Los populismos nacionalistas tienen la tentación recurrente de culpar a “los otros” de los males que afligen a los miembros de la comunidad a la que aseguran defender. En 1918 la humanidad sufrió la peor pandemia de su historia, durante la que se calcula que murieron más de 50 millones de personas. Recibió el nombre de gripe española, porque fue la prensa de la Península la que le prestó más atención de toda Europa, ya que fue uno de los pocos países del continente no implicado en la primera guerra mundial.

Las informaciones sobre la enfermedad no fueron censuradas como en los países beligerantes. Los primeros muertos fueron registrados en Estados Unidos, pero el sambenito se lo llevó España, en el furgón de cola de Europa después de la pérdida de las últimas colonias.

A los pocos días del estallido de la actual pandemia del coronavirus, Vladimir Putin subrayó en sus arengas a los rusos que la enfermedad era “extranjera”. Donald Trump, que tardó en admitir la gravedad de los efectos de virus, culpó a los gobernantes europeos de la expansión del Covid-19 en el Viejo Continente y ordenó la cancelación de todos los vuelos hacia y desde Europa. En la primera orden, exceptuó del aislamiento a Gran Bretaña, que por algo es el país de su amigo del alma Boris Johnson. Luego, como en tantas ocasiones, el presidente de EEUU tuvo que rectificar y añadir al Reino Unido en la lista de países vetados.

La culpa es de los “otros”, aunque sean invisibles. En un tuit que suscribirían incluso Adolf Hitler y Joseph Goebbels, el dirigente de Vox Javier Ortega Smith, en cuarentena por haber dado positivo en coronavirus, dijo a sus seguidores: “Mis anticuerpos españoles luchan contra los malditos virus chinos”. La amenaza siempre viene de fuera. La comunidad china en España es una de las más grandes de país. E ignorar a propósito que los virus no tienen pasaporte y mezclar el origen de los integrantes de un amplio colectivo de inmigrantes con la expansión de una enfermedad es una tentación difícil de resistir para un partido derechista que ha basado su ascenso en la xenofobia y el ultranacionalismo.

La elocución de Torra no fue para tranquilizar, sino para reivindicar el aislamiento del resto de España, para alcanzar, con la excusa de la epidemia, la desconexión que no pudo conseguir con otros métodos

Se ha extendido entre la ciudadanía la opinión razonable de que las enfermedades no tienen ideología. Que en situaciones de emergencia como la actual, los políticos, como servidores públicos que son, deben atenerse a los consejos de los expertos médicos y científicos. Pero a la hora de aplicar las recomendaciones de estos especialistas, la inclinación de algunos dirigentes es aprovechar para barrer para casa -ideológica- antes de acudir en auxilio de los ciudadanos damnificados.

¿A que jugó Quim Torra cuando pidió el confinamiento de Catalunya al Gobierno español? ¿Por qué lo solicitó en una comparecencia pública antes de hablar e intentar pactar con Pedro Sánchez? ¿No habría sido más lógico que los dos presidentes lo hubieran debatido en privado, a través de una llamada telefónica directamente o a través de sus colaboradores? Dio la impresión que la de Torra no fue una alocución para informar y tranquilizar a la población sino para reivindicar el aislamiento del resto de España, para alcanzar, con la excusa de la epidemia, la desconexión que no pudo conseguir con otros métodos.

Como dijo el periodista Joan Busquet, “de la declaración de independencia simbólica a la proclamación simbólica del confinamiento de Catalunya”. Más procesismo, con quejas de “155 encubierto” por la declaración del estado de alarma y la recentralización temporal de competencias. Olvidando que la ley orgánica de los estados de alarma, excepción y sitio fue aprobada en 1981 con los votos de CiU (ahora mutada en PdeCat y Junts per Catalunya) y dispone que el presidente de Gobierno será “la autoridad competente” si la emergencia supera más de una comunidad autónoma.

Envueltos en las banderas

Para rematar el cúmulo de despropósitos, el exconvergent Miquel Buch, al frente de un departamento como el de Interior, que estos días afronta retos a prueba de titanes, reprochó a Pedro Sánchez que “se envolviera con la bandera” en lugar de luchar efectivamente contra la pandemia. Que independentistas como Torra y Buch critiquen a alguien por envolverse en banderas y hacer “proclamas patrióticas caducas” provoca hilaridad, como mínimo.

Algunos pensadores confían en que después de esta global crisis sanitaria, social y económica, la mentalidad de los seres humanos vaya a cambiar de manera ineludible. Optimismo encomiable. También el capitalismo debía refundarse después del desastre del 2008. Me conformaría con que, cuando pase esta peste postmoderna, los dirigentes políticos que no han estado a la altura de las circunstancias y sólo les ha motivado el interés a corto plazo de arañar votos y erosionar al adversario sean barridos de la faz de la democracia.

Y, por supuesto, que la confianza en la democracia no sea cuestionada por aquellos que puedan ver en el autoritarismo del régimen de hierro chino la solución más eficaz para acabar con las plagas bíblicas en comprobar que la dictadura asiática ha logrado mitigar el Covid- 19. Al menos es lo que asegura la prensa censurada de Pekín.

Hay que recordar y lamentar a los miles de víctimas mortales que ha causado y causa el coronavirus, así como el terremoto generado en la economía mundial. Pero las secuelas ideológicas pueden ser tremendamente nocivas para la humanidad.

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1 comentari

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