Es la hora del desayuno y las terrazas de los bares que normalmente están llenas de trabajadores que bajan a comer el bocadillo hoy están casi vacías. Muchos locales cerrados y las calles tranquilas. Estamos en la zona de Villa Olímpica y, sorprendentemente, la masa de turistas que pasean cerca del mar se ha reducido. A medida que se avanza por la calle Joan Miró, se empiezan a ver algunas personas, la mayoría con mascarillas, y algunos sanitarios. Estamos a las puertas del CAP de la Villa Olímpica.
Es la primera mañana desde que el Govern de la Generalitat decretó medidas de contención para frenar el coronavirus, tales como el cierre de los colegios, el confinamiento de la Conca d’Òdena o el incremento del teletrabajo. Lejos de lo que podría parecer, el Centro de Atención Primaria está prácticamente vacío.
Este espacio, que normalmente tiene una afluencia destacada de personas de edad avanzada, hoy sólo contaba con dos personas en la cola de recepción. Primera consecuencia visible del coronavirus. La segunda, el perímetro de seguridad, elaborado con sillas entre la mesa de recepción y los usuarios, que deben recoger las recetas o entregar la tarjeta sanitaria a las trabajadoras -equipadas con mascarillas, pero sin guantes- estirando los músculos.
Los ascensores, las escaleras y las salas están llenas de carteles que ayudan a identificar los síntomas del Covid-19, pero no hay nadie que los lea. Y esta evidencia del momento de excepcionalidad se hace más patente durante el viaje en elevador. La planta 2, donde se hacen las rehabilitaciones, está desierta. No están ni las luces encendidas. En la planta 4, donde están los médicos de cabecera y enfermería de adultos, la situación no es diferente. Todas las sillas están vacías, y sólo se rellenarán con dos personas durante el tiempo que esta periodista pasa en el CAP.
Una de las puertas de atención de enfermería está entreabierta y, ante el ordenador, hay una enfermera. Se está quitando los guantes, pero la mascarilla ya forma parte de su fisonomía. Prefiere no dar su nombre, pero da igual, porque ella podría ser cualquier enfermera y este podría ser cualquier CAP de la ciudad. Se levanta para recibirnos y nos hace pasar, mostrándose impecablemente vestida de blanco. Nunca va así. Normalmente lleva ropa de calle bajo la bata. “Ya me ves, ahora esto es lo que nos toca”, explica, reconociendo que se encuentra “agobiadísima”.

Este sentimiento de angustia, obviamente, no se debe a un exceso de trabajo, sino a la incertidumbre generalizada. Explica que han anulado casi todas las visitas. Ella, que normalmente va ajetreada y acumula -como todos los profesionales de la Atención Primaria- retrasos debidos a la sobrecarga de pacientes, hoy sólo tiene dos personas en la agenda. “Sólo atenderé a un abuelo que viene a hacerse curas, porque las necesita, y a una chica joven a la que, previsiblemente, podré dar el alta”, comenta.
El abuelo es Josep, que viene acompañado de su mujer. Se desplaza apoyado en un andador y explica que venir al CAP le supone todo un esfuerzo físico. “No puedo hacer nada, si fuera por mí no vendría, no sólo por el virus, sino porque me cuesta caminar”, comenta. Pero necesita venir. Él es una de las dos personas que habrá en la sala de espera durante el tiempo que estamos en el CAP. La otra es en Zacharias, que ha tenido un mareo al trabajo. Trabaja en la construcción y ha tenido que venir al centro de urgencias.
Estos son los únicos casos que se atienden en el CAP de Villa Olímpica hoy. Urgencias y visitas inaplazables. De hecho, no hacen la prueba del Covidien-19. “Si vinieras aquí explicándome que tienes síntomas de coronavirus no te dejaría ni sentarse en la silla”, reconoce la enfermera. El protocolo establece atención telefónica y derivación a Salud Pública. “Me cuentas los síntomas y si cuadran con los del virus, te decreto confinamiento en casa y llamar al 061 hasta que te lo cojan”, explica.
Pero sabe que los tiempos de espera son largos. “Calma”, dice. A no ser que haya patologías respiratorias previas o sea una persona de edad avanzada, no hay riesgo elevado. Hay que tener calma y no estresarnos, ni a nosotros ni al sistema de salud. Sobre todo, quedarse en casa, ruega, mientras enseña unos papeles que, junto con el gel desinfectante hidroalcohólico, dan la bienvenida a cualquiera que se siente en su consulta. Son una guía de uso del portal lamevasalut.gencat.cat. “Esto es nuestra gran arma: si conseguimos que todo el mundo sea derivado vía telemática o telefónica, podremos frenar mucho los contagios”, asegura.

Confinamiento y pasividad
Ante la poca actividad del CAP, esta enfermera lee, estudia y repasa casos pendientes. “Poco más podemos hacer”, y asegura sentirse algo “inútil”. Por un lado, se necesitan sanitarios en hospitales o zonas de alto riesgo como Igualada, que ayer pidió refuerzos al Departamento de Salud, y por otra, “nosotros estamos aquí, sin trabajo”, reflexiona, aunque reconoce que entiende que “tenemos que estar, claro, pero aun así creo que no se están organizando bien los recursos”.
Hay incongruencias, dice. En el CAP Villa Olímpica, aunque no se ha diagnosticado nadie directamente, sí tienen dos enfermeras y dos médicos en aislamiento por haber estado con una persona infectada. Hace 10 días que se hicieron la prueba y todavía esperan. “Ves que a los políticos les dan los resultados en un día y ¿los sanitarios esperamos semanas? Somos nosotros los que estamos en primera línea, ¡nosotros somos necesarios! “, Exclama, airada.
Dejamos a la enfermera, que tiene que salir de la consulta para atender a Josep. Justo cuando está a punto de cruzar la puerta da media vuelta: “¡los guantes! No recuerdo nunca que para cualquier cosa fuera de consulta tengo que ponerme los guantes, ahora”. Una vez vestida, sólo los ojos visibles, sale a buscar al abuelo a la sala de espera, donde sólo se oye el eco del ascensor que anuncia el “cierre de puertas”. Por lo demás, silencio.
Pero toda la calma que se destila del CAP, que a priori podría parecer uno de los planteles del caos por el coronavirus, se cambia por frenesi en las farmacias. A pocos metros del Centro de Atención Primaria, una farmacia ha creado un cordón de seguridad con unas cintas del Ayuntamiento de Barcelona que rezan “no es más aseado quien más limpia, sino quien menos ensucia”. Las cintas adhesivas, pegadas a cajas a ambos lados del establecimiento, a unos dos metros del mostrador, crean un perímetro de seguridad entre las farmacéuticas y los clientes.
Mascarillas y geles desinfectantes es todo lo que pide el que entra por la puerta. No tienen, así que el cliente no pasa más de veinte segundos en la farmacia. A los pocos que van buscando otros productos, a la hora de pagar se les pide prudencia. “Por seguridad”, dicen a una chica, haciendo un gesto con la mano pidiéndole distancia cuando acerca la tarjeta de crédito


