“Creo que hay un virus más grave que el coronavirus, y se llama deshumanización. No tengo palabras para describir decisiones como esta: abrir una presa para hacer crecer un río y evitar que la gente lo cruce buscando refugio. Este virus tendrá consecuencias a largo plazo”, escribía en un tuit el pasado jueves, haciendo referencia a la petición de Grecia a Bulgaria para que hiciera aumentar el caudal del Meritsa (o Evros) abriendo la presa de Ivaylovgrad y así dificultar su paso.

Nos toca ser responsables, no subestimar el Coronavirus por conciencia colectiva y por respeto al sistema de salud público (demasiado recortado). Pero es que desde que me han pedido escribir este artículo sobre lo que está pasando en la frontera greco-turca, no ha parado de cambiar la realidad minuto a minuto. Allí y aquí. Aquí y allí. Martes 3 de marzo nos concentrábamos ante la Comisión europea en Barcelona convocadas por Stop Mare Mortum para rechazar la decisión del estado griego (y el húngaro) de suspender el derecho al asilo recogido en el Estatuto del refugiado de la Convención de Ginebra de 1951. Un acto sin precedentes en relación a los derechos humanos. Una clara y grave vulneración de los mismos. Ahora ya no lo podemos hacer. Hoy tenemos que estar en casa, sin encontrarnos ni abrazarnos. Sin besarnos. Lavándonos las manos a cada minuto.

Pero quien sabe de lavarse las manos son los Estados de la Unión Europea (UE), sobre todo cuando toca hablar de derechos humanos. Así se ha demostrado con Grecia que, después de que Turquía rompiera el acuerdo que tenía con la UE desde 2016 para frenar la migración a cambio de 6.000 millones de euros, ha suspendido el derecho al asilo, que también está recogido en la Carta de derechos fundamentales de la unión europea, y ha hecho caso omiso al principio de no devolución, retornando a las personas que habían cruzado la frontera a un país no seguro. Ante estos hechos, la UE responde con entusiasmo agradeciendo a Grecia que sea ” el escudo” de Europa, en palabras de la presidenta de la Comisión europea, Ursula Von der Leyen.

Diciendo esto, Europa avala las medidas tomadas por el gobierno griego: disuadir con cañones de agua a las personas que quieren cruzar la frontera; dispersarlas con gases lacrimógenos (a los niños también); detener, pegar, robar y despojar a todos aquellos que crucen la frontera y devolverlos sin nada a territorio turco; disparar a embarcaciones en el Mediterráneo para hacerlas volcar; permitir la libre circulación de grupos fascistas por las islas atacando a personas refugiadas y/o cooperantes y periodistas. Más de 20.000 personas confinadas en el campo de Moria de la isla de Lesbos, que tiene una capacidad de 3.500. Tres muertos (uno de ellos un niño, al volcar su barcaza), que se sepa, desde la apertura de fronteras turcas.

Estos son sólo algunos ejemplos de las actuaciones de la policía y del gobierno griego. Pero es que desde que se inició 2020 han llegado a Europa 17.413 personas, según ACNUR, y han muerto (oficialmente) en el intento 224 personas, según la Organización Mundial de las migraciones (OIM). El pasado viernes 12 de marzo, 20 personas morían ahogadas en la costa marroquí ante la ciudad de Larache, según un tuit de la activista Helena Maleno. 20 más un día antes en la costa tunecina cerca de Nabeul, alertaba Alarm Phone.

Mientras nosotros nos encerramos en nuestra burbuja informativa sobre el Coronavirus (sin despreciarlo, como he dicho antes), las políticas de fronteras europeas continúan asesinando y condenando a miles de personas a vivir sin derechos. Se les priva del derecho a la vida, el derecho a la integridad física, el derecho a la salud, el derecho a la vivienda, el derecho a migrar, el derecho a pedir asilo, etc. La única respuesta europea es reforzar fronteras, enviar ayuda militar (como los aviones españoles, que según eldiario.es, colaboran con los guardacostas libios para detectar pateras y devolverlas al país -no seguro- libio), conceder más dinero a Turquía para que continúe haciendo de muro de contención y pagar 2.000 euros a cada persona que haya llegado antes del mes de enero a las islas griegas para que decida “voluntariamente” volver a su país. Unos países, recordemos, la mayoría en guerra.

Si algo ha puesto sobre la mesa el Covid-19 son las fronteras, la impermeabilidad de estas: cómo de fácil es decidir cerrarlas para algunos (migrantes) y lo complicado que es tomar la decisión cuando afecta a otros (turistas y economía). También ha evidenciado el sentimiento de solidaridad, como las redes comunitarias que se han creado para generar apoyo mutuo, al igual que lo hace cada día la población griega en las islas al ayudar a todo el que llega; pero ha hecho ver también el individualismo más extremo, la xenofobia y el racismo.

Ahora nuestros gobernantes nos piden corresponsabilidad, solidaridad y prevención. Lo haremos, no duden. Pero yo les pido lo mismo a ellos cuando se trate de fronteras: corresponsabilidad, solidaridad y prevención. El Estado español puede comportarse de acuerdo con los derechos humanos y activar el sistema de reubicación europeo en base al principio de solidaridad entre Estados para que las personas que lleguen a nuestras fronteras sean trasladadas con la máxima celeridad posible a un espacio seguro, y también puede empezar a aplicar, con una visión preventiva, las vías legales y seguras existentes (y dotarlas de recursos) para que la gente no tenga que jugarse la vida por el camino cuando huye de la guerra, la pobreza, la persecución o la violación de derechos humanos.

Leía estos días por las redes sociales una interesante reflexión. Nos vemos haciendo colas en los supermercados, desesperados en llenar la despensa seguramente con más comida de la que necesitamos. Y ahora ¿podemos imaginar qué haríamos en caso de guerra, pobreza severa o persecución? Quizás nos falta empatía. Quizás el Coronavirus nos hará reflexionar sobre el virus de la deshumanización y, como nos dicen desde el ecofeminismo, empezaremos a ver los límites del planeta y poner la vida en el centro. Ojalá. Ante el virus, cuidémonos, cuidaos y #RefugeesWelcome.

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