas lleváis el velo. ¿Os ha comportado problemas?
[SC]: Yo he querido llevarlo para esta entrevista para visibilizarnos porque, por ejemplo, a mí no me dejan llevar el velo durante las prácticas en hospitales. Es una norma. ¿La razón? Hoy es una y mañana la otra. Simplemente no quieren. Pero cuando voy a un hospital y veo a una trabajadora con el velo, me emociono tanto que hasta llamo a mi madre. Lo del velo es complejo: la gente aquí cree que nos obligan a llevarlo, pero lo que nos pasa es que la sociedad autóctona no nos deja llevarlo. Es igual de importante que no nos obliguen a que nos dejen hacerlo. Más cuando no hay razón alguna para no llevarlo.
Para la entrevista he querido llevar el velo para representar a esas mujeres, mujeres negras y de todas partes, que llevan el velo, que se quieren formar y que valen exactamente lo mismo que las otras. El sistema blanco nos ayuda a nosotras, a las mujeres racializadas, a que no nos obliguen a llevar el velo. ¿Me has preguntado a mí si quiero llevarlo? En el mundo sanitario, es verdad que en algunos hospitales como la Vall d’Hebron sí que nos dejan, pero en la mayoría es impensable. Y eso produce el efecto contario: nos racializa más a la vez que nos priva de nuestra identidad y los hijos de migrantes ya tenemos un problema bastante grande de identificación.
Sois hijas de familias que migraron y que debieron trabajar, sin poder estudiar ¿Qué valor le dais vosotras a poderos formar?
[SC]: Hacia nuestras familias, es un orgullo. Lo hemos conseguido gracias al esfuerzo de nuestros padres y a pesar de todas las dificultades.
[KS]: Para mí, estudiar es algo importantísimo. Veo la vida de mi madre, que trabaja limpiando habitaciones de hotel; llega a casa agotada y te enseña una nómina de 600 euros. Si llega a 700 es porque durante todo el mes a lo mejor sólo ha tenido un día de descanso. Y eso a mí no me lo pueden hacer. Es ahí cuando me doy cuenta de que la educación es fundamental.